Crónica:LA CRÓNICA

Joan Sales en Ciurana

En el cementerio de Ciurana, un pueblo colgado en una peña desde donde se divisan el Montsant y un pantano serpenteante, hay una tumba en el suelo bordeada de cantos rodados de colores grises y blancos. Es una tumba muy sencilla, como todas las demás. El calor de este infernal verano ha secado cualquier posible hierba y ahora todo aparece de un color de paja asfixiante. En la tumba hay una cruz de piedra donde se lee: Joan Sales 1912-1983. Su esposa, Núria Folch, le planta flores, pero sabe que este verano es inútil porque el sol las va a quemar. Núria Folch es una mujer vital e inteligente, q...

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En el cementerio de Ciurana, un pueblo colgado en una peña desde donde se divisan el Montsant y un pantano serpenteante, hay una tumba en el suelo bordeada de cantos rodados de colores grises y blancos. Es una tumba muy sencilla, como todas las demás. El calor de este infernal verano ha secado cualquier posible hierba y ahora todo aparece de un color de paja asfixiante. En la tumba hay una cruz de piedra donde se lee: Joan Sales 1912-1983. Su esposa, Núria Folch, le planta flores, pero sabe que este verano es inútil porque el sol las va a quemar. Núria Folch es una mujer vital e inteligente, que sabe reír con ganas; a sus 87 años conserva una memoria sorprendente y unas ganas de trabajar -que se concentran en la edición de las obras de su marido- que se contagian. He conocido a Núria hace pocos días; nos recibió en su casa de Ciurana y charlamos, o mejor, la escuchamos, con auténtica devoción. Ella es, quizá, la última superviviente de una generación de escritores catalanes que perdió la guerra, se exilió -en este caso en México- y regresó a finales de la década de 1940 para intentar luchar desde dentro por unos ideales que aún persisten. Núria era la esposa de uno de esos escritores. Joan Sales, autor de una de las novelas catalanas más representativas, Incerta glòria, fue también el editor por excelencia, el que apostó por Mercè Rodoreda cuando acababa de perder el Sant Jordi con su Plaça del Diamant, despreciada por Josep Pla. Bajo el signo del Club dels novel-listes, Sales editó a Villalonga, Blai Bonet y numerosas traducciones. Pero no se limitaba a editar, sino que también intervenía en el proceso de creación hasta el último detalle, incluido el título de la obra, que para él, según su esposa, era muy importante. Fue así como, por ejemplo, La Colometa pasó a ser La Plaça del Diamant. Todo ese proceso de creación e intercambio entre autor y editor se refleja en las cartas, algunas de ellas ya publicadas, que mantuvieron los protagonistas en su época.

Folch es la esposa de uno de los escritores catalanes que perdieron la guerra, se exiliaron y regresaron para luchar por unos ideales que aún persisten: Joan Sales

La memoria de Núria Folch repasa los días en que su marido cruzó la frontera francesa vestido de militar y en formación, recuerda cuando decidieron exiliarse, los días pasados en el pequeño paraíso de Santo Domingo y la vida mucho más dura en México, trabajando de linotipista y abriéndose camino como editor. Tras un juicio previo que confirmaba que estaban limpios de delitos comunes, los Sales regresaron a Cataluña en calidad de repatriados. Era el año 1948, y una vez en tierra se fueron directos a Vallclara, en la Conca de Barberà, donde Joan tenía la casa paterna. Fue la época de estrecha relación con Joan Coromines, que buscaba colaboradores para su diccionario etimológico. Joan Sales y su esposa pasaron tres veranos en Vallclara caminando de un pueblo a otro y buscando al informador ideal, que quedaba maravillado tras cobrar de la Universidad de Chicago.

Ese informador, cuenta Núria, tenía que ser viejo, analfabeto y nacido en el término (el segundo requisito era para mantener la pureza de la oralidad). Fue así como descubrieron Ciurana. Una tarde que habían llegado hasta Arbolí contemplaron la magnificencia de la gran peña sobre el río. Era el atardecer y el sol daba un color rojizo a la roca. Genaro Martorell, el "salvador de Ciurana", según palabras de Núria, les comentó que se vendía una casa, Cal Parany. No se lo pensaron dos veces y desde entonces aquel pequeño pueblo, que en invierno no sobrepasa los 15 habitantes, se convirtió en su refugio. Era a principios de los años cincuenta y en Ciurana no había agua corriente, luz, ni carretera. El viaje desde Barcelona era una odisea. Iban en tren hasta Reus, cogían un coche de línea que los dejaba en Cornudella y de allí subían a pie. El regreso era mucho más largo porque los domingos no había combinación y los Sales caminaban hasta Les Borges y allí se subían al tren hasta Barcelona. Núria lo recuerda con placer porque siempre fueron grandes caminantes. A los 62 años ella aprendió a conducir y el viaje se simplificó ostensiblemente.

Joan Sales murió el mismo año que Mercè Rodoreda, ella en primavera y él en otoño. De esto hace 20 años. Núria lo enterró en el cementerio de Ciurana. Desde su tumba se ve el inmenso precipicio que cae sobre el pantano, y si una se fija bien descubre un retazo del camino que tantas veces había hecho la pareja, sola o con sus nietos. También se ve la Roca Inclinada, uno de los rincones donde solían descansar y él aprovechaba para contar una historia a los pequeños. Ahora esos nietos tienen hijos y también suben todos los veranos a Ciurana, a la casa de su abuela, una de las casas de piedra y portal redondo que forman este pueblo, paraíso de los escaladores y excursionistas, de gente que busca sosiego o simplemente belleza. Cuando Núria sale a la calle todo el mundo la saluda. Tiene la llave del cementerio y le gusta que esté cuidado, aunque este verano sea una excepción. Ella define a su marido como editor, crítico y patriota. En 1981 salió la última edición de Incerta glòria, revisada por su esposa y con un prólogo en el que se rectifican "las mentiras para sortear la censura", como cuenta ella sonriendo. En otoño saldrá la correspondencia que mantuvieron Sales y Coromines. Núria habla de más proyectos, mientras sus bisnietos dibujan en la penumbra del salón, su perro Negret nos lame siempre que puede y el sol abrasador del Priorat envuelve este pueblo divino en una profunda calma.

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