Tribuna:

Frágil

"HE ESCRITO estas líneas con la parva esperanza de celebrar el espíritu de estas tres personas cuya belleza, a pesar de su esplendor, está pronta a marchitarse". Las tres personas referidas son dos hermosas jóvenes llamadas Takiko y Tsutako Sutako, asesinadas mientras dormían, y el también joven Saburo Yamabe, el impremeditado homicida que acabó con sus vidas sin saber por qué, aunque la policía, los psicólogos y los jueces le convencieran de que, consciente o inconscientemente, no hay jamás un crimen gratuito. El autor de esta historia de ficción fue el japonés Yasunari Kawabata, que, con el ...

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"HE ESCRITO estas líneas con la parva esperanza de celebrar el espíritu de estas tres personas cuya belleza, a pesar de su esplendor, está pronta a marchitarse". Las tres personas referidas son dos hermosas jóvenes llamadas Takiko y Tsutako Sutako, asesinadas mientras dormían, y el también joven Saburo Yamabe, el impremeditado homicida que acabó con sus vidas sin saber por qué, aunque la policía, los psicólogos y los jueces le convencieran de que, consciente o inconscientemente, no hay jamás un crimen gratuito. El autor de esta historia de ficción fue el japonés Yasunari Kawabata, que, con el título La belleza pronto abocada a marchitarse, publicó, por primera vez, en 1933, pero que luego rescató, en 1967, para editarla conjuntamente con las novelas El brazo y Las bellas dormidas, siendo entonces su prologuista Yukio Mishima.

La instrucción del caso no pudo ser más sórdida y banal y, por tanto, producir más gozo a los diarios y a la caterva de sabuesos de la moralidad pública. Unas pobrecitas veinteañeras en sazón sorprendidas mientras dormían por algo peor que un psicópata, ya que las mató, con todos los agravantes penales, pero sin mediar el menor latrocinio y sin siquiera abusar de ellas. Este crimen gratuito obligó a sintetizar tres relatos, el de la policía, el de los forenses y el de los magistrados, cuya mediocre urdimbre literaria tuvo que finalmente asumir y firmar el reo, el cual fue condenado a cadena perpetua. Quizá descontento con la calidad de esta prosa truculenta, hete aquí que un modesto novelista decide ahondar en el caso, pero no para descubrir a ningún otro culpable, sino para meditar sobre la instantánea fragilidad de la belleza y hacer justicia a ese misterio de la existencia que concierne por igual a los vivos y a los muertos, que son todos seres mortales.

Preocupada por esta morbosa indagación, la esposa del novelista le espeta, en cierto momento, si acaso él no busca con todo ello sino embellecer la nada de la muerte, o, quizá, la belleza en la muerte de una mujer medio dormida, a lo que el interpelado replica que "sea cual sea la forma de razonar, a los vivos les corresponde siempre honrar a los muertos. Es el reconocimiento de la vida. Hasta tal punto que incluso ahora yo siento una suerte de deseo físico hacia estas chicas".

Reconozcamos que la reflexión sin culpa de Kawabata sobre el crimen gratuito no tiene parangón en Occidente, pero su relato sobre la belleza mortal encuentra fácil acomodo en la tradición literaria japonesa, como lo demuestra ese párrafo del monje escritor Kenko Yoshida, nacido a fines del siglo XIII de nuestra era, párrafo inserto en su obra Tsurezuregusa. Ocurrencias de un ocioso (Hiperión): "Si nunca desaparecieran las gotas de rocío en Adashino, si se mantuviera siempre inmóvil el humo de la colina de Toribe y viviésemos eternamente, sin cambiar, ¿nos podría conmover el encanto frágil de las cosas? Las cosas son bellas precisamente porque son frágiles e inconsistentes".

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