Columna

Pirómanos

El mundo está que arde, como si hubiesen reventado las costuras ignífugas naturales que algún día debió de tener, puesto que logró sobrevivir y generar vida en un universo donde la mayor parte de la materia es de una belleza y una infertilidad desoladoras.

Antes de la aparición del ser humano como especie, la Tierra ardía de mil maneras mucho más elegantes: no se puede ni comparar el esplendor trágico de un rayo o de un volcán con un pirómano imbécil armado con un mechero de plástico. Este hermoso planeta nació sin nosotros y sin nosotros morirá seguramente. Aunque quizás lo haga por cu...

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El mundo está que arde, como si hubiesen reventado las costuras ignífugas naturales que algún día debió de tener, puesto que logró sobrevivir y generar vida en un universo donde la mayor parte de la materia es de una belleza y una infertilidad desoladoras.

Antes de la aparición del ser humano como especie, la Tierra ardía de mil maneras mucho más elegantes: no se puede ni comparar el esplendor trágico de un rayo o de un volcán con un pirómano imbécil armado con un mechero de plástico. Este hermoso planeta nació sin nosotros y sin nosotros morirá seguramente. Aunque quizás lo haga por culpa nuestra y arder sea su manera de extinguirse en el frío espacio.

Incendios provocados, fallecimientos debidos a la canícula, explosiones, apagones de luz, asesinatos, guerras a medio luchar, abandonos de recién nacidos... son algunas de las llamas que flamean por doquier en este verano ardiente.

El mundo es cada día menos voluntad y más representación, y, como sabemos que tristemente a él también le llegará su hora, a veces una se dice a sí misma que sería lamentable perderse un espectáculo tan grandioso y de tan dudoso buen gusto. Que no estaría mal poder asistir al fin del mundo sentada en la primera fila. Aunque no me desanimo del todo: creo que aún es posible que los contemporáneos lleguemos a tiempo de presenciar la función. Desde luego, no se puede decir que no hacemos lo que podemos para que salga bien el ensayo general. Especialmente, los nauseabundos pirómanos.

Cuando sube mucho la temperatura, todo se apresura a pudrirse, desde la comida hasta las esperanzas. Pero, con o sin calor, no hay que hacerse ilusiones respecto a la prevención efectiva de la mayoría de los desastres. Excepto, tal vez, en lo que atañe a los pirómanos patrios. Jonathan Swift escribió Una modesta proposición destinada a evitar que los niños de Irlanda sean una carga para sus padres y el país sugiriendo una solución contundente, pero de lo más eficaz, para resolver aquel viejo problema: cocinar a los pequeñuelos, y luego comérselos. A lo mejor deberíamos aplicar sus tesis con los pirómanos. Así podríamos concentrarnos en los fuegos que (todavía) se pueden apagar con el entendimiento.

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