La fuerza domesticadora de lo pequeño
No sólo al extender la alfombra de la causa,
con ganas de decir basalto a los reproches,
con la esgrima de la separación
bipartita del mundo,
también -y más, si cabe- la carne sin llenar,
las caricias que cierran la textura,
el electrodo del aquí y ahora.
Hay tibieza dormida en los cristales
que el tacto rompe,
hay moscas de la lengua con dulzor boreal,
hay una mano en cada guante:
Forma,
cualidad de lo obvio,
rehén del claroscuro,
tiempo garrapiñado,
propaganda.
Carezco de tus virtu...
No sólo al extender la alfombra de la causa,
con ganas de decir basalto a los reproches,
con la esgrima de la separación
bipartita del mundo,
también -y más, si cabe- la carne sin llenar,
las caricias que cierran la textura,
el electrodo del aquí y ahora.
Hay tibieza dormida en los cristales
que el tacto rompe,
hay moscas de la lengua con dulzor boreal,
hay una mano en cada guante:
Forma,
cualidad de lo obvio,
rehén del claroscuro,
tiempo garrapiñado,
propaganda.
Carezco de tus virtudes, amor.
Son puertos democráticos
en las aspas azules de amaneceres verdes,
saludos tramitados.
No sólo tengo ganas de decir,
sino de golpear la puerta sin intención de abrirla,
airear la mudez,
sacudir el error de tanta perfección compensatoria,
de tantos mundos llenos de sentidos
y un mundo aún por despoblar.
Carlos Pardo (Madrid, 1975) es autor de los libros de poemas El invernadero (Hiperión) y Desvelo sin paisaje (Pre-Textos).