Tribuna:

Un poco de sentido común

La verdad es que los ciudadanos no les pedimos a los políticos el oro y el moro, sino tan sólo un poco de sentido común. Por desgracia, eso resulta tan raro que, cuando alguno de ellos se descuelga con unas gotas, encima se arma la marimorena. Lo anterior viene a cuento del propósito, expresado por el nuevo consejero de Educación, de gastarse el dinero en equipamientos escolares antes que en mejorar el aspecto exterior del IVAM. Ya llevo leídos varios artículos reticentes con una medida que, sin duda, aplaude la mayoría de la población. Ya sé, ya. Es evidente que, dicho así, la decisión puede ...

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La verdad es que los ciudadanos no les pedimos a los políticos el oro y el moro, sino tan sólo un poco de sentido común. Por desgracia, eso resulta tan raro que, cuando alguno de ellos se descuelga con unas gotas, encima se arma la marimorena. Lo anterior viene a cuento del propósito, expresado por el nuevo consejero de Educación, de gastarse el dinero en equipamientos escolares antes que en mejorar el aspecto exterior del IVAM. Ya llevo leídos varios artículos reticentes con una medida que, sin duda, aplaude la mayoría de la población. Ya sé, ya. Es evidente que, dicho así, la decisión puede parecer populista y hasta demagógica. Evidentemente, si este tipo de prioridades se hubiese llevado siempre a rajatabla, no existirían ni las catedrales de la región de París ni los palacios renacentistas italianos. Pero es que, la cuestión, no es ésta. ¿Cuál es, pues, la cuestión? La cuestión es que nos hallamos al borde del abismo, que el panorama no es que sea negro, es nigérrimo, y este país camina aceleradamente hacia el desastre. Vamos a ver. Desde la muerte de Franco hasta hoy los españoles hemos ganado progresivamente en autoestima y en confianza en el futuro. Han colaborado a ello las tareas de Gobierno de los dos grandes partidos de ambos -y también de partidos más pequeños cuando gobernaron en ámbitos autonómicos o municipales-. Pero, al mismo tiempo, las bases objetivas de esta confianza se han ido deteriorando y, por culpa también de todas estas formaciones políticas, aunque no sólo de ellas, cada vez hay más motivos para pensar que el tinglado se nos hundirá estrepitosamente cualquier día y que no podemos esperar otra cosa que una depresión, económica y vivencial, profunda. Hay que estar ciego para no verlo. ¿Cuál es la base de la riqueza de las naciones? No lo son ni el petróleo -piénsese en Venezuela o en Nigeria-, ni el oro -ahí está el Congo- ni la feracidad del suelo -Camboya o Nicaragua se cuentan entre los países más pobres de la tierra- ni el poder militar -véase lo que ocurre en la India y en Pakistán-. Lo que marca distancias es el factor humano, la preparación de la gente, y sobre todo de los jóvenes. Por eso, Corea, Singapur, Japón y, en seguida, China, van a dominar el mundo en el siglo XXI, a pesar de que no tienen prácticamente nada de nada. Por eso, lo ha dominado EE UU en el siglo pasado, porque aprovechó (y sigue aprovechando) los talentos intelectuales de los inmigrantes que hicieron el país.

Y ahora examinemos el caso español. Mientras otros estados de la UE, como Irlanda, que eran mucho más pobres que nosotros, aprovecharon los recursos de Bruselas para convertir al país en un activo centro de la industria informática, nosotros, ¿qué hemos hecho? Construir, construir y construir. Mientras tanto, la decadencia intelectual de nuestros jóvenes y de la población en general se aceleró. No es una opinión, sé de lo que hablo, pues me dedico a esto. Ahora que la UE va a desviar las ayudas a los países del Este y que oleadas de licenciados y técnicos van a poder instalarse en el Oeste sin trabas, nuestros jóvenes no tendrán nada que hacer. Créanme: nada. Porque es cierto que el llamado socialismo real resultaba deprimente y no era nada democrático. Pero también es verdad que proporcionaba unos niveles educativos que aquí no podemos imaginarnos ni en sueños.

No se engañen. En la nueva Europa de los veinticinco, en la aldea global en que se ha convertido el mundo, nuestros jóvenes están condenados al paro. Porque no podrán competir ni con los técnicos de los países desarrollados ni con los obreros de los subdesarrollados: para lo primero les falta formación científico-técnica; para lo segundo, espíritu de sacrificio. ¿Que qué pueden hacer?: irse de marcha, modalidad hedonista en la que, sin duda, son líderes entre sus compañeros europeos. El desastre es mayúsculo y todos somos culpables.

Los políticos, a que me he referido arriba, desde luego. Pero no habrían actuado como lo hicieron si la sociedad se hubiese opuesto. Sólo que no lo hizo. Cada vez que cualquiera de nosotros sí, no se esconda: usted y usted -y yo mismo- prefirió dar la razón a su niñato en vez de a su profesor, el sistema se hundía un poco más. Cada vez que desde los medios se propalaba la especie de que para triunfar en la vida lo mejor es ser frívolo y aplastar a los demás en lugar de concentrarse en el trabajo y en el estudio, el fango del tercermundismo se nos tragaba otro milímetro.

Creo que uno de los problemas más serios del sistema democrático español es que nadie tiene claro el orden de prioridades. Hasta ahora sólo dos cuestiones han merecido los honores de un pacto de todas las formaciones políticas: las pensiones y la lucha contra el terrorismo. Pues bien, o espabilamos y llegamos cuanto antes a un gran acuerdo sobre la educación o más vale que vayamos liquidando las existencias y cerrando el negocio. Nuestros índices de I+D están por los suelos, el profesorado ha sido desprestigiado y humillado hasta límites inconcebibles, los alumnos se han convertido -no por su culpa- en una panda de ignorantes, y aquí todos tan contentos. Hasta que vengan el llanto y el rechinar de dientes. ¿Es que nadie va a tener un poco de sentido común?

Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia. (lopez@uv.es)

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