CAMPEONATOS DEL MUNDO DE NATACIÓN

Cola de ratón

Algo pasa con la natación española, que no despega. O peor: se encuentra en un estado de regresión en la emergente Europa, donde se produce un curioso reparto de poder. Por un lado están las viejas potencias, como Alemania, Italia, Suecia, Holanda o Rusia, muy capaces de amenazar el duopolio de Estados Unidos y Australia con nadadores como Pieter van den Hoogenband, Inge de Bruin, Massimiliano Rossolino, Kurmoníkov -nuevo plusmarquista mundial de 200 metros braza- o Francisca Van Almsick (ausente en Barcelona). Son países que revalidan el prestigio de su natación en todas las grandes ocasiones...

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Algo pasa con la natación española, que no despega. O peor: se encuentra en un estado de regresión en la emergente Europa, donde se produce un curioso reparto de poder. Por un lado están las viejas potencias, como Alemania, Italia, Suecia, Holanda o Rusia, muy capaces de amenazar el duopolio de Estados Unidos y Australia con nadadores como Pieter van den Hoogenband, Inge de Bruin, Massimiliano Rossolino, Kurmoníkov -nuevo plusmarquista mundial de 200 metros braza- o Francisca Van Almsick (ausente en Barcelona). Son países que revalidan el prestigio de su natación en todas las grandes ocasiones. A ellos se añaden los británicos, que han resurgido bajo la dirección del australiano Bill Sweetenham, y los franceses. En este grupo de países clásicos debería figurar España, no tanto por su pasado en la natación como por su reciente poderío en la escena del deporte. En los últimos diez años, España ha pasado del monocultivo del fútbol a un fascinante territorio que abarca casi toda la baraja del deporte. Del motor al golf, del tenis al balonmano, del atletismo a la gimnasia, el éxito español no se discute. Pero en la natación no se advierte ningún avance. España es un país de tercera.

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Esta realidad se vuelve más sangrante en el actual panorama europeo. En los Juegos de Sydney se vivió la paradoja de la irrupción de países como Rumania, Eslovaquia, Polonia, Ucrania o Dinamarca frente al hundimiento de España, apenas defendida por la medalla de Nina Jivanévskaia. El podio no era un problema porque era imposible soñar con el éxito. La evidencia del desastre residía en la incapacidad de los nadadores para alcanzar las finales y, muchas veces, las semifinales. El mismo país que se batía con los mejores en el waterpolo, dejaba una estela tercermundista en la natación. Aunque se aprecian algunos signos de mejoría, parecen insuficientes. Cuando menos, la natación española atraviesa un estado de convalecencia que va para largo. Los Mundiales servirán para trazar el diagnóstico, que parece preocupante, y quizá para estimular a un país que es alguien en el mundo del deporte, pero que en las piscinas es poca cosa.

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