Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA

Cuní, la independencia y otras maldades

Alguna vez he hablado de los amigos. Extraño amigo este Josep Cuní, a quien le confiaría sin dudar mis angustias más profundas, y, sin embargo, no he trabado tanta intimidad con él como para hacerlo. Pero hay gente que circula por la vida de una así, creando complicidades inesperadas, forjando camino compartido y compartido sentimiento. Gente a la que amas porque merece ser amada, más allá de los amores trabajados que una acumula. Gente en la que crees porque no falla nunca en lo sustancial, en lo íntegro. Mi relación con Josep nació en este mismo periódico, hace mil años, cuando él intentaba ...

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Alguna vez he hablado de los amigos. Extraño amigo este Josep Cuní, a quien le confiaría sin dudar mis angustias más profundas, y, sin embargo, no he trabado tanta intimidad con él como para hacerlo. Pero hay gente que circula por la vida de una así, creando complicidades inesperadas, forjando camino compartido y compartido sentimiento. Gente a la que amas porque merece ser amada, más allá de los amores trabajados que una acumula. Gente en la que crees porque no falla nunca en lo sustancial, en lo íntegro. Mi relación con Josep nació en este mismo periódico, hace mil años, cuando él intentaba crear una radio pública en catalán y yo decidí criticarle ácidamente el proyecto. Mucho ha llovido desde entonces -densa biografía de ambos-, pero lo que sobre todo ha llovido ha sido su capacidad para crear de la nada proyectos radiofónicos competitivos y profesionales. A pesar de la mala memoria de este país ingrato -Maria Aurèlia, que al cel sies...-, en los anales de la cosa tendrán que dedicarle un capítulo entero a Cuní. Creó Catalunya Ràdio. Creó COM Ràdio. Ha creado, hasta la fecha, Ona Catalana. Y no me refiero a la creación logística, obviamente, sino a la capacidad de crear conceptos radiofónicos duraderos, creíbles y a la vez comerciales. Periodista en estado puro, si entendemos la profesión en términos de nariz comunicadora, ha basado su indiscutible reinado -reconocido o no- en las tres patas serias de la profesión: rigor, independencia e intuición. No sé cuál de las tres le ha resultado más llevable, pero sé perfectamente cuál le ha resultado más cara: la independencia, esa maldad del profesional que se obceca en ser un profesional. Ahora, que se va -o le sacan- de Ona Catalana, es un gran día para hablar de las maldades de la independencia, especialmente en este país forjado en las idas y venidas de los despachos, donde lo peor que uno puede ser en el mundo es no ser de nadie. ¿Quién fraguó esa frase sabia?: "Los que se dedican a trabajar siempre son vencidos por los que se dedican a conspirar". Así es, sobre todo, porque la dirección social generalmente está en manos de mediocres redomados, más encantados con el pelota de turno, cuyo destino controlan, que con alguien que hace su trabajo bien y bien libre de presiones. No creo que Cataluña valore la categoría profesional de nadie. Ahí están, mírenlos, mírenlos, nuestros queridos Josep Maria Flotats y Lluís Pasqual, nuestro Tortell Poltrona, y la larga lista de escritores brillantes cuya memoria dura lo que dura el sepelio. Ahí están los que se van hartos, los fatigados, los demasiado buenos para ser alguien en este país de muchos nadies. Si no eres de alguna capilla sólida, y decides vivir en la intemperie de tu profesión, y encima esperas recibir reconocimiento, lo mejor que pueden decir de ti es que eres un pedazo de ingenuo. El reconocimiento pasa por la subordinación. O por el exilio...

Josep Cuní no se exilia, que yo sepa. Pero cuando un profesional de categoría se queda fuera de las ondas, y quien le echa del trabajo es el cansancio, la narrativa bélica doméstica, el ruido de despachos, la falta de príncipes protectores, la inquebrantable voluntad de mantener su independencia, entonces el viaje interior es un exilio. Dicen que le dijeron que sería bueno pensar que habría que decidir... romper la cláusula de libertad, tanto de contenidos como de colaboradores. Pasaporte y puente de plata... Desde que el mundo Cuní es mundo, todos saben que eso es lo único que Cuní considera innegociable. Por tanto...

La independencia tendría que ser un plus en un país maduro. Cuando un periodista lleva miles de años haciendo radio día a día, jugándose el tipo en las paralelas de la información, y nadie sabe qué puñetas vota, es que se trata de alguien con mucho calado. És o no és un dels nostres?, se han preguntado reiteradamente los grandes de la política. Y los imbéciles de turno, generalmente bien situados en los aledaños de los grandes, les han respondido que no. Y tienen razón, los pobres, hartos de enviar a jefes de prensa a presionar con efecto cero; cansados de quejarse de que alguien dé más crédito a la información que a la propaganda; estériles sus sutiles amenazas, sus lindos ejercicios de complicidad forzada, hasta inútiles sus promesas de futuro. No es uno de los nuestros porque en su manual no entran las consignas.

Sin embargo, si los grandes fueran realmente grandes, sabrían que hombres como Josep Cuní son realmente uno de los nuestros. ¿Hay más fiabilidad que la que parte del concepto profesional de la información? Los nuestros tienen que ser ellos, los que tienen personalidad y no se la juegan a los dados partidistas; los que tienen un concepto profesional del periodismo y no lo someten a las servidumbres circunstanciales; los que están más preocupados por el oyente que por el jefe de prensa; aquellos que respetan al político porque no lo sirven; los que te harán la entrevista más difícil, y por ello brillarás si eres brillante; los que intentan que, en el decorado pequeño de nuestro paisaje colectivo, existan, a pesar de los pesares, los horizontes lejanos. O ellos son los nuestros, o lo nuestro será -si no es ya- el paraíso de la mediocridad.

No lloro por Cuní. Los buenos caen de pie y se ríen de nosotros desde su sólida prestancia. Ahora podrá pasear por La Rambla un miércoles por la mañana, soñado placer... Habrá quien piense que ha perdido. Pobre infeliz: Cuní no ha perdido nada y gana mucho, tiempo y libertad; somos nosotros los que perdemos con cada profesional brillante que quemamos a golpes de mezquindad, comploteo y bajos instintos. País indolente e ingrato, tan asustado de pensar alto que exilia lo categórico para subsistir felizmente como anécdota.

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