Columna

Avisos

La feria de San Isidro ha sido un desastre, dirán que no hay dinero, pero lo que falta es vergüenza. Los toros venían del Batán cansados y al primer capotazo se tumbaban. Acabarán sacándolos al ruedo en carretilla, los toreros les darán palique y en eso consistirá la faena. Después de la corrida, ningún aficionado sube toreando por la calle de Alcalá. Y de los presidentes, qué decir, si con sus actuaciones no necesita enemigos la fiesta.

El mejor trofeo de esta isidrada de 2003 es la cazuela de rabo de toro. Cabal de sal y salsa la toman los turistas en los figones de la plaza Mayor. Mu...

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La feria de San Isidro ha sido un desastre, dirán que no hay dinero, pero lo que falta es vergüenza. Los toros venían del Batán cansados y al primer capotazo se tumbaban. Acabarán sacándolos al ruedo en carretilla, los toreros les darán palique y en eso consistirá la faena. Después de la corrida, ningún aficionado sube toreando por la calle de Alcalá. Y de los presidentes, qué decir, si con sus actuaciones no necesita enemigos la fiesta.

El mejor trofeo de esta isidrada de 2003 es la cazuela de rabo de toro. Cabal de sal y salsa la toman los turistas en los figones de la plaza Mayor. Muchos de los que hacen la digestión por los alrededores son desvalijados, y los que se resisten sufren lesiones o mueren. El pícaro que los ataca seguramente ha probado el mismo plato en el hospicio, en el correccional o en la casa de comidas, de donde se ha largado sin pagar su precio.

También se distribuye este guiso en asilos y hospitales, aunque sin la vigilancia de los doctores, de modo que los que repiten ración pagan el exceso. Pero siempre les queda el consuelo de haber muerto en la cama y no acuchillados en una esquina por la delincuencia callejera o reventados y esparcidos sus restos como los usuarios de los servicios públicos -trenes, aviones, autobuses-, que, por la desidia de los políticos, son víctimas del error humano.

La avaricia del contratista derriba los aviones, y el cansancio del conductor estrella el autobús. Por caducidad de las instalaciones descarrilan los trenes, y por la incuria de las constructoras se matan los albañiles. Raro es el día en Madrid sin un accidente de andamio. La sangre de los infortunados y el llanto de los deudos llenaría los ríos de la provincia. Las autoridades presiden los entierros, pero no abandonan sus cargos ni aprietan a las empresas.

En la medianoche del viernes, barrio del Lucero, mataron a otra mujer. Sesentona, con una hija casada y un nieto. No hubo robo ni acoso, sino disputa conyugal. Los vecinos dieron la alarma porque no podían dormir con los gritos. Al principio los atribuyeron a la tele, pues su violencia se confunde con la realidad de la calle. Cuando derribaron la puerta y vieron a la mujer cosida a puñaladas, estimaron cortas las quejas.

Se sospecha del esposo, pero todavía no se ha confesado autor del crimen, porque cuando la justicia le buscó ya estaba huido. Un hombre corriente, sin antecedentes ni murmuración, carnicero de Legazpi. Por querencia, escapó hacia Vista Alegre y sigue abanto por las inmediaciones del coso de La Chata, eso se cree. Aunque, más pronto que tarde, se personará por donde juega su nieto, cerca del mercado de San Braulio, junto al metro de Urgel.

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Acaso le contará entonces por qué mató a su abuela y, si no acierta a explicarlo, le dejará en herencia su ejemplo. Cuando se educa a los hombres en que deben dominar a las mujeres, no cabe esperar sino violencia. La hija dice a las vecinas que no perdona a su padre este crimen, pero delante de su marido se lo calla, porque le alza la mano y teme seguir el destino de su madre. Con estas mentalidades no hay quien frene el derramamiento de sangre.

Unos espantos tapan a otros y, como la actualidad manda, ocurre lo que en los toros, que nadie se acuerda del que abrió plaza cuando están lidiando el quinto. Para sobrevivir a esta sangría hay que echarse los cadáveres a la espalda, aceptar que dentro y fuera del ruedo todos tenemos fijada la hora y que, cuando ésta se retrasa, la presidencia lanza un aviso. Quien pisa la calle de Madrid arriesga la vida; menos mal que disfrutamos de los atardeceres más bellos.

Se alargan los días y las noches se abrevian, comienza julio y no se respira ni en los parques. En el horno de Madrid se achicharra la gente, esto parece Auschwitz. Si para san Cayetano no ha llovido, ¿cómo se limpiará esta corrupción? Nada se decidirá en verano, porque, al igual que otras veces, aguardaremos a resolverlo en otoño, y, mientras estudiamos un remedio, se presentará el invierno, y antes de que podamos darnos cuenta llegará la Nochebuena, que como vino se irá y nosotros nos iremos y no volveremos más.

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