Crítica:

Un torbellino

Bello concierto. Especialmente en la segunda parte. Pero vayamos por partes. La expectación era, digámoslo de entrada, extraordinaria. Y a ello no era ajena la presencia de una mujer como directora. Emmanuelle Haïm no es, en cualquier caso, una directora convencional. De entrada, no imita a los varones. Utiliza sus armas de mujer, es decir, una gestualización precisa y abierta, una sensibilidad como mínimo diferente. Vestida de forma elegante, con un vestido largo en negros y blancos, la directora está sonriente casi siempre, pero no por capricho. Haïm busca la complicidad con sus músicos y, l...

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Bello concierto. Especialmente en la segunda parte. Pero vayamos por partes. La expectación era, digámoslo de entrada, extraordinaria. Y a ello no era ajena la presencia de una mujer como directora. Emmanuelle Haïm no es, en cualquier caso, una directora convencional. De entrada, no imita a los varones. Utiliza sus armas de mujer, es decir, una gestualización precisa y abierta, una sensibilidad como mínimo diferente. Vestida de forma elegante, con un vestido largo en negros y blancos, la directora está sonriente casi siempre, pero no por capricho. Haïm busca la complicidad con sus músicos y, lo que es más importante, la encuentra. Por eso suena la música tan poco afectada, con un vigor al margen de toda sospecha, con una vitalidad a flor de piel.

Acis, Galatea y Polifemo De Händel

Le Concert D'Astrée. Clave y dirección: Emmanuelle Haïm. Con Sandrine Piau, Laurent Naouri y Delphine Haidan. Festival de Granada. Palacio de Carlos V. Alhambra. 25 de junio.

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De Haïm hablábamos. Maravillosa al clave, como ha manifestado en más de una ocasión hasta el mismísimo Simon Rattle y como ha demostrado también en Granada anteayer, la directora francesa ha sacado a la luz sus habilidades con el signo de la emoción en primer plano. Lo suyo ha sido una lección de alegría, de espontaneidad en primer plano. Tiene una técnica precisa, por otra parte. No muy variada, pero sí muy eficaz. Lo que de ella destaca es, en cualquier caso, su energía. Un torbellino, vamos. Únicamente he encontrado un caso parecido, el de la brasileña Ligia Amadio dirigiendo a Villalobos, pero eso es otra historia.

En la deliciosa obra de Händel Acis, Galatea y Polifemo no todo fue un camino de rosas. De hecho, la primera parte dejó en la sala un cierto desasosiego. Los tiempos eran en exceso ligeros, o, si me apuran, confusos, y el clima sonoro era, en cierto modo, alborotado. La afinación no era siempre exacta en los cantantes y, al final, lo que prevalecía era una sensación de espontaneidad no del todo controlada. Las cosas cambiaron, y de qué manera, en el segundo acto. Sobre todo desde el aria Fra l'ombre e gl'orrori del barítono Laurent Naouri, dispuesto a cambiar el tono de la noche. Lo consiguió. La soprano Sandine Piau se vino arriba, con una actuación impecable hasta el final, y la mezzo Delphine Haidan no se quedó atrás a la hora de desplegar las emociones latentes en la música de Händel. Entonces fue cuando más lució la capacidad concertadora, y hasta cierto punto humilde, es decir, al servicio de la creación musical, de la directora Emmanuelle Haïm. A estas alturas ya no importaba si era hombre o mujer. Lo único que contaba es que la música fluía con una ligereza y una naturalidad admirables.

Quizás es obligatorio un último comentario sobre la seducción del director de orquesta, habida cuenta de la grata impresión causada. Hay una cuestión de perogrullo: la seducción masculina poco tiene que ver con la femenina. Y otra aún si cabe más obvia: todo director que se precie debe ser seductor. O seductora. Emmanuelle Haïm lo es. Sus guiños de complicidad parten de la ilusión de hacer música sin más. Para el mundo del barroco es una bendición. Para el resto es cuestión de tiempo.

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