Aristófanes 'motero'
La obra de Carles Santos, siempre inclasificable, deambula constantemente entre la performance, la ópera-teatro, la ópera-circo y todo tipo de mixturas, aunque hay excepciones, porque, quizás, L'adéu de Lucrècia Borgia sea, simplemente, una cantata. Se añade ahora a su catálogo la ópera-desfile u ópera-procesión. En esta Lisístrata, todo discurre constantemente ante el público (en ocasiones, a gran velocidad), y la mayoría de las escenas están concebidas como un deambular desde un extremo al otro de la inmensa nave saguntina, muchas veces en itinerario de ida y vuelta. Los...
La obra de Carles Santos, siempre inclasificable, deambula constantemente entre la performance, la ópera-teatro, la ópera-circo y todo tipo de mixturas, aunque hay excepciones, porque, quizás, L'adéu de Lucrècia Borgia sea, simplemente, una cantata. Se añade ahora a su catálogo la ópera-desfile u ópera-procesión. En esta Lisístrata, todo discurre constantemente ante el público (en ocasiones, a gran velocidad), y la mayoría de las escenas están concebidas como un deambular desde un extremo al otro de la inmensa nave saguntina, muchas veces en itinerario de ida y vuelta. Los espectadores, situados en gradas a ambos lados del enorme corredor, ven llegar, desde lejos, a actores, cantantes, atrezzo de todo tipo y -también- motos. La curiosidad se despierta hasta que la proximidad amplía la potencia de la voz y la visión del detalle, para perderse luego en las sombras del lado opuesto. Mientras tanto, la mirada y la atención están ya dispuestas a ocuparse del próximo paso o grupo: de ahí el paralelismo con procesiones y desfiles. De ahí también la voluntaria discontinuidad del discurso dramático y la fractura constante de la acción. El público, seducido -con razón- por las abundantes pinceladas humorísticas y por la brillante imaginación desplegada en cada episodio, no pareció resentir tales discontinuidades.
Lisístrata
Lisístrata, de Aristófanes, en adaptación de Pedro Barceló y Carles Santos. Idea, dirección y música: Carles Santos. Escenografía: Toni Miralda. Vestuario: Mariaelena Roqué. Iluminación: Carlos Alfaro. Coreografía: Toni Jódar. Alberdi, Castelar, Ferrer, Rodríguez, Schneider (cantantes). Castilla, Foix, Fenollar, Juan, Moltó, Rocatti, Sancho (actrices). Coro de la Generalitat Valenciana. Bailarines, pilotos de moto e instrumentistas. Puerto de Sagunto, antigua nave de los Talleres Generales, 7 de junio de 2003. Bienal de Valencia.
No sólo se superponen en Lisístrata la voz hablada, el canto y la música instrumental (de hecho, el personaje central se lo reparten Ángela Castilla como actriz y Leticia Rodríguez como cantante), sino que el ruido de las motos se convierte en un elemento musical que se combina con los otros como un instrumento más: acelerones, estampidas, frenazos, motor simplemente encendido: parecía un guiño a la vanguardia que enarboló la música concreta en los años cincuenta. Hubo un momento incluso en que las motos intentaron realizar un breve pero eficaz basso ostinato. Y en otro, sobre ellas, las cantantes -furiosamente enardecidas- evocaban la tramoya de las walquirias wagnerianas, guerreras valerosas encima de sus corceles.
Carles Santos retrató irónicamente la desesperación que la eliminación del sexo provoca en hombres y mujeres: ése es el tema central de esta lectura, donde el "no a la guerra" aparece bastante desprovisto de connotaciones políticas (cabe recordar que el encargo es previo a los recientes acontecimientos bélicos). "No a la guerra", dicen las mujeres. Pero, sobre todo, porque en la guerra se van los chicos. Enojadas, sus hombres reciben de ellas la sanción de una castidad forzosa hasta que se avengan a firmar la paz en el Peloponeso. Como siempre, el compositor de Vinaroz ilustró el texto de Aristófanes con plasticidad y eficacia, bien auxiliado por la escenografía, el vestuario y la iluminación. El falo se convirtió en el rey del espectáculo. Un falo inteligentemente reivindicado -para su propio disfrute, eso sí- por los ocho violines (las mujeres), que se enfrentan a ocho estrepitosas y torpes guitarras eléctricas (los hombres). Planeando sobre ellos, como no podía ser menos en un entorno griego, la hermosa música diseñada para el coro, que cohesionó la obra y la ubicó en los parámetros más adecuados.