Columna

Disparates

Al margen de los resultados concretos de las urnas (por cierto, que en esta ocasión todos aseguran haber ganado, es un prodigio), cuando las elecciones se acaban, uno suele sentir un alivio semejante al que produce la llegada del silencio tras un estruendo horrísono. Al fin nos libraremos de ver por todas partes a esos candidatos de sonrisa petrificada (¿de qué se sonreirán todos tantísimo?), al fin dejarán de prometernos túneles a porrillo, coquetonas calles peatonales y carreteras asfaltadas de rico chocolate como en los cuentos de hadas.

Sería conveniente que las próximas elecciones ...

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Al margen de los resultados concretos de las urnas (por cierto, que en esta ocasión todos aseguran haber ganado, es un prodigio), cuando las elecciones se acaban, uno suele sentir un alivio semejante al que produce la llegada del silencio tras un estruendo horrísono. Al fin nos libraremos de ver por todas partes a esos candidatos de sonrisa petrificada (¿de qué se sonreirán todos tantísimo?), al fin dejarán de prometernos túneles a porrillo, coquetonas calles peatonales y carreteras asfaltadas de rico chocolate como en los cuentos de hadas.

Sería conveniente que las próximas elecciones las ganara el PSOE, aunque sólo fuera por ese principio de salud democrática consistente en que ningún partido debería permanecer en la poltrona más allá de dos legislaturas, porque, pasada esa frontera, todos suelen tornarse una miaja faraónicos y mafiosos. Y, aunque desconfío de las mayorías absolutas, preferiría que el PSOE ganara con holgura, para que no tuviera que depender de una IU que últimamente me tiene frita por su ambigüedad con los matones del País Vasco y con la dictadura de Castro. Pero, claro, para eso el PSOE tiene que convencer a la ciudadanía; y me pregunto cómo es posible que, teniendo tantos argumentos a su favor (el Prestige, la guerra), la oposición haya obtenido unos resultados tan medianos. Tal vez haya fallado el tono. Por ejemplo, no creo que haya sido bueno que candidatos socialistas como Rosa León dijeran que, en caso de perder, iban a hacer una oposición salvaje, porque lo que queremos los ciudadanos es una oposición eficaz, no una algarada vociferante (la democracia es un sistema de consenso civilizado que busca justamente huir del salvajismo). Y resulta muy inquietante ver a gentes de izquierdas abroncando a un candidato para que se retire, e impidiéndole subir al escenario si no es para decir lo mismo que ellos dicen: eso sí que es pensamiento único. Las democracias maduras, y España lo es, son, por fortuna, sociedades sensatas. De hecho, creo que el abultado triunfo de Gallardón, pese a la considerable rémora de Botella, se debe sobre todo a su comportamiento tolerante. Dejémonos de disparates y recuperemos profundidad política, o no se ganarán las generales.

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