Columna

Normalidad

Suponiendo, demasiado generosamente, que los hispanistas tal vez nos hallemos en condiciones más objetivas para sopesar cuestión de tanto peso, a uno le preguntan con frecuencia si España va bien. Y uno suele contestar que sí, añadiendo luego que, claro, no todo el monte es orégano.

No lo es, naturalmente (ni aquí ni en ningún sitio), aunque, con la excepción de las fragosidades del norte, donde a menudo escasea, la profusión de la hermosa planta aludida -que, además de aromática, es muy útil como tónico y condimento- llama la atención, por lo menos la de este observador y contribuyente...

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Suponiendo, demasiado generosamente, que los hispanistas tal vez nos hallemos en condiciones más objetivas para sopesar cuestión de tanto peso, a uno le preguntan con frecuencia si España va bien. Y uno suele contestar que sí, añadiendo luego que, claro, no todo el monte es orégano.

No lo es, naturalmente (ni aquí ni en ningún sitio), aunque, con la excepción de las fragosidades del norte, donde a menudo escasea, la profusión de la hermosa planta aludida -que, además de aromática, es muy útil como tónico y condimento- llama la atención, por lo menos la de este observador y contribuyente.

El desarrollo de la jornada electoral, a lo largo y a lo ancho del territorio, y las formas observadas durante la noche y madrugada siguientes, me confirman en este análisis. España está viviendo gozosa la revolución de la normalidad, y por fin, después de tanta historia triste, se siente segura en su casa y fuera. Y, lo más importante de todo, contempla el futuro con confianza.

He dicho las formas. Ruiz Gallardón habló de la oposición con la magnanimidad que uno espera de un político de su talla -será un magnífico alcalde de Madrid, digno sucesor, en versión centrista, de Tierno Galván- y Trinidad Jiménez estuvo estupenda y radiante en su derrota y en su afirmación de que, triunfe quien triunfe en unos comicios libres, el gran ganador es la misma democracia.

El vuelco decisivo que esperaban los socialistas no se ha dado, desde luego, pese al debacle del Prestige y al inmenso error -percibido así por una abrumadora mayoría de españoles- de la entrega de Aznar a Bush. Cuando Llamazares enfatizó, horas antes de conocerse los resultados definitivos, que se abría "un nuevo ciclo político" favorable a la izquierda, uno sintió algo así como un leve cosquilleo de escepticismo. Y la verdad es que el avance no ha sido nada espectacular. Cabe pensar que, llegado el momento de la verdad, pocos electores de derechas, en desacuerdo con la política del Gobierno en relación con Iraq, cambiaron su voto (ello sí habría sido pedir peras al olmo). Con todo, los resultados han sido lo suficientemente positivos para insuflar en el PSOE e IU el necesario optimismo para redoblar esfuerzos y caminar esperanzados hacia las generales que ya, ¡idus de marzo!, se encuentran a la vuelta de la esquina. No puedo dejar de expresar mi ferviente anhelo de que el PP pierda las mismas, ya que me parece que una tercera victoria suya sería muy nociva para la España progresista, culta, europea y amiga del mundo árabe con la cual uno sueña y para la cual, modestamente, trabaja.

Entretanto, evocándonos lo que pasó aquí hace casi setenta años, en tiempos mucho menos apacibles, siguen apareciendo fosas comunes en Iraq. Y en una de ellas los restos de un maestro con pierna de palo. ¿Cómo no recordar a Dióscoro Galindo González, aquel fervoroso y pacífico republicano, maestro de Pulianas, atropellado por un tranvía -de ahí la pierna- y asesinado al lado de Lorca? A Galindo le acaban de poner el nombre de una calle en Santiponce (Sevilla), donde enseñó entre 1929 y 1934. Magnífico detalle. Y otra prueba de que ya estamos, por fin, en la normalidad.

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