Crítica:CRÍTICA | CLÁSICA

¿Coro a tiempo parcial?

En la puerta del Palau y pocos minutos antes de que el Coro de la Generalitat abriera la primera escena de La Gioconda, varios miembros del mismo repartían unas octavillas donde se denunciaba que "tras dieciséis años de dedicación, continúa el contrato a tiempo parcial que encubre una retribución indigna". Cabe preguntarse, desde luego, si tiene sentido que no esté consolidado el único coro profesional que tenemos. Se requiere una formación de estas características tanto en el repertorio sinfónico-coral como en el operístico, y así se ha demostrado, de forma continuada, desde hace mucho...

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En la puerta del Palau y pocos minutos antes de que el Coro de la Generalitat abriera la primera escena de La Gioconda, varios miembros del mismo repartían unas octavillas donde se denunciaba que "tras dieciséis años de dedicación, continúa el contrato a tiempo parcial que encubre una retribución indigna". Cabe preguntarse, desde luego, si tiene sentido que no esté consolidado el único coro profesional que tenemos. Se requiere una formación de estas características tanto en el repertorio sinfónico-coral como en el operístico, y así se ha demostrado, de forma continuada, desde hace muchos años. Por eso mismo resultan injustificables esos contratos a tiempo parcial, tan injustificables que Consuelo Ciscar se ha apresurado a prometer los fondos necesarios para solucionar el problema. Huelga decir que las exigencias de mejora en el empaste, la dicción, el fraseo, la transparencia y la adecuación estilística sólo podrán plantearse con rigor cuando los miembros del coro no tengan que ir a bodas y bautizos para completar emolumentos. El coro, con toda su problemática a cuestas, tuvo una parte esencial en la obra de Ponchielli. La orquesta, por su lado, proporcionó buena base a los cantantes en la célebre aria del Suicidio -por ejemplo-, o en la de Barnaba de la escena VIII. Estuvo muy delicada en el interludio que separa la escena III de la IV (acto segundo), o en la presentación del cuarto acto, con los lúgubres augurios de las trompas. Hace ya tiempo que se observa en la orquesta de Valencia una evolución positiva a la hora de abordar cierto tipo de pasajes "suaves" que tienen predominio de la cuerda. Le faltó, por el contrario, gracia y ensueño en la famosísima Danza de las horas y tapó algo a Enzo y Laura en la escena V del segundo acto.

La Gioconda (versión de concierto)

De Amilcare Ponchielli. Eva Urbanova, Leandra Overmann, Giacomo Prestia, Renée Morloc, Ignacio Encinas, Bruno Caproni. Coro de la Generalitat Valenciana. Orquesta de Valencia. Director: Miguel Ángel Gómez-Martínez. Palau de la Música. Valencia, 17 de mayo de 2003.

En cuanto a los solistas, hubo una clara superioridad de las voces femeninas. Eva Urbanova fue una Gioconda madura en cuanto a la interiorización del personaje. Exhibió también una correctísima técnica vocal para dibujar los amplios saltos que se le exigen en esta partitura, así como los reguladores y las medias voces. Su forma de abordar el papel fue todo un ejemplo de cómo pueden utilizarse muchas técnicas belcantistas en un repertorio que tiende ya hacia el verismo. Todo lo contrario, por cierto, de la manera en que Ignacio Encinas resolvió a Enzio. Leandra Overmann, como Laura, repitió el éxito que cosechó en Valencia cuando hizo la Princesa de Eboli en Don Carlo. El personaje de La Cieca, a cargo de Renée Morloc, fue persuasivo y grato de timbre. De los hombres, el que mejor estuvo fue Giacomo Prestia, como Alvise, por la potencia y buena forma de su instrumento. No convenció Bruno Caproni en el fundamental papel de Barnaba, ya que mostró un vibrato exagerado y una afinación insegura en la zona aguda. En la última escena dijo mejor su parte y logró, con la Urbanova, aplausos entusiastas del público.

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