Crítica:TEATRO

Esplendor en la pista

No hay fieras, trapecio sin red a gran altura ni nada que tenga que ver con la sensación de que los artistas corren un riesgo extremo. Éstos se juegan el prestigio, no la vida. Tampoco hay magos, faquires ni números de sugestión. El circo chino se asienta en una tradición milenaria basada en la combinación de las acrobacias más difíciles con los ejercicios de equilibrismo más inverosímiles, ejecutados con armonía y precisión. Es un circo virtuoso, limpio, con muy poco trucaje. El que ha plantado sus tres carpas en Madrid (la que sirve de antesala al público, la que alberga la pista y 1.800 sil...

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No hay fieras, trapecio sin red a gran altura ni nada que tenga que ver con la sensación de que los artistas corren un riesgo extremo. Éstos se juegan el prestigio, no la vida. Tampoco hay magos, faquires ni números de sugestión. El circo chino se asienta en una tradición milenaria basada en la combinación de las acrobacias más difíciles con los ejercicios de equilibrismo más inverosímiles, ejecutados con armonía y precisión. Es un circo virtuoso, limpio, con muy poco trucaje. El que ha plantado sus tres carpas en Madrid (la que sirve de antesala al público, la que alberga la pista y 1.800 sillas, y la que procura a los artistas cobijo) proviene de Shandong, provincia extremo oriental bañada por el mar Amarillo, cuna de Confucio y sede de una de las escuelas circenses más vitales de la república popular. Allí se llama Troupe Acrobática de Shandong, pero en el extranjero actúa bajo el nombre de Gran Circo Nacional Chino, sello de garantía que su Gobierno concede exclusivamente a las compañías de mayor rango. Muchas se crearon en los años cincuenta (ésta data de 1959), auspiciados por el régimen comunista, y en la actualidad no es difícil encontrar alguna de gira por Europa.

Lo que sorprende de Zensation, el espectáculo que ofrece este circo, no es su estética, ni su envoltorio espiritualista, dispuestos ambos para conectar con los tópicos que el cine y los medios de comunicación occidentales han acuñado de lo que es Oriente, sino la calidad de la mayoría de sus números, la aparente facilidad con que se ejecutan y la versatilidad de los jóvenes artistas de pista: una treintena, que se multiplican, y no tuercen el gesto por ser estrellas en un número y secundarios en otro. El ejército del primer emperador número que abre el espectáculo, recibió en 2000 el clown de plata en el Festival Internacional de Montecarlo; y La pirámide mágica (1984) y El pavo real (1997), que cierran respectivamente la primera y la segunda parte, el clown de oro. Este premio es al circo lo que el nijinski a la danza: a su ganador se le reconoce, indiscutidamente, como el mejor creador mundial del año. El ejército del primer emperador'es una variante inteligente y con dificultad añadida de un ejercicio que hemos visto a otras troupes chinas: varios hombres simio caminan más que trepan por cuatro mástiles verticales y saltan de uno a otro (incluso de espaldas, cabeza abajo, y se sujetan de nuevo sólo con el cruce de pies y tobillos).

La pirámide mágica es un prodigio de tensión entre la fuerza de Chen Ke, artista de 24 años, y la agilidad de sus cinco compañeras. Ke, tumbada de espaldas sobre una mesa, con los pies en alto, deja que las chicas vayan construyendo sobre sus plantas un templete de casi ocho metros de altura, formado por 13 bancos de madera, y que, encaramadas a lo más alto, ejecuten arriesgados equilibrios. Respecto a El pavo real, es paradigma de lo que realmente quiere decir la expresión: "Más difícil todavía". Dieciocho muchachas cabalgan sobre otras tantas bicicletas: de pie sobre el sillín, de pie sobre los hombros de otra, saltando a los hombros de la que conduce la bici de delante, haciendo una pirámide de cuatro alturas sobre seis ruedas y así sucesivamente... hasta que acaban todas sobre la misma bici, sujetas por una sola mano. De parecido nivel son los jovencísimos ícaros, y los saltos que los acróbatas ejecutan a través de aros superpuestos y enfrentados.

Entre lo más conseguido estéticamente

figuran los equilibrios con cinco platos verdes en rotación sobre otras tantas varillas que las chicas sostienen en cada mano: parecen nenúfares de un estanque. El número de malabarismo con sombreros (uno en la cabeza, dos o tres en el aire), coreografiado en variaciones cada vez más aceleradas, es un perpetuum mobile humorístico que no da tregua al espectador. Y el que tiene una música más adecuada: en general, la banda sonora es orientalizante y ajena. Otra concesión al gusto que se nos supone a los occidentales son los acrobáticos combates de kung-fu y boxeo tungbi, que solucionan las transiciones entre números puramente circenses (ocupan el lugar de las entradas de payasos de nuestro circo). Lo mejor, en todos los casos, es lo netamente circense.

Zensation. Avenida de Fuente Carrantona, s/n. Metro Pavones. Madrid. Hasta el 18 de mayo.

Número 'Las hojas de loto', del Gran Circo Nacional Chino.EFE

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