Crónica:LA CRÓNICA

Sin novedad en el fondo

No está hecho el periódico para promocionar hechos que no constituyen acontecimiento o personas que no protagonizan noticia. Así pues, los sujetos que realizan un trabajo de gran calidad pero que no generan novedades no suelen ocupar grandes espacios. Es lamentable porque aunque un periódico es, ante todo, un noticiero, es también fuente y exposición de modelos que imitar, y siempre sería preferible para la salud mental de todos tener en el punto de mira a más corredores de fondo y a menos fenómenos. Pero aquí tenemos este espacio relajante que es la crónica. Un buen lugar para un pequeño home...

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No está hecho el periódico para promocionar hechos que no constituyen acontecimiento o personas que no protagonizan noticia. Así pues, los sujetos que realizan un trabajo de gran calidad pero que no generan novedades no suelen ocupar grandes espacios. Es lamentable porque aunque un periódico es, ante todo, un noticiero, es también fuente y exposición de modelos que imitar, y siempre sería preferible para la salud mental de todos tener en el punto de mira a más corredores de fondo y a menos fenómenos. Pero aquí tenemos este espacio relajante que es la crónica. Un buen lugar para un pequeño homenaje al corredor de fondo, que en este caso no corre, sino que navega por el largo río tranquilo de las palabras que fluyen sin prisa.

Jesús Moncada, el escritor de fondo. No saca novedad alguna por Sant Jordi, se pasa un año traduciendo. A su bola

Pensar en un río a la vez que en un escritor de fondo y pensar en Jesús Moncada fue todo uno. Me une a él, además, una relación curiosa: tiene recuerdos de mi infancia de los que yo carezco. De hecho, siempre he pensado que las vivencias van por un camino y los recuerdos por otro, y que una persona puede haber protagonizado la vivencia y otra distinta ser depositaria del recuerdo que genera. Eso me sucede con el autor de Camí de sirga. De mis primeros años pasados en Mequinenza, ese pueblo que, rebosante de historias pintorescas, desapareció bajo un pantano, no recuerdo más que algunas imágenes fugaces. Mis padres no eran de allí. Llegaron y se quedaron siete años. Luego se fueron a una ciudad de donde tampoco eran y, como esto es hereditario, yo he heredado el no ser mucho de ninguna parte. Él, en cambio, es de los que son de donde son, y luego recuerdan bien lo que han sido. Es un privilegio haber estado ante la mirada de un observador tan atento, tan narrador. Cada vez que le veo me cuenta un pequeño tesoro: recientemente coincidimos firmando y supe que su padre le había comprado al mío, hace 40 años, la primera máquina de escribir, que aún conserva, con la que Moncada escribió sus primeras historias. Esta cabeza repleta de archivos es la que le ha llevado a recrear aquel pequeño mundo de Mequinenza hasta convertirlo en un universo sin fronteras que ha llegado a Holanda, a Japón, a Vietnam, por poner sólo algunos ejemplos de los países adonde han ido a parar sus libros, traducidos a más de 12 idiomas.

Moncada es un ejemplar puro de fondista que sirga: si el verbo sirgar significa hacer que una embarcación remonte el río tirada de una cuerda desde la orilla, en catalán significa también 'trabajar con empeño'. Mucho empeño hay que poner para vivir exclusivamente de la literatura en la forma en que él lo hace: renunciando por lealtad para con su editor a premios millonarios, a propuestas de lo más variado y hasta a colaborar en la prensa de forma habitual, hasta el punto de que acaba de recoger en un libro, Cabòries estivals (Institut d'Estudis del Baix Cinca), los únicos 12 artículos que ha escrito en su vida. Todo ello para dedicarse en exclusiva a hacer y a traducir literatura de ficción. Se pasó un año entero, sin vacaciones, con El conde de Montecristo. Y jamás tiene prisa por acabar una novela. En este plan, como se comprenderá, se vive precariamente de la literatura. De hecho, a lo que hace él, el lenguaje popular lo llama malvivir de la literatura.

Sin embargo, de la literatura nunca se malvive. Eso sólo puede pensarlo quien, considerando que hay separación entre vida y escritura, da preeminencia a la primera sobre la segunda. "Viure és escriure", ha dicho el autor en más de una entrevista, que es lo mismo que decir lo contrario: escribir es vivir al cien por cien. Cualquier escritor de verdad conoce ese estado, esas etapas en las que se pregunta: "Si puedo escribir, ¿qué necesidad tengo de perder el tiempo haciendo lo que muchos llaman vivir?". Escribir es vivir con una intensidad máxima, y eso es algo que conocen también los buenos lectores de los escritores de fondo.

Hay más compensaciones, que tampoco son de orden material. No me refiero a todos esos premios honoríficos que de vez en cuando se le otorgan al escritor de fondo, ni a los elogios de la crítica o de los lectores. Me refiero a esas pequeñas cosas. Recientemente, en la Fira del Llibre, constaté una vez más que Moncada no necesita presentar ninguna novedad para convocar a un número apreciable de lectores. Lo mismo le sucede por Sant Jordi. Los lectores vienen y él, que en otro tiempo cultivó con talento la pintura, cuando le piden dedicatorias, las dibuja a pluma. Dibujos todos distintos. "Et faré un cocodril de l'Ebre, no ho saps, que a l'Ebre hi tenim un cocodril?", le dice a un niño de unos 10 años. El chaval a quien sus padres regalan el libro de Moncada no sabe nada de lealtades editoriales ni de hombres que se encierran un año entero a traducir El conde de Montecristo. Sólo abre mucho los ojos y observa cómo el escritor-dibujante se toma su tiempo. Luego, el escritor le advierte que no cierre el libro para evitar borrones. Y el crío se va con el libro abierto, soplando ligeramente sobre la tinta fresca como si empujara un invisible barquito de papel. Es un barquito de ficción que sólo necesita el soplo delicado del lector de fondo para surcar los ríos y hasta los mares y los océanos. Y a ese barco, ya ven, no le hace falta sirga para avanzar.

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