VISTO / OÍDO

El uso de la palabra

Vi en la pantalla -palacio- a Jiménez Lozano ennoblecer el lugar al recibir el Cervantes, como si le diera un espaldarazo al dueño de la saleta: fui a recordar el discurso de las armas y las letras, y recorté la cita que más me convenía, y a los tiempos: "...hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo suyo, entender y hacer que las buenas leyes se guarden". Jiménez Lozano es un católico profundo de banda ancha, y tengo una vivísima impresión del último libro suyo que he leído, una biografía de Fray Luis de León, o más bien un fragme...

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Vi en la pantalla -palacio- a Jiménez Lozano ennoblecer el lugar al recibir el Cervantes, como si le diera un espaldarazo al dueño de la saleta: fui a recordar el discurso de las armas y las letras, y recorté la cita que más me convenía, y a los tiempos: "...hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo suyo, entender y hacer que las buenas leyes se guarden". Jiménez Lozano es un católico profundo de banda ancha, y tengo una vivísima impresión del último libro suyo que he leído, una biografía de Fray Luis de León, o más bien un fragmento de la vida del fraile perseguido por la Inquisición por mantener con sus letras algo ajeno al poder. La primera vez que le vi: en Triunfo.

Voy a la frase: la misión de las letras humanas, salvadas convenientemente las letras divinas (que, ay, son escritas siempre por los humanos; desgraciadamente, por los otros humanos), no parece hoy que tenga mucho defensor. Esta pérdida parece consecuencia del desencanto. Creo que entre los cuatro o cinco episodios de desencanto que median entre la muerte de Franco y el ascenso de Aznar éste es uno de los más dolorosos. En cierta forma, las letras, o los cultivadores de ellas a los que llamamos intelectuales, han perdido la afición por la justicia distributiva, en vista de cómo podrían perder su partecilla si la defendieran: y a veces, su cabeza o su libertad sí llevan a un extremo esa defensa. No sé cómo se puede "entender y hacer que las buenas leyes se guarden" si entre buenas y malas hay una confusión grandísima, y sus cambios son tan rápidos y tan circunstanciales, o tan oportunistas, que en una mañana de Consejo de Ministros se pierden siglos de graduales avances. Y en "a cada uno lo que es suyo", tan próximo al "cada uno según sus necesidades", parece que hubiera sido un deseo del "estado de bienestar", que tan rápidamente desaparece de entre nosotros.

Las letras están, ahora, muy contenidas, y vuelven al sistema que se defendió en otros tiempos, olvidando a Cervantes: la "obra abierta", la huida del compromiso, el arte por el arte. O, cuando comprometidas, encuentran que la justicia y la riqueza distribuida coinciden en sus propios intereses económicos, después de decretar el fin de las ideologías. Los aldabonazos de la calle iban también a recordar unas obligaciones a quienes la gente ha concedido el uso de la palabra.

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