Reportaje:FÚTBOL | El gran clásico

Estorbo o recurso, nunca una apuesta

Riquelme aspira a entrar en juego en el Bernabéu tras perder la titularidad en Turín

Enfurruñado, la cabeza colgando de sus espaldas y con la misma parsimonia que bota un córner, siempre recogiéndose, Riquelme enfiló el camino del vestuario de Delle Alpi a la hora de partido, incapaz de pararse en el banquillo y discutir la jugada. La última vez que se cruzó con el entrenador después de ser sustituido, ante el Valladolid, se armó la marimorena y no era cuestión de dar más carnaza a la crítica ni conversación a los suplentes. El 10 de Boca, y el 10 también del Barça, sabía que en Turín había perdido la titularidad, tras nueve partidos, el último saldado con empate ante ...

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Enfurruñado, la cabeza colgando de sus espaldas y con la misma parsimonia que bota un córner, siempre recogiéndose, Riquelme enfiló el camino del vestuario de Delle Alpi a la hora de partido, incapaz de pararse en el banquillo y discutir la jugada. La última vez que se cruzó con el entrenador después de ser sustituido, ante el Valladolid, se armó la marimorena y no era cuestión de dar más carnaza a la crítica ni conversación a los suplentes. El 10 de Boca, y el 10 también del Barça, sabía que en Turín había perdido la titularidad, tras nueve partidos, el último saldado con empate ante la Juve, cuando él ya no estaba en la campo.

A Riquelme, sin embargo, le dolió tanto aquella sustitución como sentarse al lado de Antic al partido siguiente. Por la mañana, Bielsa le había convocado para el amistoso que Argentina disputará el día 30 en Trípoli, y por la noche el Barça se enfrentaba al Deportivo sin Xavi. Motivos de sobras para darle bola a Riquelme, empeñado, ganando o perdiendo, en reclamar el puesto de enganche. "¡Ahí tienes chico, camina o revienta¡", podía haberle dicho el técnico, en un intento de hacerse suyo al futbolista, y sin embargo, prefirió quitarle.

A la plantilla le disgusta que se escaquee, que no tenga compromiso
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Para su suerte, Riquelme salió vencedor de los dos partidos, el suyo y el del equipo. Perdió el Barça, y la plantilla a coro le pidió a Antic que se deje de tablas de gimnasia y le devuelva la pelota, así que el pibe no pierde la esperanza de entrar en la rueda, aunque para Chamartín se sospecha que el Barça necesita más hombres que futbolistas. La voz cantante la lleva Luis Enrique. "Vamos a Madrid a demostrar que somos un equipo importante", masculló ayer Riquelme, sin entusiasmo, "aunque si nos saca tantos puntos es porque hace mejor las cosas". "¿Yo?", se preguntó. "Yo ya estoy acostumbrado a que se hablen de cosas que no son. Uno debe hacerse notar en la cancha y no en si llego tarde o no, si me río más o menos, y todo eso. Yo soy feliz a mi manera".

No es fácil entenderle porque nadie habla de él ni se sabe de sus andanzas. Ni tiene compañero fijo en las salidas, ni Christanval y Overmars, vecinos de taquilla, son la alegría de la huerta. Únicamente se sabe con quien se disputa el puesto, primero con Luis Enrique, después con Iniesta, y ahora con cualquiera, extraña situación si se atiende a que la junta le compró como si prefiriera tener una coartada antes que un fichaje. A día de hoy, Riquelme no es de nadie sino que está ahí, igual que tanta otra gente, aguardando a que pase algo.

La hinchada le tiene cariño, aunque sea por haberle ganado la Intercontinental al Madrid, o porque al aficionado culé siempre le gustó tener a un futbolista que pusiera a prueba al entrenador. Ya pasó con Rivaldo y De la Peña. Los jugadores le aceptan, y santas pascuas. Les disgusta que se escaquee, que no tenga compromiso, que viva aparte, entre silencioso, introvertido y tímido, de manera que como venganza le toman el pelo con cosas de crío, como engañándole con el escenario del entrenamiento. Pero en la cancha, le buscan. "De diez pases que da", cuenta Kluivert, "ocho son muy buenos y sólo dos buenos".

Antic ha sido muy puñetero en un contencioso heredado: le ha dejado donde menos estorbe, en el margen izquierdo donde ningún barcelonista encuentra acomodo, para que la alineación perdiera la menos simetría posible. Llegados a ninguna parte en la Liga, los más críticos sostienen: "¿Y por qué en lugar de poner a Riquelme al servicio del equipo no se pone el equipo al servicio de Riquelme?". Bianchi, el técnico que mejor le entendió, advierte: "Para verle jugar bien, sólo hay que encontrarle la posición". Respondió ayer Riquelme: "En Boca sabían donde ponerme, donde más cómodo me siento. Jugando como lo hago en el Barça, todo se me hace más difícil".

Los entendidos coinciden en que Riqueme "tiene un aire a Zidane". Puede, pero el Barça poco tiene que ver con el Madrid. En un equipo estirado y urgente, Riquelme pone la pausa sin jugar de armador sino como interior. No es extraño que el suyo sea un fútbol de apariciones más que continuo, de detalles, de gestos técnicos, de sosiego, de remates largos. "No voy a cambiar mi forma de jugar", insiste; "es así como me siento". ¿Seguridad? ¿Suficiencia? ¿Sabiduría? Riquelme es inescrutable.

Titular en la ida, aunque sustituido en el minuto 90 por Saviola, Riquelme tiene difícil jugar de salida en Chamartín. Indiscutible como solista, ejerce de mal instrumentista en un Barça desafinado.

Riquelme, ¿cuál es el mejor jugador del Madrid?, se le requirió ayer. "Ronaldo", respondió. ¿Y Raúl? "Ronaldo, reiteró". A Ronaldo le ficharon como crack y como crack le ponen. A él le gustaría también que le trataran como Riquelme.

Riquelme, momentos antes de un partido del Barça.ENRIC FONTCUBERTA