LA DEFENSORA DEL LECTOR

Opinar sobre la opinión

Desde que esta Defensora asumió, el pasado enero, la defensa de los lectores, rara es la semana en la que no ha recibido alguna carta o llamada telefónica expresando una airada protesta por las opiniones vertidas por columnistas habituales o conocidos colaboradores de las páginas de Opinión de EL PAÍS. Quejas que exigían, en algunos casos, una rápida intervención. En las últimas semanas, y con motivo de la invasión de Irak, las reclamaciones han ido en aumento. Vicente Verdú, Haro Tecglen, Maruja Torres, Ignacio Sotelo, Rosa Montero, Edward Luttwak, Adam Michik o Javier Marías son algunos de l...

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Desde que esta Defensora asumió, el pasado enero, la defensa de los lectores, rara es la semana en la que no ha recibido alguna carta o llamada telefónica expresando una airada protesta por las opiniones vertidas por columnistas habituales o conocidos colaboradores de las páginas de Opinión de EL PAÍS. Quejas que exigían, en algunos casos, una rápida intervención. En las últimas semanas, y con motivo de la invasión de Irak, las reclamaciones han ido en aumento. Vicente Verdú, Haro Tecglen, Maruja Torres, Ignacio Sotelo, Rosa Montero, Edward Luttwak, Adam Michik o Javier Marías son algunos de los protagonistas de este peculiar hit parade de columnistas, al que a veces se suman los críticos.

Algunos lectores no pueden comprender cómo el periódico "asume" determinadas posturas de los firmantes. Otros, simplemente discrepan de las opiniones vertidas que consideran intolerables o erróneas. Hay quien se siente "desprotegido" por los agresivos comentarios de algún articulista hacia otras personas, y quien deplora su lenguaje "procaz", o sencillamente pide más respeto. Algunos, los menos, llegan al insulto.

No es labor de los defensores del Lector opinar sobre las opiniones publicadas en el diario. Es un principio elemental en el ejercicio de esta función, como bien decía recientemente Josep Maria Casasús, Defensor del Lector de La Vanguardia, al tratar este tema. "Los defensores no podemos entablar polémicas sobre puntos de vista subjetivos, sobre juicios ajenos que son personales y libres (...). No podemos terciar en las discrepancias entre un lector y un articulista en materia de opinión o de interpretación. Si se aceptara este tipo de actuaciones, las polémicas se harían inacabables y no habría suficiente espacio en el diario para publicarlas. Eso es fácil de entender", decía Casasús. Palabras que esta Defensora suscribe plenamente.

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Los artículos de opinión sólo responden al criterio de sus autores.

Este periódico establece muy claramente en sus principios la diferencia entre la información y la opinión. Y para que no quepan dudas, los títulos de los artículos, comentarios de opinión y críticas van confeccionados en cursiva para diferenciarse claramente de la información y los reportajes. El Libro de estilo de EL PAÍS, al referirse a los artículos estrictamente de opinión (tribunas), señala: "Responden al estilo propio del autor y no serán retocados, salvo por razones de ajuste o errores flagrantes (incluidos los ortográficos). (...) El criterio es que en tales originales debe respetarse al máximo la voluntad de su autor".

Así que, amigos lectores, salvo que quienes opinen expresen tendencias que propugnen la violencia para el cumplimiento de sus fines, permítanme que no les "defienda" ante las quejas o dudas que puedan suscitarles articulistas y columnistas. Ellos simplemente expresan su opinión, de la que responden con su firma. Ni es información, ni tiene por qué coincidir con la línea editorial del periódico, ni, mucho menos, con los particulares gustos, tendencias o ideología de cada lector. Sería un milagro. Son, eso sí, una invitación permanente a la tolerancia.

Por informar

Hace cuatro semanas iniciaba en esta página una reflexión sobre el comportamiento de los periodistas en la primera guerra del Golfo, cuando fuimos desbordados por la maquinaria militar norteamericana y la información se convirtió en propaganda. Y ante las dificultades de información que se presentaban en esta segunda guerra, señaladas ya entonces por nuestros enviados especiales Ángeles Espinosa, Francisco Peregil y Yolanda Monge, mantenía la necesidad de ser, además de honestos, críticos.

Estábamos en los prolegómenos de la guerra y el gran horror no había llenado todavía nuestras retinas con muertos de toda edad y condición: soldados, civiles, mujeres y niños. El Ejército estadounidense publicitaba una guerra rápida y limpia, sin muertos. Pero la realidad ha sido otra. Todavía no sabemos los miles de muertos que dejará esta inicua contienda. Sabemos, eso sí, entre las pocas cifras ciertas, que ha habido hasta el momento 11 periodistas muertos, dos de ellos españoles. Una cifra muy alta. Más alta, comparativamente, que las bajas entre los soldados invasores.

Pues bien, todos estos periodistas, entre ellos Julio Anguita Parrado y José Couso, han muerto por intentar que ustedes estuvieran informados y pudieran ver la otra cara, la auténtica, de una guerra ilegal y obscena. No ha resultado fácil. Los impedimentos por los dos bandos para llegar a la información han sido fuertes y constantes, pero, pese a las censuras impuestas, a las mentiras y los peligros, ha habido mucha más información que hace 12 años, aunque haya sido una información en forma de teselas, esas pequeñas piezas de mosaico que sólo al final y cuando están perfectamente ensambladas nos permiten ver el dibujo total.

Los periodistas han resultado ser, una vez más, testigos molestos de la verdad, como podemos deducir ante los tres muertos del hotel Palestina y las oficinas de la televisión árabe Al Yazira, en Bagdad, considerados por la Federación Internacional de Periodistas puros crímenes de guerra a tenor de la Convención de Ginebra. Cierto que es nuestro trabajo, y son riesgos que asumimos voluntariamente. Y también es cierto que hay miles de muertos, para nosotros desconocidos, tan injustos y dolorosos como ellos. Pero, y vuelvo a la primera reflexión, estos periodistas han muerto por intentar que una información verdadera, aunque fuera fragmentada, llegara hasta ustedes. Que pudieran conocer lo que está pasando.

¿Lo han conseguido? ¿Ha merecido la pena? A esta Defensora le gustaría conocer su opinión. Estamos en el comienzo de la ocupación. Y no podemos olvidar, como decía un editorial de este periódico el pasado jueves, que la ocultación y la mentira son la continuación de la guerra por otros medios.

Irak y no Iraq

Algunos lectores insisten en la extrañeza de que EL PAÍS utilice la grafía Irak y no Iraq para nombrar a este país y, sin embargo, el gentilicio "iraquí", y reiteran la necesidad de una explicación por parte del periódico. Es el caso de Javier Rodríguez Martín y Alfonso Alonso Barcón, que en los últimos días han vuelto a solicitar una aclaración en esta columna. Dado que parece evidente que son palabras que seguiremos utilizando a diario, al menos durante cierto tiempo, esta Defensora lo hace gustosa, pese a que la discusión lingüística sigue abierta.

Nuestro Libro de estilo establece claramente Irak y no Iraq. ¿Por qué? Uno de sus redactores, el periodista Álex Grijelmo, asegura que la grafía fue muy discutida en el momento de su redacción. "Después de escuchar a varios filólogos arabistas, que nos explicaron que ambas grafías, la 'k' y la 'q', podían utilizarse indistintamente para transcribir del alfabeto árabe al español, ya que su fonética era similar, optamos por Irak. ¿Por qué? Por una parte, porque la letra 'q', según la Real Academia Española, se usa sólo ante la 'e' o la 'i', mediante la interposición de una 'u'. En Iraq, la 'q' final quedaba al aire, y para respetar la regla preferimos utilizar Irak. Por otra parte, la mayoría de la prensa española y los más importantes diarios latinoamericanos utilizaban esta grafía. Sin embargo, sí consideramos que el gentilicio podía ser iraquí, pues era correcto". Explicación, en su primera parte, muy similar a la que mantiene Manuel Seco en su Diccionario de dudas.

La Real Academia Española mantiene que Iraq es la "grafía culta" para denominar este país árabe, aunque ha decidido recientemente estudiar la aceptación de Irak como variante al ser la fórmula más extendida entre los medios de comunicación. Según la Academia, "ambas formas están vigentes en el uso actual", y reconoce incluso que la "k" es la forma más extendida, como lo demuestra el hecho de que, en el propio Banco de Datos de la Academia, frente a 219 casos en los que aparece escrita con "q" en documentos diferentes, hay 1.646 en los que está con "k", como detalla Alberto Gómez Font, del Departamento de Español Urgente de la Agencia Efe, en un reciente estudio sobre la cuestión.

Gómez Font afirma que la última edición del Diccionario de español urgente de la Agencia Efe ha dejado de recomendar la grafía Iraq, dado que la mayoría de los medios de comunicación españoles, y la propia Agencia, han optado mayoritariamente por la grafía Irak. Y señala que en su banco de datos se pueden ver 1.900 noticias en las que aparece Iraq, frente a las 62.260 de Irak. Y, si se amplía la búsqueda a Internet, aparecen 60.100 documentos con Iraq y 123.000 con Irak.

Los lectores pueden escribir a la Defensora del Lector por carta o correo electrónico (defensora@elpais.es) o telefonearle al número 913 377 836.

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