Columna

Filósofo

Le brillaban los ojos y se le dibujaba una media sonrisa cuando le hacías una broma sobre la metafísica. En las conversaciones filosóficas que su hermana Júlia mantuvo con Joan Fuster, donde él hacía de tercer interlocutor cualificado, es muy perceptible esa excitación, que se tensaba y extendía más al salir a colación Wittgeinstein y los problemas de lenguaje que plantea el Tractatus. Josep Lluís Blasco, fallecido el sábado a los 62 años víctima de un cáncer contra el que combatió toda su vida, combinó la vocación filosófica con el compromiso político desde los años sesenta, cuando se ...

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Le brillaban los ojos y se le dibujaba una media sonrisa cuando le hacías una broma sobre la metafísica. En las conversaciones filosóficas que su hermana Júlia mantuvo con Joan Fuster, donde él hacía de tercer interlocutor cualificado, es muy perceptible esa excitación, que se tensaba y extendía más al salir a colación Wittgeinstein y los problemas de lenguaje que plantea el Tractatus. Josep Lluís Blasco, fallecido el sábado a los 62 años víctima de un cáncer contra el que combatió toda su vida, combinó la vocación filosófica con el compromiso político desde los años sesenta, cuando se incorporó a las filas del valencianismo a través del Partit Socialista Valencià y al mismo tiempo empezó a destacar académicamente en la renovación de la lógica simbólica que promovió Manuel Garrido desde la revista Teorema. Sin embargo, ese doble perfil, de filósofo y político, con tanta tradición en posiciones ideológicas diversas, -desde Cicerón y Séneca a Ortega, pasando por Hobbes, Burke o Marx-, podría resultar equívoco. Blasco nunca quiso ser una estrella pública. Ahora mismo, seguía vinculado al Bloc Nacionalista Valencià como dirigente de un discreto segundo plano (disponible, pero sin necesidad alguna de protagonismo). Catedrático de Teoría del Conocimiento, decano de la facultad durante mucho tiempo, presidente de la Societat de Filosofia del País Valencià, autor de media docena de libros y de decenas de artículos, su talante se resumía en aquello que le exigía en 1997 a su disciplina intelectual al abrir en Alcoi el decimosegundo Congrés Valencià de Filosofia: "un espíritu crítico de la sociedad" y "una reflexión social contra el fanatismo". Es difícil no identificar tal actitud personal con la búsqueda del rigor y el gusto por la argumentación comprensible que caracteriza a la filosofía analítica, esa corriente de fuerte inspiración anglosajona cuya consolidación entre nosotros tuvo en Valencia, no por casualidad, un hito emblemático con la fundación en 1995 de la Sociedad Española de Filosofía Analítica. Junto a una nómina nada desdeñable que ha crecido con él, Blasco desmentía el tópico de que los valencianos somos alérgicos al pensamiento.

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