Crítica:

El fondo musical de la pintura

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Analogías musicales. Kandinsky y sus contemporáneos reúne un conjunto de unas 250 obras, de la naturaleza y características más diversas, aunque todas unidas en reflejar la relación entre música y pintura. Este ambicioso y complejo proyecto ha sido dirigido por Javier Arnaldo, conservador jefe adjunto del Museo Thyssen-Bornemisza, que lo ha articulado en 13 capítulos, 8 de los cuales se muestran en el Thyssen y los otros 5 en la sede de Caja de Madrid. Por lo demás, antes de analizar el contenido de esta magna exposición, hay que señalar que, en consonancia con el tema, hay en ella, como quien dice, de todo, desde cuadros y dibujos propiamente dichos hasta instrumentos musicales, carteles, libros, bocetos de figurines, decorados, etcétera.

Usando como hilo conductor la teoría artística de Kandinsky, tras cuya instalación en Múnich sirvió de enlace no sólo entre el mundo eslavo y germánico, sino como catalizador del rico entramado de tendencias vanguardistas que florecieron en las primeras décadas del XX, esta exposición recrea, en efecto, la actualización del viejo sueño romántico de la unidad o correspondencia entre las artes. Ante la descalificación estética del tópico clásico de la unidad artística, llevada a cabo por Lessing en su ensayo Laocoonte, los románticos alemanes, de Runge a Wagner, plantearon su moderna recomposición de través de la Gesamtkunstwerk, la "obra de arte total", donde se producía su integración sin pérdida de su respectiva identidad. Aunque obviamente no de la misma manera, los vanguardistas de comienzos del XX volvieron sobre este mismo asunto de la correspondencia o sinestesia artística, cuya influencia se extendió de una manera tan amplia como indeterminada en los ámbitos más diversos, como los del moderno ballet o la Bauhaus. La importancia e interés indiscutibles de este asunto ha tenido cumplido reflejo en diversas iniciativas, como la exposición que tuvo lugar, hace veinte años, en la Kunsthaus de Zúrich, con el título La tendencia a la obra de arte total. Utopías europeas desde 1800.

Con un título de vuelos me-

nos retóricos y, sobre todo, con un contenido más preciso, ajustado y, dentro de lo que cabe, también más controlable, la muestra del Thyssen nos adentra mejor en lo que las correspondencias entre música y pintura afectaron al desarrollo moderno de sus respectivos lenguajes, y, en especial, para la pintura, más necesitada de librarse del lastre figurativo que la de suyo "abstracta" música. En este sentido, sobre la base de las gramáticas del color, otra obsesión muy de la cultura germánica, así como sobre el propicio lecho del misticismo eslavo, Kandinsky, por supuesto, pero también muchos colegas coetáneos, fueron creando una nueva sintaxis artística de fecundo y prolongado efecto. Simbolistas, expresionistas, cubistas, futuristas, rayonistas, etcétera, participaron en la promoción de este sueño integrador, que no sólo afectó a los artistas plásticos, sino que también convirtió a músicos, como Schönberg, en pintores.

En cualquier caso, no es, ni mucho menos, fácil evocar este fascinante y complejo entramado artístico multidisciplinar a través de una exposición, que se puede ayudar de, pero que no puede ser, un catálogo. Lo advierto porque, en el caso que nos ocupa, se ha salvado bastante bien esta dificultad de plantear visualmente la cuestión, sin simplificarla y sin tampoco caer en una aturdidora prolijidad. Creo que ayuda eficazmente a ello el no haber perdido de vista el patrón pictórico y el haber conseguido un equilibrio entre obras de primera magnitud y otras menos conocidas, pero francamente curiosas y, en no pocos casos, atrayentes. De esta manera, se cumple muy bien el antiguo consejo horaciano del docere delectando, porque se informa de una de las hormas más determinantes del desarrollo histórico de la vanguardia sin que el visitante deje de disfrutar con lo que simplemente se exhibe ante sus ojos. Evidentemente, los que más resplandecen en este escenario son Kandinsky, Klee, Severini, Kupka, pero, junto a ellos, hay otros muchos artistas de enjundia bien traídos para la ocasión.

Aunque Leonardo, en su apasionada defensa de la superioridad de la pintura, en relación con las demás artes, la pusiese por encima de la música, es evidente que su estima por ésta era total. Lo demostró en sus mismos escritos teóricos, donde, al fin y al cabo, considera a la música como "hermana" de la pintura, pero, sobre todo, dio la muestra más concluyente de aprecio al declarar que el pintor "se deleita en compañía de músicos", cuyas obras "son con gran placer oídas", algo que refrenda Vasari, que comenta cómo Leonardo, mientras pintaba a Mona Lisa, "ponía a su alrededor personas que tocasen instrumentos o cantasen". Por lo demás, ¿qué mayor prueba hay de este aprecio que los múltiples diseños que Leonardo realizó sobre ingeniosos y, a veces, revolucionarios instrumentos de su invención?

A partir de éstas y otras pre-

misas semejantes, se ha llevado a cabo una exposición, titulada Leonardo da Vinci y la música, que, con el patrocinio del Auditorio de Tenerife, se puede visitar en la Biblioteca Nacional de Madrid, trasladándose luego a diversos puntos de nuestro país y del extranjero. La muestra, que cuenta con Marta Pérez de Guzmán como comisaria, y en cuya génesis y desarrollo han participado importantes instituciones y especialistas de todo el mundo, se divide en varias secciones, en las que no sólo se nos enseña todo lo que relacionó a Leonardo con la música y los músicos del Renacimiento, sino los instrumentos que él diseñó, los auditorios, escenografías y vestuarios concebidos por él y, en fin, lo que significó la música y el oído en sus complejas investigaciones. Por la naturaleza de estos asuntos, la exposición usa todos los medios técnicos posibles, hologramas, vídeos, discos compactos, etcétera, para dar vida a este fascinante tema musical. Leonardo y la música pone en evidencia la profunda unidad subyacente a la creación artística, más allá de las circunstanciales separaciones históricas entre técnicas y géneros.

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