Columna

Bochornosa TVE

El autor de este artículo forma parte de esa legión de españoles que no tiene decidido su voto ante cualquier contienda electoral. No me preocupa en exceso porque suelo decidir al final y, porque nadie me satisface en plenitud, acostumbro a optar por el mal menor.

Pues bien, ante quien pueda interesar proclamo que en la decisión de mi voto jugará un alto porcentaje que se me dé, al menos, un rayo de esperanza de que TVE va a cambiar. En untuosidad gelatinosa respecto de los que mandan, en sesgo a favor de sus ideas o en ocultamiento de la verdad se ha llegado a unos límites inconcebible...

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El autor de este artículo forma parte de esa legión de españoles que no tiene decidido su voto ante cualquier contienda electoral. No me preocupa en exceso porque suelo decidir al final y, porque nadie me satisface en plenitud, acostumbro a optar por el mal menor.

Pues bien, ante quien pueda interesar proclamo que en la decisión de mi voto jugará un alto porcentaje que se me dé, al menos, un rayo de esperanza de que TVE va a cambiar. En untuosidad gelatinosa respecto de los que mandan, en sesgo a favor de sus ideas o en ocultamiento de la verdad se ha llegado a unos límites inconcebibles. Si se compara con la primera etapa de mayoría absoluta del PSOE, en absoluto ejemplar, se concluye que entonces hubo un pequeño pero mayor resquicio para transparentar la realidad que ahora. Hoy domina una desfachatez añadida que convierte en insulto personal a todo televidente el mero acto de sintonizar. Se puede pensar que todo partido ha actuado así en el pasado y lo hará en el futuro. Me revuelvo contra esa opinión: la inevitabilidad de esos rasgos no es equivalente a la sucesión de las estaciones a lo largo del año. Hoy existen televisiones públicas más neutrales y hubo un tiempo en que el director de RTVE podía ser de UCD, y el de Radio Nacional, del PSOE (mejor es que no pertenezcan a nada).

Me voy a referir a lo que considero una perversión mayor, que nada tiene que ver con la ausencia de debate o con la forma de presentar noticias. La entrevista con Pío Moa con ocasión de la aparición de un libro suyo no sólo responde a una falta absoluta de criterio. El autor citado ha narrado, en unas memorias, su pertenencia al GRAPO y describe de forma vívida como, durante los atentados de septiembre de 1975, uno de los suyos, "enloquecido se ve obligado en la necesidad horripilante de matar a culatazos a su víctima" (sic) porque el arma se le había encasquillado. Moa dejó el terrorismo y dice haber llegado al liberalismo pero, en realidad, ha arribado a las playas del franquismo (de los años cincuenta, no del final).

Ni por lo más remoto es un profesional de la historia; ha leído libros pero lo esencial en Los mitos de la Guerra Civil es una interpretación sistemática en contra de la izquierda y a favor de la extrema derecha adobada con gotas de extravagancia. Hoy, entre los historiadores existe un consenso generalizado. Nadie lo escribiría de igual modo pero todos estamos de acuerdo en que fueron inaceptables todas las sublevaciones contra la República, que la Guerra Civil fue un gran desastre colectivo o que Franco supuso no sólo represión cruel sino retraso en el desarrollo. Llega este amateur y nos informa de que de toda la violencia española del siglo XX fue culpable exclusiva la izquierda, que la libertad idílica de la Restauración fue destruida por socialistas y nacionalistas, que Prieto fue el asesino de Calvo Sotelo y que la represión de la posguerra no fue para tanto.

Lo peor es lo que se nos dice al final de su libro, que transcribo literalmente: "La victoria de Franco salvó a España... su régimen la liberó de la Segunda Guerra Mundial, modernizó la sociedad y asentó las condiciones de una democracia estable". Tal sentencia es directamente contradictoria con la resolución sobre el golpe de 1936 que el Congreso aprobó en noviembre de 2002 con apoyo de todos los grupos políticos, incluido el PP. Costó mucho porque han pasado décadas sin llegar a una redacción unánime. En ella se dice que "nadie puede sentirse legitimado, como ocurrió en el pasado, para utilizar la violencia con la finalidad de imponer sus convicciones políticas".

No tiene mayor importancia que Pío Moa tenga esas ideas porque su libro no merecería una línea de reseña. Pero TVE, al jalear su libro, no sólo en hora de máxima audiencia sino con anuncio previo en el Telediario y durante el programa en que Ana Botella informó de su decisión de dedicarse a la política, se cisca en el Congreso de los Diputados, en todos y cada uno de los que hoy lo son. Y ofende al espíritu de la transición, a la reconciliación entre todos los españoles. ¿Es esto el centro? ¿Es esto lo que queremos que aprendan nuestros jóvenes, a quienes Moa dedica su libro?

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Carlos Dávila, conductor del programa de Televisión Española El Tercer grado, en el que entrevistó a Pío Moa.

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