Crítica:

Huellas de viajero

El viaje es una metáfora de la vida. El viaje o la vida misma, en su inexorable discurrir, van descubriendo el mundo, configurado por diferentes lugares, gentes, costumbres y contingencias, que se presenta, sorprendente, ante los ojos del viajero. José Freixanes (Pontevedra, 1953) es un experimentado viajero que recorre y contempla exóticos lugares dándonos cuenta artística de ellos a través de dibujos, colores y anotaciones que recoge en unos cuadernos de bitácora en los que quedan atrapados gestos, figuras, signos e imágenes.

Con ellos conforma un particular vocabulario desde el que c...

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El viaje es una metáfora de la vida. El viaje o la vida misma, en su inexorable discurrir, van descubriendo el mundo, configurado por diferentes lugares, gentes, costumbres y contingencias, que se presenta, sorprendente, ante los ojos del viajero. José Freixanes (Pontevedra, 1953) es un experimentado viajero que recorre y contempla exóticos lugares dándonos cuenta artística de ellos a través de dibujos, colores y anotaciones que recoge en unos cuadernos de bitácora en los que quedan atrapados gestos, figuras, signos e imágenes.

Con ellos conforma un particular vocabulario desde el que construye una escritura pictórica personal. Su pintura es como una narración en la que los elementos de este vocabulario se combinan para tejer unos discursos fragmentarios que resumen la diversidad y el exotismo de todos los parajes recorridos en sus viajes.

JOSÉ FREIXANES

Círculo de Bellas Artes Marqués de Casa Riera, 2 Madrid. Hasta el 21 de febrero

Pero el viajero, en su deambular, va dejando las marcas de sus pasos en el territorio que pisa. Paso tras paso, esas huellas describen unas trayectorias, de la misma manera que la pluma, palabra tras palabra, genera unos renglones de escritura. Así, los pasos devienen escritura y las huellas se convierten en signos que denotan tanto presencias como ausencias.

En esta exposición, en la

que se muestran grandes cuadros y cuadernos de viaje, realizados desde hace veinte años, aparecen estas huellas como un signo de identidad, pero donde la presencia de la escritura sígnica se convierte en auténtico tema es en una instalación, específicamente realizada para esta ocasión.

Hace ahora un año, en enero de 2002, Freixanes realizó en la iglesia de Santo Domingo de Bonaval, en Santiago de Compostela, una instalación consistente en cubrir la totalidad del suelo del templo con blanquísimo polvo de arroz sobre el que se estarcieron, con negro polvo de pizarra, diversos signos entrelazados.

Al final todo el suelo era como un enorme texto jeroglífico. Siguiendo esta experiencia, en la actual exposición el suelo de la pequeña sala de exposiciones de la planta sótano del Círculo de Bellas Artes ha sido transformada en un texto de las mismas características.

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