Columna

Alfonso

Los posavasos del Café del Círculo de Bellas Artes llevan impreso estos días el logotipo de Alfonso, el cuño con el que el fotógrafo, manchego de nacimiento y madrileño de oficio, selló miles de fotografías, viñetas que jalonan el relato gráfico de más de medio siglo de la Historia de España. Los posavasos son una iniciativa más para promocionar la magna exposición fotográfica del artista, reportero y retratista, iniciador de una saga que se prolongó en sus tres hijos y en un puñado de excelentes colaboradores.

La exposición, que se celebra en una sala situada en el vestíbulo, enfrentad...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Los posavasos del Café del Círculo de Bellas Artes llevan impreso estos días el logotipo de Alfonso, el cuño con el que el fotógrafo, manchego de nacimiento y madrileño de oficio, selló miles de fotografías, viñetas que jalonan el relato gráfico de más de medio siglo de la Historia de España. Los posavasos son una iniciativa más para promocionar la magna exposición fotográfica del artista, reportero y retratista, iniciador de una saga que se prolongó en sus tres hijos y en un puñado de excelentes colaboradores.

La exposición, que se celebra en una sala situada en el vestíbulo, enfrentada al Café, no parece necesitar mucha promoción, un flujo continuo de visitantes recorre las estampas de esta crónica sin palabras, fecundo viaje alrededor de Madrid a través de un objetivo que escudriñó todos los rincones de la urbe, la cámara de Alfonso, un pesado armatoste que se iría aligerando y reduciendo con el paso del tiempo y del progreso, subió a los palacios y bajó a las chozas, de las Cortes a las lavanderas del Manzanares, de los próceres a los mozos de cuerda y a los artistas callejeros, los líderes y las masas, las artes, la cultura y el deporte, Valle-Inclán y Primo de Rivera, Joselito y Belmonte, Raquel Meller, Ramón y Cajal y Gómez de la Serna, Pablo Iglesias y Ricardo Zamora, vivos y muertos, víctimas y verdugos; el verdugo de Madrid, Casimiro Municio, compone el retrato más estremecedor de la muestra, solitario y cejijunto, vestido de harapos en un paisaje desolado y suburbial. Y miles de rostros anónimos asomados al balcón de la Historia, rostros emocionados, airados, entristecidos, exultantes o absortos, retratos mudos que expresan todas las convulsiones de un siglo convulso, un siglo acorde con esa antigua maldición china que dice: ojalá vivas en un tiempo interesante.

La exposición gira sobre un libro espléndido, impreso, editado y diseñado con el esmero que sólo da el cariño. Publio López Mondéjar, imprescindible historiador de la fotografía española, introduce en sus páginas al personaje Alfonso, a los "alfonsos" en el turbulento y casi vertiginoso marco de su tiempo, la guerra de África, que cubrieron en sendos reportajes y etapas Alfonso padre y Alfonsito, la huelga general revolucionaria del 17, un mitin callejero de Pablo Iglesias, la proclamación de la República, el alborozo callejero por la victoria del Frente Popular, el cadáver de Calvo Sotelo en el depósito, los muertos del Cuartel de la Montaña, el fusilamiento del general Fanjul.La política y la vida cotidiana, el origen y el desarrollo de la prensa gráfica en Madrid y la evolución de la técnica fotográfica.

El libro es el revés de la trama que se plasma en el blanco y negro de las fotografías, instantáneas y retratos, composiciones de estudio con remilgados forillos en los primeros años, audaces fotomontajes y sobre todo magistrales reportajes, porque Alfonso fue ante todo el reportero de Madrid, agudo observador y testigo del acontecer diario sin despreciar ninguna de sus facetas, en la calle y en el Parlamento, en el taller y en el frente, en los grandes acontecimientos y en los pequeños sucesos.

En el panel anunciador de la fachada del Círculo de Bellas Artes, una joven vendedora de pavos pregona su mercancía viva en la plaza de Santa Cruz, diciembre de 1925. Esta tarde sopla un viento asesino que se cuela entre las ropas como un cuchillo, los visitantes de la exposición se abrigan bien antes de afrontar a buen paso la inerme calle de Alcalá. Anochece, apresuradas y fugitivas sombras buscan refugio en las bocas del metro y las fauces de los bares y las cafeterías.

Madrid en blanco y negro, los visitantes de la exposición miran Madrid con los ojos de Alfonso, que tuvo como telón de fondo en sus fotografías los mismos escenarios, Cibeles, la Puerta del Sol y la Gran Vía,o la pradera de San Isidro y el barrio de los Austrias. Hace un día Alfonso, los visitantes evocan los fantasmas de la exposición que se revelan en los cuartos oscuros de los zaguanes, emergen en las esquinas y se imprimen y superponen sobre la textura gris de un Madrid en el que el tiempo se detuvo en esta noche cruel de un mes de enero, 99 años después de que Alfonso firmara su primera foto.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En