Crítica:

Cocinero antes que fraile

Hasta el triunfo de la arbitrariedad que acompañó al discurso de las vanguardias la pintura era un arte que se aprendía por medio de una abnegada práctica en el taller, como la cocina se aprendía en los fogones, comenzando por lavar platos hasta llegar a dominar la técnica de trabar las salsas. Por el contrario, la estética del genio, propia de la modernidad, ha conducido en arte a valorar muy positivamente la subjetividad, la gestualidad personal y el capricho inspirado en detrimento del conocimiento y de la sabiduría de la "cocina", aceptándose hoy como arte cualquier cosa por el simple moti...

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Hasta el triunfo de la arbitrariedad que acompañó al discurso de las vanguardias la pintura era un arte que se aprendía por medio de una abnegada práctica en el taller, como la cocina se aprendía en los fogones, comenzando por lavar platos hasta llegar a dominar la técnica de trabar las salsas. Por el contrario, la estética del genio, propia de la modernidad, ha conducido en arte a valorar muy positivamente la subjetividad, la gestualidad personal y el capricho inspirado en detrimento del conocimiento y de la sabiduría de la "cocina", aceptándose hoy como arte cualquier cosa por el simple motivo de haber sido elegida por un artista.

Alberto Corazón (Madrid

ALBERTO CORAZÓN

Galería Marlborough Orfila, 5. Madrid Hasta el 4 de febrero

, 1942) comenzó muy joven a interesarse por el arte, tanto en sus aspectos teóricos como prácticos, siendo uno de los primeros artistas españoles que practicó lo que Simón Marchán denominó en 1973 "nuevos comportamientos artísticos", tales como el arte conceptual. Treinta años después, lo que Alberto Corazón posee hoy es un enorme conocimiento de los secretos de la cocina artística, adquiridos en los fogones del diseño gráfico, donde ha conseguido los más altos galardones y el reconocimiento internacional. Este dominio de los recursos se hace evidente en infinidad de detalles que se aprecian en su pintura, tales como el equilibrio cromático, la soltura de la pincelada, la contundencia de las composiciones o la delicadeza de los matices. Sin embargo, nada parece más alejado en las pinturas que ahora presenta que el recurso a la receta. Lo que aquí se contempla es una pintura espontánea, instintiva y lírica que parece surgir como si Alberto Corazón hubiera olvidado toda su enorme experiencia gráfica acumulada en beneficio de la emotividad poética. Con trazo nervioso, muy dibujístico, genera entramados de ramas o siluetas de frutas cuya realidad no es física sino ideal.

Para conseguir estas calidades emocionales ha sido necesario desprenderse de la eficacia de la producción de imágenes centrándose en las ideas del arte por el arte o de la finalidad sin fin, que surgen de la contemplación desinteresada de fenómenos simples que han sido asimilados por el artista de manera vivencial y transmitidos desde la emoción de quien, sabiendo, pretende volver a descubrir la estructura de las cosas sencillas que la naturaleza ofrece. Es entonces cuando el viejo cocinero, sin necesidad de hacer milagros, consigue el aura de la santidad.

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