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Roy Jenkins, ex presidente de la Comisión Europea y precursor del Nuevo Laborismo

La política británica perdió ayer a uno de sus personajes más polémicos y personales, Roy Jenkins. Hijo de minero, fue presidente de la Comisión Europea, varias veces ministro laborista, biógrafo, periodista, bon vivant y, por encima de todo, precursor del Nuevo Laborismo sin saberlo. Lord Jenkins de Hillhead murió de manera inesperada y súbita en su casa del condado de Oxford. Tenía 82 años, mujer y tres hijos.

A Roy Jenkins no le hizo falta ser primer ministro para dejar una marca imborrable en la política británica. Como ministro del Interior de Harold Wilson en 1965 se ganó e...

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La política británica perdió ayer a uno de sus personajes más polémicos y personales, Roy Jenkins. Hijo de minero, fue presidente de la Comisión Europea, varias veces ministro laborista, biógrafo, periodista, bon vivant y, por encima de todo, precursor del Nuevo Laborismo sin saberlo. Lord Jenkins de Hillhead murió de manera inesperada y súbita en su casa del condado de Oxford. Tenía 82 años, mujer y tres hijos.

A Roy Jenkins no le hizo falta ser primer ministro para dejar una marca imborrable en la política británica. Como ministro del Interior de Harold Wilson en 1965 se ganó el apelativo de "arquitecto de la sociedad permisiva": legalizó el aborto y la homosexualidad, hizo más fácil los divorcios y abolió la censura teatral. Como ministro del Tesoro se ganó el apelativo de "canciller de hierro" por su prudencia sin límite.

Su europeísmo convencido y militante le arruinó las posibilidades de alcanzar el liderazgo del Partido Laborista. En 1975, enfrascado el laborismo en una verdadera guerra civil entre los partidarios y los enemigos del Mercado Común, Jenkins dimitió como número dos del partido para liderar la campaña a favor de la permanencia del Reino Unido en la Comunidad Económica Europea. Ganó el referéndum y con esa victoria el derecho a convertirse en el primer presidente británico de la Comisión Europea al año siguiente.

Dejó Bruselas habiendo sembrado la primera semilla que un cuarto de siglo después acabaría por alumbrar la moneda única europea y advirtiendo sobre problemas que aún hoy enturbian el debate comunitario, como el tamaño mismo de la Comisión. Jenkins defendió sin que le hicieran caso la necesidad de limitar el número de comisarios antes de que el ingreso de España y Portugal la hicieran ingobernable.

En 1981 volvió a la política británica para protagonizar un lustro que acabaría transformando el paisaje político del Reino Unido. Junto a Shirley Williams, David Owen y Bill Rodgers formó lo que se conoció como "la banda de los cuatro". Acabaron rompiendo el Partido Laborista para crear el efímero Partido Social Demócrata (SDP). Aunque llegó a tener hasta el 50% de los votos en los sondeos, el SDP acabó devorado por la marea nacionalista de Margaret Thatcher y la guerra de las Malvinas. En 1987 perdió su escaño en los Comunes y entró en la Casa de los Lores, dejando la primera fila para siempre.

El nacimiento y muerte del SDP, que acabó fundiéndose con los liberales para formar el Partido de los Liberales Demócratas, no fue otra cosa que un primer intento a ciegas de crear lo que luego se llamaría tercera vía y Nuevo Laborismo. Roy Jenkins, acusado de traición por muchos militantes laboristas, no fue sino un Tony Blair avant la lettre. El laborismo acabó haciendo con Blair lo que Jenkins intentó por su cuenta 15 años antes: centrarse.

Jenkins fue mucho más que un político: siempre tuvo tiempo para hacer otras cosas. Fue un formidable biógrafo, puntilloso y detallista. En los últimos años acabó sus dos obras más colosales: las biografías de William Gladstone y de Winston Churchill, los dos más grandes primeros ministros que ha dado el Reino Unido.

Este corresponsal tuvo ocasión de entrevistar a Jenkins en noviembre pasado para glosar la aparición en España de la obra sobre Churchill. Lord Jenkins estaba lleno de vida y de proyectos. Pasó la mitad de la entrevista hablando sobre Churchill y la otra mitad preguntando sobre España. Siempre inquieto, acababa de publicar un librito sobre 12 ciudades europeas entre las que había incluido Barcelona. Aquel día, al calor de ese buen vino que siempre tuvo y siempre compartió, lord Jenkins no tenía ganas de hablar de Tony Blair, ni de Europa, ni de la relación especial entre Estados Unidos y Gran Bretaña. Fue una lástima, porque sus opiniones siempre iban contracorriente. Se ha ido su palabra. Queda su obra.-

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