Columna

Urbanos y solos

Gentes tristes de las ciudades; gentes que se sienten solas, no necesariamente abandonadas, pero en todo caso faltas de emociones y amistades, de viajes al pasado, al presente o al futuro; gentes así, tan como cualquiera, pues resulta que un día se meten en una secta y se sienten más felices. De repente tienen amigos, o lo parece, tienen actividades y tienen un objetivo que poco importa que sea místico, banal, esotérico o sencillamente mercantil.

El precio de esa nueva situación siempre es el mismo: implica la pérdida de la libertad y la progresiva pérdida de los dineros propios, sean e...

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Gentes tristes de las ciudades; gentes que se sienten solas, no necesariamente abandonadas, pero en todo caso faltas de emociones y amistades, de viajes al pasado, al presente o al futuro; gentes así, tan como cualquiera, pues resulta que un día se meten en una secta y se sienten más felices. De repente tienen amigos, o lo parece, tienen actividades y tienen un objetivo que poco importa que sea místico, banal, esotérico o sencillamente mercantil.

El precio de esa nueva situación siempre es el mismo: implica la pérdida de la libertad y la progresiva pérdida de los dineros propios, sean estos muchos o pocos. Porque todas las sectas son muy semejantes, tanto las prohibidas como las ensalzadas, las que tienen santoral y las que lo rehúyen. Todas las sectas buscan el botín de la libertad, que es el valor supremo; el único que antecede al propio valor de la vida.

En estos días hemos tenido noticias de los raelianos, una de las nuevas y siniestras cofradías que florecen en Estados Unidos, ese gran país altanero y eficaz que cada día parece más arrasado por los fanáticos de todos los credos y por los delincuentes del más allá; gentes atrabiliarias que, sin embargo, y aunque cueste creerlo, tardan muy poco tiempo en reunir adeptos entre las capas de los empleados deprimidos, de las viudas melancólicas, de los jóvenes vagos, de los ex militares tronados o de los nihilistas del barrio.

Si yo fuera presidente propondría la inclusión, en los planes de estudio de los muchachos españoles, de un gran capítulo donde se denunciaran los muchos y maquiavélicos males que acarrean las sectas. Y como este país es laico constitucionalmente, no tendría reparo en poner en guardia a los ciudadanos acerca de las sectas más o menos honorables. Incluso me atrevería a sugerir una solución para las gentes proclives a estas dejaciones de la dignidad, a este temor mal encauzado: que se reconfortaran leyendo las innumerables novelas realistas que narran las vicisitudes de las gentes sensibles y solitarias que habitan el medio urbano. Es una literatura pedestre, pero tiene buena venta y parece que resulta más inofensiva que ponerse a las órdenes de un gurú.

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