Reinterpretación de lo rústico a pie de pistas

Baqueira-Beret y los aficionados al esquí están de enhorabuena. Vencida la timidez hacia la construcción de hoteles de capacidad superior a 50 habitaciones, después de los desaguisados arquitectónicos cometidos hace más de tres décadas en los referentes del Montarto y el Tuc Blanc, por fin una cadena hotelera de trayectoria incipiente demuestra cómo se puede apurar en volumen edificable sin perder el sentido del equilibrio medioambiental ni el buen gusto. Rafaelhoteles, propietaria de otros tres establecimientos en Madrid y uno en Barcelona, ha vuelto a poner al valle de Arán en el punto de mi...

Baqueira-Beret y los aficionados al esquí están de enhorabuena. Vencida la timidez hacia la construcción de hoteles de capacidad superior a 50 habitaciones, después de los desaguisados arquitectónicos cometidos hace más de tres décadas en los referentes del Montarto y el Tuc Blanc, por fin una cadena hotelera de trayectoria incipiente demuestra cómo se puede apurar en volumen edificable sin perder el sentido del equilibrio medioambiental ni el buen gusto. Rafaelhoteles, propietaria de otros tres establecimientos en Madrid y uno en Barcelona, ha vuelto a poner al valle de Arán en el punto de mira. Su reciente propuesta hotelera, que ahora cumple un año, bandera de la urbanización La Pleta Neu, a 300 metros del telesilla Esquirós, ofrece ciertos alicientes transgresores del corsé estilístico aranés redundante en las edificaciones del valle. Interpretación valiente del interiorismo rústico a cargo de ese tándem que forman Mar Moliner y su sobrina, Mar Martínez, capaces de inventarse un nuevo sincretismo decorativo con fundamentos de la tradición pirenaica, referencias de arte africano y alguna que otra sutileza vanguardista. Voluntad de estar al día y en el mundo como contrapunto al envoltorio un tanto cañí del campanario, en granito visto y pizarra, con remates de madera, que esconde la escalera de emergencia.

El sesgo de modernidad impuesto en el vestíbulo anticipa la intención estética. Sin ir más lejos, las agrupaciones de sofás en el amplio salón central crean ambientes y estilos decorativos muy diferentes entre sí, armonizados por esa secuencia etérea del buen diseño. Una pecera apenas disimulada en la pared ofrece una visión curiosa de la piscina y el spa.

El servicio, siempre amable y dispuesto, organiza el transporte de los esquiadores a los remontes más próximos, para salir del hotel con las botas puestas. Una tienda en los bajos del edificio afila los esquís y permite dar los últimos toques al equipamiento.

Idénticas sensaciones se obtienen en el ámbito privado de las habitaciones, decoradas con elegancia y temperada alegría. Muy generosas en tamaño y mobiliario, con multitud de armarios y cajones para guardar la impedimenta de invierno. Ningún detalle importante se echa en falta, salvo un ventilador idóneo para el secado de las botas de esquí. La ducha multichorro resulta una bendición al cabo de una jornada en pistas, mientras el ramillete de flores sobre la repisa de los cuartos de baño pone en evidencia todo el cariño vertido en la obra.