Crítica:RYAN ADAMS | ROCK

Sencilla intensidad

A veces aporrea la guitarra y salen truenos, tormentas eléctricas de country blues y distorsión. Se fuma un cigarro tras otro. Se sienta al piano y de sus teclas salen melodías cargadas de pasión. Su garganta es amarga, tanto tabaco; y no le hace falta ser simpático, por mucho que le insistan en arrancarle un saludo. La aspereza de su concierto desconcierta a buena parte del público. ¿Esperaban al Adams energético de los discos con banda? Se había advertido que venía con una chelista y una violinista, y que él se iba a alternar entre el piano, la guitarra de palo y la electroacústica. C...

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A veces aporrea la guitarra y salen truenos, tormentas eléctricas de country blues y distorsión. Se fuma un cigarro tras otro. Se sienta al piano y de sus teclas salen melodías cargadas de pasión. Su garganta es amarga, tanto tabaco; y no le hace falta ser simpático, por mucho que le insistan en arrancarle un saludo. La aspereza de su concierto desconcierta a buena parte del público. ¿Esperaban al Adams energético de los discos con banda? Se había advertido que venía con una chelista y una violinista, y que él se iba a alternar entre el piano, la guitarra de palo y la electroacústica. Conociendo su pose un tanto sobrada, podría esperarse cualquier cosa. Pero dio una lección de intensidad y atrevimiento. Una propuesta hermosa, difícil de entender si se es sólo de un bando, del de Dylan, Cohen o Morrison; o del de Nirvana o Pearl Jam. Si en la oreja del espectador caben los dos lugares, el extraño recital de Adams podría colocarse entre los más sublimes que se han visto.

Ryan Adams

Ryan Adams (voz, guitarras y piano); Sara Wilson (chelo), Ruth Gottlieb (violín). Palacio Municipal de Congresos (Madrid). 30 de noviembre de 2002.

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