Tribuna:

Agitación en la 'República de las ideas'

El panorama intelectual y político francés aparece agitado, y, a falta de acontecimientos relevantes tras el desconcertante resultado de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, la causa de la convulsión es la publicación del libro de Daniel Lindenberg Le rappel à l'ordre. Enquête sur les nouveaux réactionnaires (La République des Idées. Ed. Seuil)

El autor, profesor universitario de Historia de las Ideas, antiguo militante de las Juventudes Comunistas, expulsado del PCF ingresó posteriormente en las filas maoístas para abandonar definitivamente el marxismo, y, ...

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El panorama intelectual y político francés aparece agitado, y, a falta de acontecimientos relevantes tras el desconcertante resultado de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, la causa de la convulsión es la publicación del libro de Daniel Lindenberg Le rappel à l'ordre. Enquête sur les nouveaux réactionnaires (La République des Idées. Ed. Seuil)

El autor, profesor universitario de Historia de las Ideas, antiguo militante de las Juventudes Comunistas, expulsado del PCF ingresó posteriormente en las filas maoístas para abandonar definitivamente el marxismo, y, a pesar de ello, continuar en el campo de la izquierda, en concreto en el Partido Socialista, en cuyas filas milita en la actualidad.

El libro redactado en tono agresivo (violento y panfletario según los nuevos y viejos reaccionarios que se sienten atacados) contiene un alegato demoledor contra ciertos intelectuales franceses, procedentes muchos ellos de la izquierda e incluso de la extrema izquierda y, pasados en cuerpo y alma al campo de la derecha. Según Lindenberg -y no le falta razón- las críticas de estos intelectuales hacia Mayo del 68, el Islam, la militancia en favor de los derechos humanos o el feminismo han superado los límites de la democracia para entrar de lleno en el campo ultraconservador y reccionario.

La polémica está servida, y merece las primeras páginas de los principales diarios franceses. En Le Monde se recogen artículos en los que se defiende a Lindenberg, mientras que sus detractores -objeto de las críticas del libro- encuentran acogida en las páginas de Le Figaro, si bien, fieles a una tradición francesa de tolerancia, ambos diarios -bien es cierto que más el primero que el segundo- ofrecen espacios a los contrarios a las tesis que defienden. Los aludidos lanzan dardos envenenados, y, con frecuencia ataques ad hominem. Pierre-André Taguieff acusa a Lindenberg de terrorista intelectual y de iniciar una caza de brujas de las habitualmente llevadas a cabo por comunistas, troskistas y "tercermundistas"; Judith Waintraub califica el libro como "proceso estalinista" mientras que muchos de ellos (Waintraub, Pierre Manent) proclamaron el orgullo de ser reaccionarios.

La verdad es que seguir la polémica resulta apasionante, y a uno le entra cierta envidia de no pertenecer a esa Républica de las ideas, que sigue siendo Francia. Para situar el estado de la polémica, hay que referirse a ciertos parámetros franceses que pueden ayudarnos a comprender cómo una discusión de ideas puede llegar a agitar de tal forma la vida francesa como para merecer la primera página de los principales diarios.

En primer lugar, en Francia, a diferencia de lo que ha ocurrido en España, resulta fundamental del "pacto republicano" surgido de la Revolución Francesa y el Bonapartismo. Este pacto o tradición republicana, supone que derecha e izquierda aceptan como indiscutibles ciertos principios: el laicismo, la escuela pública, el concepto de nación, pero también el centralismo político, el intervencionismo estatal en la economía, o un nacionalismo exarcerbado. En ese espíritu republicano han destacado políticos tanto de derechas (De Gaulle) como de izquierdas (Mitterrand). En la actualidad creo que el pacto republicano está herido de muerte y su verdugo ha sido Chirac. Tras el resultado de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, la izquierda llamó a votar a Chirac en nombre del espíritu republicano y para cerrarle el paso a la extrema derecha de Le Pen, pero Chirac aprovechó ese movimiento para apropiarse de todo el éxito, crear su propio partido UMP (Union pour la Majorité Présidentielle) y arrinconar a la izquierda, en una maniobra que pudo ser interpretada como una traición al espíritu republicano.

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En segundo término, se están viviendo los últimos coletazos intelectuales de Mayo del 68. De allí surgió un pensamiento antitotalitario que en buena medida recuperaba fuentes liberales (Tocqueville), y se situaba mayoritariamente en la izquierda no marxista. Ese pensamiento fue derivando en dos corrientes que se fueron haciendo cada más divergentes: la liberal que, cegada por la revolución conservadora, fue entregándose en manos de una derecha, cada vez más reaccionaria, y la radical que asumiendo los principios del liberalismo, no renunciaba a cambiar la sociedad en favor de planteamientos igualitarios. El libro de Lindenberg, que se ubica entre los segundos, puede ser considerado como un ajuste de cuentas hacia sus antiguos compañeros y un castigo dialéctico a quienes en nombre de la libertad renuncian a avanzar en la creación de una sociedad más justa. No es extraño que el libro haya sido publicado por una asociación (La République des Idées) cuyo presidente es Pierre Rosanvallon, director al tiempo del Instituto Raymond Aron, en cuyo seno han encontrado cobijo tanto liberales como radicales.

Cabría preguntarse si esta polémica puede importarse a España, pero resulta difícil imaginarlo así. No se encuentra en estos pagos nada parecido a la república de las ideas, y, sin embargo, no faltan condiciones para realizar ciertos paralelismos. Piénsese en el buen número de miembros del PP que proceden de la izquierda marxista, incluso estalinista o maoísta (por citar sólo a los ministros o ex-ministros, Pilar del Castillo, Piqué, Birulés...) o la lista de autores (me cuesta llamar intelectuales a alguno de ellos) que publican en la Fundación FAES, algunos de ellos -y no me refiero al compañero de pupitre, que aunque le hayan condenado a galeras, aún se le encuentra entre quienes han realizado aportaciones a esa Fundación- caracterizados por ser malos traductores de los más reaccionarios autores de la Escuela de Chicago, y que me imagino subscribirían gustosos el artículo de Judith Waintraub -Vieja reaccionaria y orgullosa de serlo, (Le Figaro 22-11-2002)-, o quienes, desde posiciones religiosas del catolicismo conservador, atacan las políticas de control de natalidad, a las que consideran causantes de la inmigración. No cabe duda de que muchos de ellos podrían ser calificados como nuevos -o viejos- reaccionarios.

Por otra parte, en el campo de la izquierda no marxista también algo se está moviendo. Basta recordar la polvareda de las declaraciones de Zapatero (socialista liberal, o si se quiere, libertario) o bien la reciente publicación de algunos libros, particularmente el de Jordi Sevilla (De Nuevo Socialismo) que promete una aportación importante al debate de las ideas, desde posiciones antidogmáticas, que vienen a actualizar posiciones idelógicas en torno al PSOE, que en el pasado ha bebido tanto de fuentes marxistas como del liberalismo humanista y de izquierdas, en la mejor tradición del krausismo.

Luis Berenguer es eurodiputado socialista.

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