Columna

Matices

El prestigio del matiz se viene abajo. Al menos en el discurso político imperante, aquejado de una chulería con la que toda una cosecha de líderes orienta el debate público. No se trata de confundir la matización con el razonamiento (eso ya sumió en la perplejidad a bastantes posmodernos), ni mucho menos de que matizar equivalga a actuar, pero es preocupante la devastación de los territorios del diálogo que se ejecuta cada día ante nuestros ojos para que en el baldío crezcan las malas hierbas de la demagogia. George W. Bush, que desde la Casa Blanca ha hecho virar el mundo hacia el blanco y ne...

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El prestigio del matiz se viene abajo. Al menos en el discurso político imperante, aquejado de una chulería con la que toda una cosecha de líderes orienta el debate público. No se trata de confundir la matización con el razonamiento (eso ya sumió en la perplejidad a bastantes posmodernos), ni mucho menos de que matizar equivalga a actuar, pero es preocupante la devastación de los territorios del diálogo que se ejecuta cada día ante nuestros ojos para que en el baldío crezcan las malas hierbas de la demagogia. George W. Bush, que desde la Casa Blanca ha hecho virar el mundo hacia el blanco y negro, o Ariel Sharon, que ha movido los tanques sobre el conflicto palestino-israelí hasta demoler cualquier zona de esperanza, o Vladimir Putin y su contundencia helada, son ejemplos extremos de la deriva, alimentada por la brutal erupción del fanatismo terrorista desde los abismos del irredentismo musulmán, hacia un esquema bipolar, ya no en lo geopolítico, como en la guerra fría, pero sí en lo moral. La mezcla, el tono, el grado o la variedad definen el matiz, un término de origen pictórico que en la modernidad ha adquirido valor estructural para cualquier ejercicio de juicio o comprensión. Los matices son contextuales, causales, temporales, adversativos, consecutivos; indican a la vez cualidades, peculiaridades, inflexiones, ambigüedades, pero también dudas, precauciones, excepciones, objeciones... Son la paja que estorba a los maniqueos, la materia prima de la complejidad, la levadura del progreso y de la libertad. Ha dicho Miquel Roca Junyent que "Europa es un monumento al matiz" porque "cualquier política europea no descansa en la capacidad de convicción, sino en las complicidades que genera. El discurso más brillante, el discurso más entusiasta, que no genere complicidades, no sirve de nada". Tal vez por eso inquietan José María Aznar, cuando justifica la involución autonómica con la presunción de que su partido es el único que garantiza la cohesión de España, o Eduardo Zaplana, al descartar cualquier moderación en la purga de malos valencianos para la cruzada por el trasvase del Ebro contra catalanes y aragoneses. La guerra no admite matices, es incondicional.

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