Columna

Las ideas en la derecha

En millones de ocasiones se han citado las palabras de Keynes acerca de cómo los políticos se suelen servir de intelectuales, en ocasiones oscuros u olvidados. Las ideas, por tanto, cuentan en la vida pública aunque también los talantes. Ahora que nos enfrentamos a la sucesión en el liderazgo del primer partido español, apenas conocemos, de los tres candidatos posibles, otra cosa que su talante, que sin duda es más centrista que el del propio Aznar. Imposible la campaña entre ellos y relegada a un futuro impreciso la decisión de quién será el sucesor, no cabe hablar de otra cosa que de las ide...

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En millones de ocasiones se han citado las palabras de Keynes acerca de cómo los políticos se suelen servir de intelectuales, en ocasiones oscuros u olvidados. Las ideas, por tanto, cuentan en la vida pública aunque también los talantes. Ahora que nos enfrentamos a la sucesión en el liderazgo del primer partido español, apenas conocemos, de los tres candidatos posibles, otra cosa que su talante, que sin duda es más centrista que el del propio Aznar. Imposible la campaña entre ellos y relegada a un futuro impreciso la decisión de quién será el sucesor, no cabe hablar de otra cosa que de las ideas. Y buena ocasión para ello la proporciona el discurso del presidente del Gobierno ante la nueva FAES, centro de pensamiento de la derecha.

Cabe decir de ella, en primer lugar, que fue un intento exitoso de producir una revolución de los principios introduciendo al neoliberalismo como enmienda a la totalidad del socialismo en todas sus especies. En un momento de confrontación y de búsqueda de una legitimidad actualizada, sirvió como vehículo para la transfiguración de quienes procedían de la derecha tradicional, como el propio Aznar.

Por su discurso inaugural de la nueva fundación da la sensación que seguirá los mismos pasos de la anterior. Bobbio ha escrito que cabe esperar que los partidos en las democracias del tercer milenio se desdoblen en un centro-derecha y un centro-izquierda tan sólo distinguibles por sus prioridades. Pero en el actual bagaje ideológico del PP hay dos asunciones previas que establecen una distancia superior a la prioridad.

La primera es una determinada versión del liberalismo. Aznar se definió, en esta solemne ocasión, como 'buen liberal', partidario de la 'libertad individual, política, social y económica'. Palabras como éstas rompen con las tradiciones más comunitarias del centro; no puede extrañar que desde Unió Democràtica se le haya pedido que dimita de la presidencia de la Internacional democristiana. El liberalismo patrocinado por FAES y por su presidente es el de Adam Smith y Hayek, no el de Popper y Dahrendorff. Consiste -lo escribió Vidal Quadras- en considerar la 'libertad negativa (la ausencia de constricción) como objetivo moral primordial'. Un socialdemócrata o un centrista tiende a tener más en cuenta las libertades en positivo como capacidades para el desarrollo del individuo. Para Hayek, en cambio, la 'justicia social' sería un fraude semántico parecido a 'democracia popular'.

La segunda asunción es el sentimiento nacional español; por eso Aznar ha atribuido a FAES como objetivo 'pensar España'. Ya lo ha hecho: la actitud virulenta contra los nacionalismos periféricos, el neoespañolismo, el repudio a cualquier cambio constitucional... han aparecido hace meses en las publicaciones con ese sello. Y así parece que va a seguir sucediendo.

Neoliberalismo y españolismo han tenido su rentabilidad colectiva pero también partidista. El primero, por ejemplo, facilitó la convergencia europea y el programa de privatizaciones; el segundo, una cierta conciencia de orgullo colectivo. Pero, además, la presencia de Boyer, antiguo lector de Popper, y de Edurne Uriarte, en otro tiempo socialista vasca, en el acto de FAES revela el atractivo potencial para el PP de estos dos principios.

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Lo que sucede es que también son obvias sus limitaciones. Cabe preguntarse si el neoliberalismo no está agotado cuando no proporciona respuesta a problemas como la globalización. Los españoles han de preguntarse si ellos no han sufrido las consecuencias de su aplicación en ámbitos como la no distinción entre lo público y lo privado, el modo de liquidar las empresas públicas transfiriéndolas a los amigos o la irresolución de problemas como el de la vivienda. El mercado está muy bien pero es insensato ver en él una varita mágica. Respecto al segundo de los principios, el españolismo, hay que preguntarse si no lleva a una confrontación perpetua, autodestructiva, en un panorama en que no parecen posibles mayorías absolutas. Quienes deben sopesar todo esto son los eventuales sucesores, no Aznar, que ya pertenece a la Historia.

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