Columna

Vidas desparejadas

Ésta es la historia de dos hombres, muy diferentes en todo, ligados por el capricho de la actualidad. Uno nació junto al Ebro y el otro en Madrid. Uno, de origen modesto -su padre era taxista-, y el otro, hijo de familia. Uno educado en un colegio de barriada, y el otro compañero de pupitre de un famoso estadista. Llegada la vida adulta, uno trabajó de asalariado en tediosos talleres del metal, donde pronto supo que su liberación vendría a través de la lucha obrera. De la dureza y el dato frío en las mesas de negociación. Por ese camino, el hijo del chófer ascendió en la espesa burocracia sind...

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Ésta es la historia de dos hombres, muy diferentes en todo, ligados por el capricho de la actualidad. Uno nació junto al Ebro y el otro en Madrid. Uno, de origen modesto -su padre era taxista-, y el otro, hijo de familia. Uno educado en un colegio de barriada, y el otro compañero de pupitre de un famoso estadista. Llegada la vida adulta, uno trabajó de asalariado en tediosos talleres del metal, donde pronto supo que su liberación vendría a través de la lucha obrera. De la dureza y el dato frío en las mesas de negociación. Por ese camino, el hijo del chófer ascendió en la espesa burocracia sindical, saltó a cargos políticos de relieve y hasta se dijo que estuvo a punto de ser ministro. El otro, el hijo de familia, tuvo un pasar más apacible y grato, pues merced a su linaje entró en despachos de postín, hizo cursos en el extranjero, trepó a las cúpulas empresariales y tuvo mucha suerte con los amigos.

Tiempo más tarde, uno desbarró. Ciego de poder y de un lujo que era nuevo para él, arrambló con dineros de todos, del montepío incluso. Compraba casas y chalets, viajes y festines. Todo era gloria y champán y unos coroneles dóciles que le traían bolsas llenas de billetes. Un día, empero, el antiguo sindicalista fue descubierto, y ahí ya se desató la fuga, Indochina, el regreso, la cárcel, la depresión, los embargos, y acaso la puesta a buen recaudo de un tercio de su latrocinio. El otro, al contrario, fue siempre hombre intachable, respetuoso con la ley y los contratos, obediente inversor mediático, y probadamente incapaz de quedarse con un céntimo que no le perteneciera.

Dicen que fueron más de 3.000 millones de pesetas los que trincó el ex empleado zaragozano. La cifra, pura casualidad, viene a coincidir con los beneficios societarios que el otro percibió a cuenta de las stock options cuando se hallaba en la plenitud de su gloria. Uno compareció en el congreso y allí evocó el trasiego de las maletas del dinero. Al otro, al honrado, lo esperaban para narrar su gran gestión empresarial, por la que percibió una fortuna más que merecida. Hasta que ayer el PP y Pujol anularon la cita.

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