Reportaje:

La doble cara del pintor Pidelaserra

El MNAC recupera la figura del artista maldito con el primer repaso completo a toda su trayectoria artística

Marian Pidelaserra (Barcelona 1877-1946) fue un pintor de contrastes y contradicciones. Rupturista, pero no lo suficiente para pertenecer a las vanguardias; clásico, pero no lo bastante como para agradar a la burguesía catalana. Por este motivo el conocimiento de su obra es parcial y muy ligado a las etapas en que su pintura entraba tímidamente en los comedores de las familias acomodadas. Pero su contacto con el impresionismo en París y su posterior evolución artística le han valido el título de maldito, sobre todo por su última etapa, en la que no sólo recogió el rechazo del público, sino tam...

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Marian Pidelaserra (Barcelona 1877-1946) fue un pintor de contrastes y contradicciones. Rupturista, pero no lo suficiente para pertenecer a las vanguardias; clásico, pero no lo bastante como para agradar a la burguesía catalana. Por este motivo el conocimiento de su obra es parcial y muy ligado a las etapas en que su pintura entraba tímidamente en los comedores de las familias acomodadas. Pero su contacto con el impresionismo en París y su posterior evolución artística le han valido el título de maldito, sobre todo por su última etapa, en la que no sólo recogió el rechazo del público, sino también la incomprensión de la crítica. El Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) presenta ahora una completa visión retrospectiva de su obra que permite por primera vez recorrer todas sus etapas. 'Podríamos haber hecho una exposición fácil, aquella que reuniera la etapa amable de Pidelaserra, caracterizada por un impresionismo fuera de tiempo, fiel al modelo original. Pero hemos tratado de mostrar también el Pidelaserra que está fuera de cualquier clasificación, que no es ni pintura catalana, ni vanguardia. El Pidelaserra desclasado y relegado al olvido', explica Josep Casamartina, comisario de la exposición Pidelaserra 1877-1947, que hasta el 19 de enero puede contemplarse en el MNAC.

Pidelaserra fue en sus inicios lo que Casamartina definió como 'un pintor de pueblo'. Pero su viaje a París en 1899, junto a Pere Ysern y Emili Fontbona, le abre la visión de un nuevo universo artístico. Aunque el impresionismo ya no es ninguna novedad en la capital francesa, Pidelaserra descubre un nuevo registro. La exposición muestra la interpretación de este estilo, que aunque rompedor, le permite seguir algunas pautas académicas que, sobre todo en los paisajes, le valdrán una cierta aceptación. En 1902, de vuelta a Barcelona, expone en la Sala Parés. No vende nada, excepto las 12 telas que le compra su tío y protector Narcís Déu i Mata, pero la crítica celebra sus paisajes. Lo que ya no gusta tanto son sus retratos, que no buscan la belleza. Los rostros muestran una visión un poco áspera del arte y de la vida, y reafirman su voluntad de no seguir una trayectoria comercial.

Durante una temporada intenta seguir su camino. Pinta paisajes del Montseny que no logran tener demasiada consideración. Uno de los motivos es la técnica utilizada: el puntillismo. El ambiente coleccionista catalán no está para demasiados atrevimientos. Ni su exposición en 1903 en el Ateneo Barcelonés, ni su vuelta a la Sala Parés en una exposición colectiva le representan ningún éxito. Esta situación le llevarán progresivamente al alejamiento de la pintura. Sólo a principios de la década de 1910, la adquisición de varias de sus obras por el coleccionista Luis Plandiura le otorga cierta prestancia. Esta circunstancia le anima a pintar unos paisajes fruto de su viaje a Mallorca. 'Son obras irreales, pintadas de memoria, lo que les da esa naturaleza tan atrayente y misteriosa', explica Casamartina.

Pero su destino sigue siendo el de un pintor independiente que no admite concesiones. Convencido de que no puede vivir de sus cuadros, pide a su hermano que le alquile el negocio familiar de tintes. Su objetivo: ganar el suficiente dinero para convertirse en su propio mecenas. De 1915 a 1928 su producción es esporádica, pero miemtras hace dinero. La I Guerra Mundial ayuda a la pujanza del negocio familiar, que finalmente abandona. Con el dinero obtenido encarga al arquitecto Puig Gairalt una finca en la calle de Balmes. Vivir de rentas le permite abordar una nueva etapa artística sin inquietud. Al menos económica.

Su figura es redescubierta y se lanza a cierto al delirio pictórico que le llevará a pintar la vida de Cristo con colores estridentes. Cuando llega la Guerra Civil, su impacto le lleva a dibujar unas obras en las que actualizará el gesto de Goya en los Desastres de la guerra. Estas obras son las que que otorgan mayor intensidad de la exposición.

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