Columna

Durmiente

HACE UNOS AÑOS, en una bella edición ilustrada, se publicó la traducción castellana de un breve ensayo sobre arte del escritor francés Jean Giraudoux (1882-1944). Se titulaba Combate con la imagen (J. J. de Olañeta) y, en realidad, era una divagación a partir de un hermoso dibujo sobre cartón de Foujita, que representaba los finos rasgos de una mujer dormida. La obra estaba fechada en 1940 y el escrito que inspiró fue editado, en 1941, en el París ocupado por los nazis. Hay que imaginar, por tanto, lo que allí entonces ocurría, pero no sólo de privaciones materiales, sino también psicol...

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HACE UNOS AÑOS, en una bella edición ilustrada, se publicó la traducción castellana de un breve ensayo sobre arte del escritor francés Jean Giraudoux (1882-1944). Se titulaba Combate con la imagen (J. J. de Olañeta) y, en realidad, era una divagación a partir de un hermoso dibujo sobre cartón de Foujita, que representaba los finos rasgos de una mujer dormida. La obra estaba fechada en 1940 y el escrito que inspiró fue editado, en 1941, en el París ocupado por los nazis. Hay que imaginar, por tanto, lo que allí entonces ocurría, pero no sólo de privaciones materiales, sino también psicológicas y morales, como la ansiedad, el miedo, la humillación, la impotencia. En una habitación despojada, nos relata Giraudoux la creciente presencia que para él fue cobrando ese pequeño cartón sin enmarcar, emplazado sobre una mesa y apoyado en la pared, de la mujer dormida, el cual paradójicamente le arrebataba el sueño.

El arte ha tenido siempre una estrecha relación con el sueño, no sólo porque la inspiración se produce en un estado de duermevela, sino porque la imagen de los durmientes ha fascinado como motivo a los artistas de todas las épocas. Además del relato legendario de la propia fundación de la pintura como un intento de atrapar los rasgos de un amante dormido, a través de mil excusas mitológicas ha habido innumerables obras de arte que representan a una pareja de enamorados, uno de los cuales vela, casi habría que decir, espía, con ansiedad, el sueño del otro. Es lo que expresa Gerardo Diego, en una de las estrofas del soneto titulado 'Insomnio', de Alondra de verdad: 'Saber que duermes tú, cierta, segura / -cauce fiel de abandono, línea pura-, / tan cerca de mis brazos maniatados'.

Pasamos un tercio de nuestra vida durmiendo, pero el sueño testimonia que no cesa nuestra actividad mental. Tan sólo nuestro control racional sobre ella. Esto es lo que turba a quien vigila el sueño del amante dormido, nunca tan a mano y dócil y, sin embargo, nunca tan alejado. No obstante, a Giraudoux, quizá por las odiosas circunstancias del momento, esa agonía por el descontrol de la mujer dormida del cartón de Foujita, que encima le imponía la distancia añadida de ser un dibujo, le infundió esperanza. No se libró, cierto, de la sensación angustiosa de soledad que comporta esa imagen, de nuevo admirablemente descrita por el poeta español: 'Qué pavorosa esclavitud de isleño, / yo insomne, loco, en los acantilados,/ las naves por el mar, tú por tu sueño'; pero, aun así, afirma: 'No alteres tu deleite ni mi hechizo, y ya que una muchacha sin vida y sin ojos ha venido desde su no existencia a expulsar de tus dominios los egoísmos y la derrota, la ceguedad del desastre, ámala, ámame, ámate'. He aquí, pues, la victoria del arte sobre esa violenta caricatura que llamamos realidad: la fuerza incontrolable del amor y el sueño.

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