Columna

Choque

El Nou d'Octubre se acerca en un clima enrarecido, con demandas de reforma del Estatuto, aquí y en Cataluña (aquí bastante rituales, todo hay que decirlo), a las que el Gobierno hace oídos sordos. Asunto menor, desde luego, comparado con el órdago de los nacionalistas vascos y su nación libre asociada. La ofensiva judicial y política contra Batasuna, propiciada por la intolerable tozudez criminal de ETA y sus supporters, a la que se aferra el PP como única política autonómica, con lo que castiga a todos por cuenta del terrorismo de unos y encubre su resistencia a la evolución del modelo...

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El Nou d'Octubre se acerca en un clima enrarecido, con demandas de reforma del Estatuto, aquí y en Cataluña (aquí bastante rituales, todo hay que decirlo), a las que el Gobierno hace oídos sordos. Asunto menor, desde luego, comparado con el órdago de los nacionalistas vascos y su nación libre asociada. La ofensiva judicial y política contra Batasuna, propiciada por la intolerable tozudez criminal de ETA y sus supporters, a la que se aferra el PP como única política autonómica, con lo que castiga a todos por cuenta del terrorismo de unos y encubre su resistencia a la evolución del modelo de Estado, empieza a tensar los músculos del chovinismo de todos los colores, especialmente del rojo y el gualda. La trayectoria de choque de trenes en la que están embarcados Aznar e Ibarretxe no puede llevar a nada bueno y revela algo que ya era obvio: que al PNV le traen sin cuidado los efectos de sus embestidas sobre los otros pueblos de España, efectos perniciosos para el catalanismo, el galleguismo, el valencianismo o el aragonesismo, inoperantes en las turbulencias. Hay en ello una demostración de que los vascos, independentistas o españolistas, sabinianos o unamunianos, como ha escrito Jon Juaristi, afrontan la política con el ensimismamiento de quienes tienen fe en una intrahistoria donde pervivirán más allá de cualquier contingencia. Extraña concepción para los valencianos, tan porosos a la historia, tan frágiles. Mucho más en un mundo global y en una Europa que crece y se complica. De los 13 estados que aspiran a entrar en la UE, siete tienen menos población que Cataluña y seis, menos que el País Valenciano (incluyendo naciones de reciente independencia como Estonia, Letonia, Lituania o Eslovenia). Cuatro de ellos son demográficamente más pequeños que Euskadi. Resulta incomprensible que, ante la perspectiva de que esas naciones lleguen a la Comisión Europea o al Banco Central Europeo, aquí no se haya abierto la vía para que las comunidades autónomas estén en el Banco de España, configuren el Senado y pinten algo en los foros continentales. Ese es el debate pendiente veinte años después del Estatuto, un debate que no arranca porque dos trenes corren a toda máquina hacia el desastre.

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