El Ballet de la Scala homenajea a Nino Rota

El Ballet del Teatro de la Scala de Milán empezó el pasado viernes su temporada 2002-2003 en el Teatro Smeraldo con un programa mixto de tres coreografias: Troy games, de Robert North, ya vista antes; la entrada en repertorio italiano de la Annonciation, del franco-albanés Angelin Preljocaj, y el estreno mundial de Omaggio a Nino Rota, de Mauro Bogonzetti. La Scala, el antiguo y mítico teatro milanés, está ya en obras, y en el nuevo coliseo de Arcimboldi, creado por Gregotti, en estos mismos días, se prepara una nueva producción de Lucrecia Borgia. La compañía se de...

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El Ballet del Teatro de la Scala de Milán empezó el pasado viernes su temporada 2002-2003 en el Teatro Smeraldo con un programa mixto de tres coreografias: Troy games, de Robert North, ya vista antes; la entrada en repertorio italiano de la Annonciation, del franco-albanés Angelin Preljocaj, y el estreno mundial de Omaggio a Nino Rota, de Mauro Bogonzetti. La Scala, el antiguo y mítico teatro milanés, está ya en obras, y en el nuevo coliseo de Arcimboldi, creado por Gregotti, en estos mismos días, se prepara una nueva producción de Lucrecia Borgia. La compañía se debate entre la renovación y la burocracia, entre el repertorio tradicional y las nuevas corrrientes; también entre los falsos divismos y la indiferencia del público local.

El Ballet de la Scala quiere salvarse de sí mismo. Así se expresan algunos de sus miembros, los que tienen hoy renovados entusiasmos por las propuestas actuales tras la llegada a la dirección del francés Frederic Olivieri, que ha dado un nuevo impulso al conjunto. Olivieri está empezando a ver sus frutos. Hay una generación pujante que quiere retener en la casa milanesa, quiere recuperar a los que se han ido, como Alessandra Ferri, Roberto Bolle y Massimo Murro, que ahora aparecen en el elenco, paradójicamente, como invitados, además de crear una bateria de maestros nuevos (entre los que está el fichaje de la española Arantxa Argüelles).

En el Teatro Smeraldo el viernes había poco menos de media entrada. Algo desolador y difícil de explicar, a pesar de contar con la presencia esa noche del sobreintendente Carlo Fontana, sabida su inveterada indiferencia hacia el ballet. Olivieri tiene planes. A principios de octubre, por primera vez, el Ballet de la Scala va como huésped al Bolshoi de Moscú; en diciembre hará una gala mundial de homenaje por el décimo aniversario de la muerte de Rudolf Nureyev (muy ligado a este teatro), y en mayo de 2003 estrenará, por primera vez en Europa, el Sueño de una noche de verano, de George Balanchine.

El estreno mundial de Omaggio a Nino Rota, del más internacional de los coreógrafos italianos: Mauro Bigonzetti, puede mejorar, si su creador quiere. Hoy todavía es una pieza fallida de la que salva solamente el pas de deux central. Bogonzetti usa el Concierto en do para piano y orquesta de Rota, obra agradable al oído, pero poco útil en sentido coréutico. El vestuario tampoco ayuda, a pesar de las pamelas de paja de Florencia, que usan circunstancialmente las bailarinas en recuerdo de la ópera homónima del milanés y que se suma a otras insensateces escenicas poco afortunadas.

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