SAQUE DE ESQUINA | FÚTBOL | Cuarta jornada de Liga

Luis, el hombre orquesta

Un año más, como el primero, el último o el antepenúltimo, Luis Enrique ha acudido en auxilio del Barça y ha vuelto a montarse en el marcador. Sus cifras le avalan de nuevo: si nos atenemos a su rendimiento es una especie de socorrista providencial que llega justo a tiempo; si nos atenemos a su estilo es un fantasma ligero que se mueve entre líneas con una mezcla de sigilo y determinación, y luego, fsss, se desliza hasta el punto de penalty para terminar la jugada en la boca de gol.

Por razones del corazón que la razón no entiende, está pasando por la vida profesional como un eterno asp...

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Un año más, como el primero, el último o el antepenúltimo, Luis Enrique ha acudido en auxilio del Barça y ha vuelto a montarse en el marcador. Sus cifras le avalan de nuevo: si nos atenemos a su rendimiento es una especie de socorrista providencial que llega justo a tiempo; si nos atenemos a su estilo es un fantasma ligero que se mueve entre líneas con una mezcla de sigilo y determinación, y luego, fsss, se desliza hasta el punto de penalty para terminar la jugada en la boca de gol.

Por razones del corazón que la razón no entiende, está pasando por la vida profesional como un eterno aspirante. Desde que salió de Asturias formó parte de esa lista de candidatos, tan parecida a un avispero, que sigue al grupo de divos oficiales. En su vida hubo siempre media docena de tipos que venían acompañados por su leyenda y su cuenta corriente, a quienes el club otorgaba la precedencia por necesidades de presupuesto. Según etapas y situaciones, sus competidores cambiaban de nombre, pero invariablemente estaban unidos por una condición: a ellos nadie les discutía un lugar bajo los focos. Cuando sufrían el vértigo de la fama, ahí aparecía él, envuelto en una camiseta llena de pliegues, dueño de su fe, de su voluntad y de su esqueleto, para ocupar el sitio que hubiera quedado vacante en tierra de nadie.

Alguna vez se atrevió a decir en voz alta lo que siempre pensó de sí mismo: desde su etapa juvenil fue lo que ahora se llama el segundo delantero, una modalidad de lugarteniente que a veces se llama Raúl y a veces Rivaldo, cuyo papel termina siendo determinante en las grandes competiciones.

Casi nunca le hicieron caso. En unas ocasiones le llamaron para escoltar a algún ilustre colega, en otras entró en el equipo titular por orden alfabético o por orden de antigüedad. Y, aunque siempre cumplió, casi siempre volvió a la sala de espera.

Allí tomó la decisión de mantenerse alerta, con la musculatura en tensión y el ánimo disponible, mientras aprendía cada uno de los secretos del fútbol. Con ello se convirtió en una especie de chico para todo: frente a la rigidez de los especialistas, gente que sólo servía para una cosa, él sabría desempeñarse en todas las posiciones. Gracias a su flexibilidad le hemos visto oficiar indistintamente de defensa lateral, de medio volante, de hombre libre o de goleador por encargo. En la fiebre del juego nunca se escondió, nunca faltó a una cita ni dejó una sola cuenta pendiente.

Puesto que ha hecho de la lealtad una costumbre, conoceremos su verdadera estatura el día en que falte.

Como a todos los grandes ausentes, le reconoceremos por su vacío.

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