Columna

Nadar y guardar la ropa

Claus Offe, uno de los politólogos alemanes más reconocido, publicó el jueves pasado un artículo en La Vanguardia sobre las elecciones alemanas en el que subrayaba la acentuación de la deriva presidencialista del sistema parlamentario alemán. Formalmente, el sistema es parlamentario, en el que los ciudadanos optan por una mayoría parlamentaria de la que saldrá la investidura del presidente del Gobierno. Pero materialmente es un sistema presidencialista, en el que el/la candidato/a a la presidencia del Gobierno es el/la que arrastra la mayoría parlamentaria que lo va a investir.

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Claus Offe, uno de los politólogos alemanes más reconocido, publicó el jueves pasado un artículo en La Vanguardia sobre las elecciones alemanas en el que subrayaba la acentuación de la deriva presidencialista del sistema parlamentario alemán. Formalmente, el sistema es parlamentario, en el que los ciudadanos optan por una mayoría parlamentaria de la que saldrá la investidura del presidente del Gobierno. Pero materialmente es un sistema presidencialista, en el que el/la candidato/a a la presidencia del Gobierno es el/la que arrastra la mayoría parlamentaria que lo va a investir.

El ejemplo alemán de estas elecciones venía muy a pelo para ilustrar esta deriva presidencialista, en la medida en que a lo largo de toda la campaña electoral ha coexistido en todos los sondeos de opinión una ventaja clara del CDU-CSU o un empate en las últimas semanas entre CDU-CSU y SPD, con una preferencia clarísima de los electores por Gerhard Schröder frente a Edmund Stoiber. Si finalmente, en el día de hoy, el SPD sigue siendo el partido de gobierno de Alemania, lo será no en exclusiva, pero sí en muy buena medida por el arrastre de su candidato a canciller.

El PP está demorando la designación de los candidatos a la presidencia del Gobierno o de la Junta de una manera que puede acabar teniendo consecuencias muy negativas

Esta impronta presidencialista se impuso en el sistema parlamentario español y en los subsistemas de las comunidades autónomas desde el principio. En España no ha habido propiamente deriva presidencialista, como en otros sistemas parlamentarios más antiguos, sino que el presidencialismo ha estado presente desde el principio. La designación por el partido del candidato a la presidencia del Gobierno de la nación o del Gobierno de la comunidad autónoma ha sido desde el comienzo de la transición el momento tal vez más decisivo para cada partido, para bien o para mal, de la competición electoral. La designación de un buen candidato ha sido considerada siempre condición necesaria, aunque no suficiente, para conseguir la victoria o, por lo menos, un buen resultado electoral. Recuérdese lo que supuso para UCD la defenestración de Adolfo Suárez. O para AP el mantenimiento de un candidato 'imposible' como Manuel Fraga. O las dificultades del PSOE para sustituir a Felipe González. Y así sucesivamente.

El PP está jugando con fuego con esta regla de oro de nuestro proceso electoral. Está teniendo un comportamiento muy contradictorio. Por una parte, está reconociendo en algunos casos la importancia de tener buenos candidatos y ponerlos en circulación con suficiente antelación. Es lo que ha hecho en Madrid, en donde, en una operación de urgencia, ha designado candidato a la alcaldía a Alberto Ruiz Gallardón y a la presidencia de la comunidad a Esperanza Aguirre, al tener conocimiento de unos resultados inquietantes en las encuestas. O en Castilla-La Mancha, donde ha recurrido no a una figura consagrada, sino a lo que esperan que sea un astro ascendente en la política española, Adolfo Suárez Illana, hijo del primer presidente de la democracia.

Por el contrario, en lo que hace referencia a la presidencia del Gobierno de la nación o a la presidencia de la Junta de Andalucía, el PP está demorando la designación de los candidatos de una manera que puede acabar teniendo consecuencias muy negativas para sus resultados electorales. Si ante la amenaza de una casi desconocida Trinidad Jiménez el PP ha tenido que recurrir a toda velocidad nada menos que a su presidente de comunidad autónoma más reconocido, ¿es razonable dejar pasar más de un año para la designación del candidato que tendrá que enfrentarse a un líder que se está consolidando a una velocidad notable como es José Luis Rodríguez Zapatero?

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Más riesgos corre todavía en Andalucía. Dadas las circunstancias en la que se encuentra el PP en nuestra comunidad y dada la fortaleza del PSOE, no es que sea arriesgado, sino que resulta un punto suicida, no coger el toro por los cuernos y tomar una decisión ya respecto de la candidatura a la presidencia de la comunidad. Decisión que podría ser o bien la de confirmar a Teófila Martínez imponiéndole abandonar la competición por la alcaldía de Cádiz o la de sustituirla por otro u otra candidato o candidata, que se dedicara en exclusiva a competir por la presidencia.

Es verdad que, salvo en Galicia, no hay ninguna comunidad, en la que se impida a un alcalde competir por la presidencia de la comunidad. Pero no lo es menos que, es muy difícil que tenga credibilidad para competir en una comunidad autónoma tan extensa y tan poblada como Andalucía quien tiene que hacer frente a una responsabilidad que consume tanto tiempo y energía como es la alcaldía de una capital de provincia. Más todavía cuando la posición de partida no es favorable. El PP andaluz debería tomar buena nota de lo que ha hecho Esperanza Aguirre, quien, una vez designada candidata a la presidencia de la comunidad de Madrid, ha abandonado la presidencia del Senado para poder dedicarse de manera exclusiva a preparar la campaña electoral. Esos son los gestos que dan credibilidad a una candidatura. Puede que el gesto no sea suficiente y que a pesar de ello no se gane. Pero lo que es prácticamente seguro es que sin un gesto de esa naturaleza, no se gana. Como dice el refrán, no se puede nadar y guardar la ropa.

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