Columna

El rey ligero

Acostumbrados a los excesos teatrales de Maurice Greene y a su cuerpo de robot abrumador, Tim Montgomery significa un cambio sustancial de perfil. Por supuesto que tiene su puntito de arrogancia, indispensable para sobrevivir en el inhóspito mundo de la velocidad y más concretamente en la prueba de los 100 metros, en la que los egos de los atletas son tan superlativos como su rapidez en la pista. Es lo que sucede cuando el desafío supera los márgenes estrictamente competitivos. Esta gente busca algo más: el privilegio absoluto que supone coronarse como el hombre más veloz de la historia. Un tr...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Acostumbrados a los excesos teatrales de Maurice Greene y a su cuerpo de robot abrumador, Tim Montgomery significa un cambio sustancial de perfil. Por supuesto que tiene su puntito de arrogancia, indispensable para sobrevivir en el inhóspito mundo de la velocidad y más concretamente en la prueba de los 100 metros, en la que los egos de los atletas son tan superlativos como su rapidez en la pista. Es lo que sucede cuando el desafío supera los márgenes estrictamente competitivos. Esta gente busca algo más: el privilegio absoluto que supone coronarse como el hombre más veloz de la historia. Un trabajo de esta naturaleza requiere de atletas extremadamente firmes, confiados, vanidosos, desafiantes. Así es el paisaje de los 100 metros, un territorio tribal y cerrado de prima donnas. En California está la lujosa cuadra de John Smith, con Maurice Greene y Ato Boldon como principales purasangres; en Carolina del Norte emerge la figura del jamaicano Trevor Graham, el hombre que dirige a Marion Jones y Tim Montgomery; en torno a John Regis comienzan a agruparse los mejores especialistas británicos. Son grupos impermeables, casi sectarios, que se mantienen en guerra entre ellos.

Montgomery pertenece al grupo de Trevor Graham desde hace tres años. Hasta entonces era un excelente velocista ajeno a los grupos de poder que dominan la especialidad. Siempre había vivido a la orilla de las grandes estrellas, un tipo bastante retraído que parecía un segundo guitarra en la pista. De chico, batió el récord mundial júnior con 9,97 segundos, marca que no llegó a homologarse porque a la pista la faltaban 3,7 centímetros para completar los 100 metros. Más tarde, su despegue fue eclipsado por el fulgor de Maurice Greene. Por libre, estaba condenado al papel de segundón. Tuvo que aceptar las leyes del juego y enrolarse en el grupo de Graham. Los resultados están a la vista. El año pasado hizo 9,84 segundos con las zapatillas que le prestó Marion Jones en Oslo y casi sorprendió a Maurice Greene en los Mundiales de Edmonton. La persecución ha terminado en París. Montgomery, un atleta ligero, con un físico sin estridencias y un talante discreto para los excesos que prevalecen en el circo de los 100, ha acabado con el imperio de Greene.

Archivado En