Crítica:TEATRO MUSICAL

Schubert, escenificado en la Trienal del Ruhr

El peso de los espacios escénicos es determinante en los espectáculos de la Trienal del Ruhr. El espectador llega a Phönix West, en las afueras de Dortmund, sorprendido ante la fuerza de los abedules conquistando terreno a los monumentos industriales que se conservan, salpicados con grafitis. Ver, en esas condiciones, La bella molinera, de Schubert, es sustancialmente diferente al espíritu con el que se contempla el ciclo de canciones en una sala de conciertos convencional.

En el otro extremo de la cuenca el Ruhr, en Duisburg, en el marco de otras arquitecturas industriales resid...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El peso de los espacios escénicos es determinante en los espectáculos de la Trienal del Ruhr. El espectador llega a Phönix West, en las afueras de Dortmund, sorprendido ante la fuerza de los abedules conquistando terreno a los monumentos industriales que se conservan, salpicados con grafitis. Ver, en esas condiciones, La bella molinera, de Schubert, es sustancialmente diferente al espíritu con el que se contempla el ciclo de canciones en una sala de conciertos convencional.

En el otro extremo de la cuenca el Ruhr, en Duisburg, en el marco de otras arquitecturas industriales residuales, los asistentes a Viaje de invierno son retenidos a la entrada de la Krafzentrale para que un poco antes del comienzo del espectáculo recorran juntos la gran nave iluminada a media altura que los llevará a un espacio cuadrado y recogido donde les espera la soprano Christine Schäfer en la esquina de un particular cuadrilátero de boxeo con el piano en el centro de la pista. Schäfer está vestida con una bata de fantasía que bien podría ser de boxeador o de ama de casa. Lleva debajo un chándal de dudoso gusto y calza deportivas blancas. Una lámpara doméstica de luz penumbrosa acompaña su soledad. Está sentada y tiene a su lado un giradiscos antiguo. Entre sus copias de vinilo selecciona Viaje de invierno, cantado por el gran Fischer-Dieskau acompañado al piano por Gerald Moore.

Mientras el disco gira simbólicamente, ella canta las canciones y las paredes de fondo de la sala se llenan de proyecciones con gente que pasa, baja por unas escaleras mecánicas, espera en los aeropuertos o descansa en un banco de la calle, imágenes que se alternan con la presencia de un mar variable, en calma o embravecido, que supone, en cierto modo, un guiño al espíritu del romanticismo, con la naturaleza en su estado más expresivo. El pianista Irwin Gage se coloca una cerveza en la tapa del piano, por si las moscas, la soprano alemana canta maravillosamente. Será difícil olvidar su forma de estar, de frasear, de susurrar. Gran artista, gran comunicadora, desde la sobriedad dramática. La dirección escénica de Oliver Herrmann busca una dimensión doméstica, una cercanía. A veces lo consigue, otras no tanto.

Revulsiva

Más revulsiva resulta La bella molinera, de Marthale con su inseparable escenógrafa Anna Viebrock, en una coproducción con la Skhauspielhaus de Zúrich, el teatro del que acaba de ser destituido Marthale como director artístico. A los que buscan nuevas miradas en los temas de siempre, este montaje es un regalo de los dioses de la imaginación. Marthale es uno de los directores teatrales más originales y subversivos de la actualidad. Tiene una compañía de actores sensacional. Todos cantan, juntos o por separado, unos mejor que otros. En La bella molinera ocurren las cosas más sorprendentes, con un criterio innovador desde el movimiento hasta el ritmo escénico. El lenguaje teatral es de una autonomía asombrosa. Tiene un humor corrosivo, una infinita melancolía y un cierto tono de tristeza en su visión de la soledad o la incomunicación.

El público de la première anteayer correspondió al talento del director puesto en pie en un delirio de aclamaciones. Lo que cambian las cosas según los lugares. Anna Viebrock fue abucheada hace un año en Salzburgo por su trabajo en Ariadna en Naxos. Ahora es ovacionada con calor por un trabajo similar en la cuenca del Ruhr. Gerard Mortier ha cambiado de paisaje, desde luego, pero sobre todo ha cambiado de público. Ha bajado del glamour y la última moda a la belleza de la decadencia. Hacía tiempo que no se le veía tan eufórico.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En