Crítica:RETRATOS DE UNA OBSESIÓN | CINE

El ojo de la cámara

Tema tenazmente repropuesto por el cine norteamericano de los últimos años, el del extraño amenazante, ese Otro insospechado con quien solemos cruzarnos, incluso compartir la vida sin llegar a conocerlo más que en sus estallidos de violencia, esos momentos de epifanía en que se despoja de la máscara con que esconde su psicopatía en la cotidianidad, vuelve a aparecer en este extraño, hipnótico Retratos de una obsesión. El título, que en su versión original es más concreto y, al tiempo, más informativo ('fotos en una hora' es lo que hace el protagonista), vincula lo que en realidad consti...

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Tema tenazmente repropuesto por el cine norteamericano de los últimos años, el del extraño amenazante, ese Otro insospechado con quien solemos cruzarnos, incluso compartir la vida sin llegar a conocerlo más que en sus estallidos de violencia, esos momentos de epifanía en que se despoja de la máscara con que esconde su psicopatía en la cotidianidad, vuelve a aparecer en este extraño, hipnótico Retratos de una obsesión. El título, que en su versión original es más concreto y, al tiempo, más informativo ('fotos en una hora' es lo que hace el protagonista), vincula lo que en realidad constituye el centro mismo de la película: ojos que observan, una cámara, una mirada hipnotizada. Y un deseo poderoso, y socialmente prohibido.

RETRATOS DE UNA OBSESIÓN

Director: Mark Romanek. Intérpretes: Robin Williams, Connie Nielsen, Gary Cole, Dylan Smith. Género: drama, EE UU, 200.Duración: 105 minutos.

Esa mirada corresponde a un ser amable y radicalmente solitario (el magnético, sorprendente Williams, en uno de los mejores papeles de su dilatada carrera) que, privado de una familia que jamás ha sabido tener, vive vicarialmente la vida de una, aparentemente modélica: bella madre, niño sensible y padre que, en fin, tiene alguna cosilla que esconder. En esas fotos que les revela periódicamente, y de las que se queda furtivamente con una copia, se va desplegando una existencia posible... que no es la suya.

Un planteamiento así, que parecería el prototípico para una película de psicópata, es desviado con maestría por Romanek (autor de videoclips, multipremiado, que tiene la gentileza de no confundir el lenguaje de su actividad principal con el más propiamente cinematográfico) desde el thriller hasta el drama, para derivarlo finalmente hacia el retrato, entre tierno y extrañado, de un ser desvalido, de un incapacitado emocional que no sabe qué hacer con sus impulsos afectivos.

Robin Williams pone de su parte su camaleónico talento, que ayuda mucho para hacer creíble un personaje tan poco convencional; pero lo que sin duda será recordado como el principal logro de esta película sensible, comprensiva y, a pesar de alguna pequeña trampa hacia el final, respetuosa con la inteligencia de su espectador, es el rigor con que Romanek conduce la historia, el gusto con que hace coincidir la composición del encuadre con el tema, tan dependiente, para funcionar correctamente, de una mirada constructora; el tempo reposado, reflexivo que imprime a sus imágenes... Algo a lo que no nos tiene muy acostumbrado el cine americano, ni siquiera en la vertiente independiente, que es a la que, sin dudas, se apunta la película.

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