VISTO / OÍDO

Contra las patrias

Quizá una niña de seis años y un hombre de 57 sean enormemente útiles para que el País Vasco, lejanísimo de esta Santa Pola de verano, llegue a ser independiente: una 'patria'. Quizá sea importante que ese país sea independiente: no sé de qué, ni de quién ni para quién. Tal vez de lo que antes llamaban 'la bota de Madrid', y Madrid llevaba alpargatas. No puedo entender fácilmente estas cuestiones. Los crímenes atroces de Palestina tienen un sentido, aunque sea más bien enteléquico. El suicida que mata para ir a parar a un cielo lleno de huríes no es, en absoluto, desinteresado. Si yo creyera e...

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Quizá una niña de seis años y un hombre de 57 sean enormemente útiles para que el País Vasco, lejanísimo de esta Santa Pola de verano, llegue a ser independiente: una 'patria'. Quizá sea importante que ese país sea independiente: no sé de qué, ni de quién ni para quién. Tal vez de lo que antes llamaban 'la bota de Madrid', y Madrid llevaba alpargatas. No puedo entender fácilmente estas cuestiones. Los crímenes atroces de Palestina tienen un sentido, aunque sea más bien enteléquico. El suicida que mata para ir a parar a un cielo lleno de huríes no es, en absoluto, desinteresado. Si yo creyera en las huríes haría algo parecido; pero me conformo con las que pasan por Madrid, las que se bañan en La Concha o en Santa Pola: soy un contemplativo de ese Prado ambulante. Los mártires jamás son inocentes, aunque sean víctimas.

Mis iguales -niña o maduro, o cualquiera de los heridos- de Santa Pola ni siquiera son mártires: pasaban por allí, estaban allí, en un lugar sin sospechas, que se gana el año con su verano y que quizá lo pierda si hay una espantada. No estaban haciendo nada heroico, ni salvando la patria ni hundiéndola: han pasado de la vida a la muerte sin saber siquiera por qué, y han dejado una estela de dolor y miedo. Parece, por lo que se puede deducir de este y otros actos, que se trata de privar a España de una de sus fuentes más importantes de divisas, el turismo. Ya lo han hecho antes con su País Vasco, aunque creen que lo hemos hecho nosotros, los españoles. A mí me cuesta mucho trabajo asumir la condición de español: desde 1939 lo soy por obligación, y cuando he podido he emigrado. Desde que el país tomó la bandera roja y gualda del pabellón real, y la acompañó de la roja y negra que Falange había robado a los anarquistas, y de las aspas de Borgoña que representaban a los vascos, temibles y brutales requetés. No quise ser español; ni ninguna de sus porcioncillas, catalana o vasca, extremeña o madrileña, andaluza o gallega. Hay momentos en que reclamo esa nacionalidad: cuando veo cómo matan estos vasquistas, estos integristas de un paraíso sin siquiera huríes, a personas como yo: con 6 o con 57 años, que es igual. Son de los míos: de las víctimas de quienes tienen la bomba. Y quienes tienen la bomba son los otros, aunque sean las inmensas bombas de Sharon y de Bush, o del yatagán que ha degollado a un español en Pakistán, o de las pistolas que matan hambrientos en Uruguay, en Paraguay, en Argentina, en Brasil.

De donde, cuidado, va a salir una revolución de las que nos quitamos de encima los europeos y se las mandamos a los otros.

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