Columna

Rabia e impotencia

¡Que lástima! ¡Que desesperación! ¡Qué amarga impotencia! Lo pienso, o mejor dicho, trato de olvidarlo, pero no hay otro pensamiento que me venga a la cabeza. Las palabras no me fluyen. Siento un pozo de rabia dentro de mí, pero no encuentro un poro por donde expulsarla. La solución más fácil hubiese sido tirar la bici contra cualquier pared; ni ella tenía la culpa, ni yo el deseo, sólo fue un pensamiento fugaz. Así que busqué una solución parcial mediante unos gritos afónicos que tampoco consiguieron liberarme. Las llamadas de ánimos se repiten: enhorabuena campeón, tú has sido el ganador; lo...

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¡Que lástima! ¡Que desesperación! ¡Qué amarga impotencia! Lo pienso, o mejor dicho, trato de olvidarlo, pero no hay otro pensamiento que me venga a la cabeza. Las palabras no me fluyen. Siento un pozo de rabia dentro de mí, pero no encuentro un poro por donde expulsarla. La solución más fácil hubiese sido tirar la bici contra cualquier pared; ni ella tenía la culpa, ni yo el deseo, sólo fue un pensamiento fugaz. Así que busqué una solución parcial mediante unos gritos afónicos que tampoco consiguieron liberarme. Las llamadas de ánimos se repiten: enhorabuena campeón, tú has sido el ganador; lo has intentado por primera vez, y has estado a punto de conseguirlo, eso es lo importante; verás cómo con el tiempo le darás el valor que se merece a lo que hoy has hecho; sigue así, sigue así, que algún día será el tuyo; te lo mereces, y algún día habrá justicia; has hecho una exhibición, y sólo por eso deberías estar contento; no tengo palabras para lo que han visto mis ojos, pero no desesperes, que eres el mejor; casi me muero de empujar, ánimos y tranquilidad, que de este Tour no te vas de vacío; el ganador has sido tú, que te lo has currado; te quería felicitar, pero con ese gesto de mala hostia, cualquiera se acerca ahora a ti; y tantos otros mensajes y palabras de ánimos que no paro de escuchar desde que crucé cayéndome el mundo encima esa línea de meta que se me resistió. Y guardo para el final los dos mejores: 20 años no son nada, decía el tango de Gardel, pero a veces 20 metros te quitan la felicidad completa. Que eso no te ocurra a ti, y enhorabuena por tu valentía y esfuerzo; y otro más escueto pero tan dulce: eres el mejor, te quiero. Gracias a todos, no sabéis cuánto hacéis por mí, así que espero digerir de buena gana este mal trago, y sacarme esta espina profunda en cuanto se me presente la más mínima ocasión.

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