Crítica:

Alternativas al sofoco

Entre tanto llega el letargo estival, hay tres buenos motivos para acercarse a Sevilla: Madre agua, el diálogo pictórico entre Pedro Calapez (Lisboa, 1953) e Ignacio Tovar (Castilleja de la Cuesta, Sevilla, 1947), las pinturas sobre pan de plata de José María Báez (Jerez, Cádiz, 1949) y el juego entre realidad y ficción en la instalación de los gemelos MP & MP Rosado (San Fernando, Cádiz, 1971).

La pintura basada en la línea y la potencia del color de Tovar se fue contaminando, durante un año en el que ambos artistas se visitaron en sus respectivos estudios, de la abstracc...

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Entre tanto llega el letargo estival, hay tres buenos motivos para acercarse a Sevilla: Madre agua, el diálogo pictórico entre Pedro Calapez (Lisboa, 1953) e Ignacio Tovar (Castilleja de la Cuesta, Sevilla, 1947), las pinturas sobre pan de plata de José María Báez (Jerez, Cádiz, 1949) y el juego entre realidad y ficción en la instalación de los gemelos MP & MP Rosado (San Fernando, Cádiz, 1971).

La pintura basada en la línea y la potencia del color de Tovar se fue contaminando, durante un año en el que ambos artistas se visitaron en sus respectivos estudios, de la abstracción de Calapez y viceversa. Del diálogo artístico ha nacido una gran muestra, con 120 obras, en las que el agua funciona como punto de encuentro y los formatos se asemejan a las mareas.

La veintena de pinturas que presenta José María Báez en el espacio de Rafael Ortiz constituyen un cambio importante en la trayectoria de este artista que durante años ha utilizado la grafía de las letras en sus composiciones geométricas. Báez cubre la madera de pan de plata y sobre este brillante fondo crea líneas horizontales y verticales de color. Líneas que para el artista son la materialización de 'anhelos, sensaciones y recuerdos'.

Las máscaras y la simetría centran la instalación que los hermanos MP & MP Rosado han creado para la galería Pepe Cobo. Los gemelos, cuya obra siempre está impregnada de su experiencia personal, quieren 'representarse y negarse simultáneamente' y para ello han realizado clones de sí mismos con terracota, pigmentos y cera a los que les colocan la máscara de un lobo o la máscara de su misma cara. Fotografías pintadas de un bosque completan esta peculiar versión de Caperucita en el que la ingenua niña está ausente. Los artistas, que en 2001 ocuparon un proyect room de Arco, se representan a sí mismos en la instalación. Uno de los personajes, el que está sentado en el suelo, tiene a su alrededor varias caretas que le permiten 'transgredir su propia personalidad' a pesar de que una de ellas es la copia de su propio rostro.

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