Un público entregado revive en la plaza de Las Ventas la edad de oro del pop español

Hombres G, Los Secretos, Jaime Urrutia y Mikel Erentxun recordaron éxitos de los ochenta

Veinte mil personas aclamaron anoche a un cartel compuesto por figuras surgidas durante los años ochenta. Cuatro artistas pertenecientes al sello DRO han demostrado que, en el año 2002, existe una asombrosa avidez por los artistas de la llamada Edad de Oro del Pop Español. Jaime Urrutia, Mikel Erentxun, Hombres G y Los Secretos volvieron a llenar Las Ventas. Todos los artistas contaron con invitados y, en el caso de Urrutia y Erentxun, intentaron compartir su repertorio clásico con las canciones menos conocidas de su etapa en solitario.

Suenan los clarines y las negras cortinas se desco...

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Veinte mil personas aclamaron anoche a un cartel compuesto por figuras surgidas durante los años ochenta. Cuatro artistas pertenecientes al sello DRO han demostrado que, en el año 2002, existe una asombrosa avidez por los artistas de la llamada Edad de Oro del Pop Español. Jaime Urrutia, Mikel Erentxun, Hombres G y Los Secretos volvieron a llenar Las Ventas. Todos los artistas contaron con invitados y, en el caso de Urrutia y Erentxun, intentaron compartir su repertorio clásico con las canciones menos conocidas de su etapa en solitario.

'Camino Soria' indica el rumbo del concierto: la evocación de canciones históricas
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Suenan los clarines y las negras cortinas se descorren. Es de día y Jaime Urrutia arranca con El calor del amor en un bar. No hay mucha nitidez sonora, pero la copla ofrece la oportunidad para dar palmadas y apreciar el look de la banda, vestidos de funeral y con una bandera pirata al fondo. El quinteto tiene potencia roquera y la voz grave de Urrutia retumba por toda la plaza de Las Ventas cuando presenta al primer invitado de la tarde: Ariel Roth, antes de Tequila y Los Rodríguez. Nuevamente el momento de botar con Qué barbaridad, la más pegajosa de las canciones nuevas del ex cantante de Gabinete Caligari. Tal vez sea demasiado pronto para duelos de guitarras, pero esos son los inconvenientes de los carteles nutridos.

Es el turno de Castillos en el aire, esa joyita mediterránea que la banda resuelve con elegancia, a pesar de la ausencia de los complejos arreglos del disco. Salta Bunbury para cantar a dúo Vestida para mí, la concesión fetichista en sibilino homenaje a Serge Gainsbourg. Pero el primer apoteosis llega cuando el madrileño y el maño se juntan Camino Soria. Suena de aquella manera, con el añadido de una trompeta, pero cumple maravillosamente e indica el rumbo del concierto: la evocación de canciones históricas.

Escándalo de amores precede a otro pico del concierto. Loquillo, aclamado como héroe, se suma a una interpretación de Cuatro rosas. Tal vez no sean las dos voces más compatibles del mundo, pero esta es la noche de canciones que anidan en los corazones. La siguiente también concita la unanimidad: Rock and roll star atrapó un bello momento, el de aquellos insurgentes que, en la visagra entre los setenta y los ochenta, soñaban en España con la posibilidad de hacer rock en castellano. Reaparecen Ariel y Bunbury en uno de esos momentos iluminadores: el rock en España tiene su historia y sus himnos, aunque muchos se empeñen en negarlo. Cierra La culpa fue del cha cha chá, y Jaime Urrutia es despedido con cánticos futboleros.

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Es una buena oportunidad para responder a las dos preguntas que planeaban sobre este concierto desde que se anunció. A la primera: sí, hay lleno. Algo que no estaba garantizado en tiempos como los presentes, cuando la política cultural del Gobierno consiste en la promoción de penosos sucedáneos musicales. Sin embargo, se sostiene una demanda más o menos clandestina de canciones con sentido y belleza.

Aquí llega la respuesta al segundo interrogante: el público es más joven de lo que muchos esperaban. En realidad, debe ser infinitesimal el porcentaje de los aquí presentes que pisaron el Rock-Ola. Aunque los directores de revistas de tendencias y suplementos juveniles ignoren la evidencia, ocurre que existe un público joven que -a falta de ofertas contemporáneas sólidas- ha ido interiorizando los discos de sus hermanos mayores.

Cierto que el público de Las Ventas tampoco resulta ser muy tolerante. Para los cambios de equipo se ha previsto la aparición de Alaska en el centro del escenario, ejerciendo de pinchadiscos. Ella parece incómoda y tiene motivos: según avanza su sesión, arrecian los pitos; posiblemente desagrada su selección de discos con ritmos digitales y aumenta la irritación del respetable, ante un parón de casi 30 minutos.

Un tema de Burt Bacharach prepara la entrada de Mikel Erentxun. La caída de la noche -y la entrada en acción de las pantallas de vídeo laterales- beneficia al pop guitarrero del donostierra. Iván, el vocalista de Los Piratas, es el primer invitado de Mikel. La tibieza ambiental ni siquiera se rompe con la aparición de su ex compañero de aventuras, Diego Vasallo. Sólo la racha de éxitos de Duncan Dhu consigue la efervescencia de la plaza, con el coro femenino a pleno volumen.

El dinamismo de Esta luz nunca se apagará, la canción de Los Smiths, mantiene el impulso hasta la irrupción de la siguiente figura, Amaia Montero, de la Oreja de Van Gogh. Ella está imperiosa, controla el escenario con un vestido negro y aporta más que la mayoría de los duetos de esta noche. Mikel Erentxun se desabrocha la camisa y juega a sex symbol cantábrico. Puede permitirse dejar que el personal entone estrofas completas de los viejos éxitos. Reaparecen todos sus invitados y se cumple el deseo expresado por 20.000 gargantas: es el turno de Cien gaviotas.

Hombres G llevan la producción más completa de todo el cartel. Los músicos auxiliares, incluyendo una sección de metales, logran un sonido apabullante. En el momento de dictar esta crónica, se prepara el escenario para la actuación de un grupo particularmente desdichado y especialmente querido en Madrid: Los Secretos.

Unas 20.000 personas abarrotaron anoche la plaza de Las Ventas y aplaudieron a un cartel de artistas surgidos en los ochentaCLAUDIO ÁLVAREZ

Los supervivientes

Aunque los protagonistas de este concierto en la plaza de Las Ventas no son dados a teorizaciones, suelen insistir en que no están picando en la mina de la nostalgia. De hecho, con la excepción de Los Secretos, todos los artistan que actuaron anoche han sacado discos en los últimos meses y se enfrentan, con una mezcla de valor y fatalismo, a un mercado corrompido hasta los tuétanos por los desmanes de TVE y demás explotadores de la tóxica experiencia Operación Triunfo. Jaime Urrutia, que se ha estrenado recientemente como solista con el disco Patente de corso, no se asusta de empezar desde abajo: su anterior grupo, Gabinete Caligari, sufrió el ostracismo durante sus últimos años. Hombres G ha retomado ahora su carrera con la red de seguridad que representa Latinoamérica, donde todavía son recordados con asombroso cariño, y están desarrollando una impresionante gira por aquellas tierras. Peligrosamente juntos, su reciente disco de recopilación todavía inédito en España, contiene nuevas canciones. Para Mikel Erentxun la situación no es nueva: ha ido alternando sus trayectos en solitario con el trabajo de Duncan Dhu, que ha cerrado finalmente su actividad con Crepúsculo, un doble disco de nuevas canciones que ha servido de despedida a este grupo. Los Secretos también ha sufrido alguna travesía del desierto en sus accidentados 22 años de vida. Su cabecilla, Alvaro Urquijo, se enfrenta ahora al reto de mantener la personalidad del grupo con la ausencia de su hermano Enrique Urquijo, fallecido en circunstancias sombrías en 1999.

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