GENTE | Mundial 2002 | Crisis en el banquillo de España

Y punto final

Por su manera de transpirar, cualquiera de las decisiones que toma Camacho suena más que nada a un arrebato. Si ya fue capaz de dejar de entrenar al Madrid sin haberse sentado en el banquillo, a nadie le debería extrañar ahora que renuncie a la selección, venga o no a cuento. Tampoco se sabe muy bien qué ocurrió con el Rayo y el Espanyol, clubes a los que rescató en momentos de apuro, y una vez les hubo acomodado se quitó del medio como si no hubiera ya mucho más que rascar. Por su temperamento, cuesta creer que esta vez haya consultado con la almohada antes de decir que se pira. Y, como se di...

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Por su manera de transpirar, cualquiera de las decisiones que toma Camacho suena más que nada a un arrebato. Si ya fue capaz de dejar de entrenar al Madrid sin haberse sentado en el banquillo, a nadie le debería extrañar ahora que renuncie a la selección, venga o no a cuento. Tampoco se sabe muy bien qué ocurrió con el Rayo y el Espanyol, clubes a los que rescató en momentos de apuro, y una vez les hubo acomodado se quitó del medio como si no hubiera ya mucho más que rascar. Por su temperamento, cuesta creer que esta vez haya consultado con la almohada antes de decir que se pira. Y, como se dice en estos casos, las reclamaciones, al maestro armero, así que será difícil despejar las dudas que deja un adiós con el que se especulaba más como una amenaza que como una resolución madurada.

Expresa la incapacidad federativa para articular un proyecto que vaya más allá del ánimo del seleccionador

Nadie se había metido de veras con Camacho ni pedido su destitución, entre otras razones, porque no se le considera culpable de que Raúl fallara un penalti en la Eurocopa ni Joaquín otro en el Mundial. Puede discutírsele un par de nombres de la última lista de convocados; se le reprochó su planteamiento contra Irlanda; y también que no fuera a por el partido contra Corea ni en el inicio ni al final, aun cuando en el intermedio, el árbitro y los linieres les quitaran las ganas de jugar. Hilando fino, pueden encontrarse un par de cosas más, como sus relaciones con la prensa y sus auxiliares, pero ni sumándolas todas dan como para solicitar que no renueve.

Por contra, había motivos de sobra que parecían animarle a seguir, como su identificación con la selección o lo bien que pinta la nueva generación de jugadores. La suya, por lo demás, ha sido una trayectoria con más puntos altos que bajos y cuyo referente tardará en superarse: aún se recuerda el 9-0 a Austria en marzo de 1999.

Camacho podía haber aguardado la Eurocopa de Portugal sin contratiempos, pero se ha bajado del carro días después de que lo hiciera el capitán Fernando Hierro. Ocurre, sin embargo, que aun siendo una decisión difícil de comprender, tampoco debería crear ningún trauma. Al igual que otros seleccionadores, Camacho ha tenido un comportamiento tribal y consigo se ha llevado cuanto trajo. La selección continúa sin tener un estilo de juego, se mantiene esclava de la fatalidad y sus vicios de equipo pequeño se reproducen en cada torneo. Camacho ha ido trampeando la situación, entrenando sobre la marcha, como si el equipo estuviera por hacer, tal que hubiera insistido en una idea de juego y ahora se diera cuenta de que no tiene futbolistas para que cuadre en la cancha. Habría mucho que discutir sobre el trabajo táctico de un seleccionador y su capacidad para calzar a cada jugador en su puesto o respetar su carta de naturaleza.

Por una cosa u otra, Camacho no ha podido crear las condiciones que pusieran a salvo a la selección de un accidente, de un arbitraje, de un capricho, de la perplejidad que provocó la eliminación de un Mundial que parecía hecho a su medida. Precisamente porque en Corea y Japón tuvo el podio más cerca que nunca se deduce que de ahora en adelante lo tendrá más lejos que en toda su historia. A Camacho no le gustaría que le siguieran preguntando por lo mismo, y por su decisión parece que no ve manera de revertir el asunto, de manera que lo ha dejado y santas pascuas.

El seleccionador más español se cansó de la selección española y la Federación no le ha podido dar ni una razón para hacerle cambiar de opinión. Un mal trago. Igual resulta que el problema no está en los técnicos que van y vienen sino en la falta de seducción de una federación discutiblemente organizada, sin poder, y que se pliega a los acontecimientos sin ponerle remedio, siempre en inferioridad ante los clubes.

Harto de responder 'y punto', Camacho ha puesto el punto y final, como diciendo: tal y como están las cosas, si la Federación no puede hacer más por mí ni yo por ella y los jugadores encima hacen la pirula, pues yo no juego más; que lo pruebe otro.

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