Reportaje:Mundial 2002 | Brasil se corona por quinta vez

Decepción, pero menos

Los aficionados alemanes, satisfechos con el subcampeonato

El silencio sepulcral que se instauró ayer entre los aficionados alemanes tras el segundo gol de Ronaldo no duró mucho tiempo. Poco después de que el árbitro, Pierluigi Collina, diera por finalizado el encuentro de Yokohama, en un céntrico bar de Berlín volvieron a escucharse los vivas a Rudi Voeller y Kahn y los cánticos de '¡finalistas, finalistas!'. 'Claro que estoy decepcionado, pero, aun así, me siento orgulloso de nuestra selección', dijo un hincha. Lo cierto es que, pese a que los mismos germanos fueron los primeros sorprendidos de que un equipo de tan mediocre presentación y des...

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El silencio sepulcral que se instauró ayer entre los aficionados alemanes tras el segundo gol de Ronaldo no duró mucho tiempo. Poco después de que el árbitro, Pierluigi Collina, diera por finalizado el encuentro de Yokohama, en un céntrico bar de Berlín volvieron a escucharse los vivas a Rudi Voeller y Kahn y los cánticos de '¡finalistas, finalistas!'. 'Claro que estoy decepcionado, pero, aun así, me siento orgulloso de nuestra selección', dijo un hincha. Lo cierto es que, pese a que los mismos germanos fueron los primeros sorprendidos de que un equipo de tan mediocre presentación y desempeño llegara tan lejos, en vísperas de la final se habían acumulado no pocas esperanzas de una posible victoria sobre Brasil. '¡Qué lástima!', suspiró otro.

En Berlín, Hamburgo, Múnich, Francfort y muchas otras ciudades del país decenas de miles de personas, muchas de ellas con banderas alemanas y camisetas de la selección, se habían reunido en plazas y centros comerciales para ver el partido. Con buena parte de la población delante del televisor, las calles estuvieron prácticamente desiertas entre la una y las tres de la tarde.

Una vez encajada la derrota, tanto en el Kurfürsten-damm, en Berlín, como en el Römerberg, en Francfort, y la Leopoldstrasse, en Múnich, muchos se queda-ron festejando el subcampeonato al aire libre, hombro con hombro y a veces con la pequeña pero dichosa colonia de brasileños y latinoamericanos.

Al menos hasta ayer por la tarde, los aislados incidentes ocasionados por unos cuantas hinchas que transformaron su desilusión en agresividad no empañaron la impresión general de un país que se da por bien servido con el segundo puesto. Ya en la víspera miles de ciudadanos de origen turco -en Alemania hay casi dos millones de ellos- habían festejado que su selección alcanzara el tercer lugar.

La élite de la clase política -el canciller socialdemócrata, Gerhard Schröder; su contendiente conservador en las elecciones del 22 de septiembre, Edmund Stoiber, y el presidente del país, Johannes Rau- se habían desplazado a Yokohama para asistir a la final. Por supuesto, en sus balances todo fueron elogios para la selección de Voeller, que demostró ser 'un equipo fantástico' (Schröder), 'brillante desde el punto de vista técnico' (Stoiber) y que ahora puede regresar 'con la cabeza en alto' (Rau).

En su empeño de montarse al tren del triunfalismo futbolístico, Schröder había llegado al ex-tremo de retirarse durante dos horas de las cruciales deliberaciones del Consejo Europeo de Sevilla para ver el partido en el que Alemania doblegó a Estados Unidos en los cuartos de final y, sobre todo, dejar constancia de ello ante las cámaras de televisión.

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