Columna

Autonomía

El encaje de los valencianos en el tablero de las autonomías resultó traumático. La jugada se dilató en medio de un ambiente enrarecido por el fragor de una batalla cuajada de banderas. En aquella contienda algunos políticos navegaron bajo pabellón de conveniencia sobre un encrespado mar de rencores y se prodigaron en atizar el incendio. Cuando el Estatuto se hizo ley, hace hoy justo dos décadas, había devastado una cantidad ingente de ilusiones, cuya combustión llenó de humo el paisaje valenciano de la democracia, hasta el punto de que se hizo difícil respirar cívicamente en más de un momento...

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El encaje de los valencianos en el tablero de las autonomías resultó traumático. La jugada se dilató en medio de un ambiente enrarecido por el fragor de una batalla cuajada de banderas. En aquella contienda algunos políticos navegaron bajo pabellón de conveniencia sobre un encrespado mar de rencores y se prodigaron en atizar el incendio. Cuando el Estatuto se hizo ley, hace hoy justo dos décadas, había devastado una cantidad ingente de ilusiones, cuya combustión llenó de humo el paisaje valenciano de la democracia, hasta el punto de que se hizo difícil respirar cívicamente en más de un momento y casi imposible ver qué sucedía en la sociedad, en las ciudades, en el territorio y en las instituciones. Tantos años después, el tufo acre que desprenden los rescoldos de aquel choque todavía confunde los sentidos. Y sin embargo, debajo de la niebla se produjo el milagro: cuajó un país cuyo rostro se había difuminado hasta casi perderse en el olvido. La comunidad autónoma, la Generalitat, la administración y sus encarnaciones pueden parecer hoy un magro premio a las desmesuradas energías de otros tiempos. Pero bajo su prosaica cotidianidad esconden un hecho excepcional en la perspectiva de los siglos. Con una escasa conciencia reivindicativa, sin duda apuntalada en el razonable temor a reavivar el fuego; intoxicados por la manipulación de tanto sentimiento, que ha transformado nuestra 'pasividad confusa' en un gusto malsano por el canibalismo; indiferentes o desencantados, críticos o reticentes, los valencianos podemos especular sobre el futuro desde una realidad que alguna vez fue un sueño. Situado, como resultado del conflicto, en esa 'posición intermedia' entre las comunidades históricas y el resto, pieza solicitada por tensiones políticas, geográficas y sociales de todo tipo, el País Valenciano ocupa en el Estado compuesto que surgió de la Constitución y en las expectativas de configurar un modelo federal en España un lugar clave e incómodo. Es dudoso que los dirigentes autonómicos abandonen en el aniversario de hoy la retórica inocua, pero en un futuro no demasiado lejano habrá que tener muy claro de dónde venimos para decidir adónde vamos.

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