Columna

Peluqueros

Ya circulan por Madrid réplicas más o menos aproximadas de las montaraces cabezas de futbolistas de este Mundial que parece un simposio internacional de peluqueros. Los fígaros, siempre a la que salta, poseen el don temerario de la locuacidad y no se cortan un pelo al proponer osadías capilares a su clientela.

Siempre hay desventurados que pican, aunque luego maldigan la hora en que se dejaron poner la tijera encima (algunas mujeres piensan en el suicidio al mirarse en el espejo, otras solventan el despropósito en los tribunales). Por otra parte, el calor invita a despojarse de la pelam...

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Ya circulan por Madrid réplicas más o menos aproximadas de las montaraces cabezas de futbolistas de este Mundial que parece un simposio internacional de peluqueros. Los fígaros, siempre a la que salta, poseen el don temerario de la locuacidad y no se cortan un pelo al proponer osadías capilares a su clientela.

Siempre hay desventurados que pican, aunque luego maldigan la hora en que se dejaron poner la tijera encima (algunas mujeres piensan en el suicidio al mirarse en el espejo, otras solventan el despropósito en los tribunales). Por otra parte, el calor invita a despojarse de la pelambrera, y se ha constatado que, por las razones que fueren, la gente propende a cambiar de peinado al inicio de las vacaciones. Total, que las peluquerías están a tope. Puede que intenten manipular nuestras cabezas.

La calle, sobre todo de noche, es un retablo variopinto de cheroquis, samuráis, bárbaros del norte, lamas asilvestrados, tuaregs de guardarropía, guerreros incas, hombres gallo, querubines de pelo en medio y hechiceros de las praderas. Todos ellos y otros muchos estuvieron profusamente representados ayer en la delicada procesión gay presidida por María Jiménez vestida de pavo real e impartiendo bulas preservativas para fornicar sin riesgos a medio y corto plazo. Al fin y al cabo, el orgullo (sea el que sea) es algo así como encresparse los pelos para dar a entender que uno está dispuesto a dar guerra, amparado en los más elementales derechos de la raza humana. Lo único malo es que, con demasiada frecuencia, basta que te enorgullezcas de algo para que te empiecen a perpetrar mariconadas.

La manifestación de ayer fue una proclama razonable para que la gente no se corte ni un pelo. No hay que olvidar, empero, que mucha gente no lo hace porque lleva peluca, interna o externa. Hay otro corolario inquietante: si quieres conseguir algo, tienes que pasar por la manos de un peluquero. Que tomen nota quienes pretendan ser alcaldes de aquí, la ciudad del madroño y el oso. Aviso a peluqueros: no toquéis los pelos del oso peludo. Que conste.

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