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Batalla en las montañas de Alá

Existe cierta confusión acerca de Vladímir Putin. Por una parte, el nuevo presidente de Rusia, un hombre de aspecto saludable con un tono de voz serio, ha producido un cambio favorable respecto a su errático predecesor, Borís Yeltsin. Con su persuasivo y decidido discurso de poner orden en la caótica economía rusa, Putin ha hecho amigos entre los líderes y los inversores de Occidente, e incluso ha bajado el tono de la oposición rusa contra la expansión de la OTAN. Para muchos de los sufridos rusos, Putin es el único líder capaz de acabar con el hundimiento moral y físico de Rusia, un proceso q...

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Existe cierta confusión acerca de Vladímir Putin. Por una parte, el nuevo presidente de Rusia, un hombre de aspecto saludable con un tono de voz serio, ha producido un cambio favorable respecto a su errático predecesor, Borís Yeltsin. Con su persuasivo y decidido discurso de poner orden en la caótica economía rusa, Putin ha hecho amigos entre los líderes y los inversores de Occidente, e incluso ha bajado el tono de la oposición rusa contra la expansión de la OTAN. Para muchos de los sufridos rusos, Putin es el único líder capaz de acabar con el hundimiento moral y físico de Rusia, un proceso que, a tenor de esta teoría, ya se había iniciado cuando puso en marcha su guerra en Chechenia. Pero luego están quienes creen todo lo contrario basándose en su carrera como agente del KGB; para ellos, lejos de ser el salvador de Rusia, es un tirano en ciernes, el último clavo en el ataúd de la democracia rusa.

'Las montañas de Alá. La batalla por Chechenia'.

Sebastian Smith. Editorial Destino.

Las dos guerras de Chechenia son sólo las últimas en una serie de conflictos contra las fuerzas rusas que dura siglos, por no hablar del intento de genocidio de Stalin contra los chechenos y otras etnias en 1944
La guerra de Putin en Chechenia es la historia de Rusia. La guerra hizo a Putin. Le catapultó desde la nada hasta la jefatura del Estado. Luego convirtió el conflicto en piedra angular de su programa
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Estas conflictivas opiniones sobre Putin surgieron en cuanto ocupó el lugar de Yeltsin en el Kremlin, el último día de 1999, y continúan en la actualidad. Nadie sabe con exactitud si interpretar sus palabras y acciones como un signo de que está afianzando el futuro de Rusia o arrastrando a Rusia hacia el pasado.

Tomemos, por ejemplo, su campaña contra los oligarcas, los magnates que habían llegado a ser tan influyentes en tiempos de Yeltsin. ¿Está Putin metiendo en vereda a los hombres de negocios que desplomaron el país durante años, o se lanza a tomar medidas drásticas contra los hombres que se hicieron demasiado poderosos para su gusto? Los rusos sienten poco aprecio por el oligarca Vladímir Gusinski, propietario del canal de televisión NTV, y quizá menos aún por su rival Borís Berezovski, que controla el canal ORT [ambos magnates han perdido ya sus imperios], pero ¿están justificadas las tácticas de presión a veces crudas que aplica el Kremlin, o es que Putin intenta hacerse con el control de los medios de comunicación? La tendencia de Putin a limitar la autoridad de los gobernadores regionales indisciplinados y corruptos: según los ojos con que se mire, Putin está fortaleciendo la democracia o deshaciéndose de un impedimento para su objetivo de alcanzar el poder total. Puede que Rusia necesite en realidad a los recién nombrados gobernadores generales enviados por Putin a las regiones para fortalecer la autoridad central. O tal vez estos hombres, la mayoría de los cuales procede de los servicios secretos y del ejército, son la vanguardia de un futuro golpe. La lista no deja de aumentar.

Ninguna duda

La guerra de Chechenia, sin embargo, es la única área de política sobre la cual no cabe ningún atisbo de duda. En efecto, Putin justifica la guerra como todas sus demás acciones -para restablecer la paz y el orden, la estabilidad y la ley-, y muchos en el país y en el extranjero, incluso diversos líderes occidentales que le conocen bien, así lo admiten y aceptan. Para ellos hay poca diferencia entre Chechenia y, digamos, la ofensiva contra los oligarcas. Pero esto equivale a ignorar la realidad, porque en Chechenia está sucediendo algo que ningún país supuestamente civilizado puede justificar, un catálogo de atrocidades sin parangón desde la II Guerra Mundial en cualquier lugar de Europa. En la destrucción de Grozni, una ciudad del tamaño de Edimburgo o de Little Rock (Arkansas); en la matanza y la tortura de civiles y prisioneros de guerra; en el persistente bombardeo de lugares públicos; en las detenciones en masa y los campos secretos de internamiento de los detenidos; en los cientos de miles de refugiados... en lo que Moscú llama su 'operación antiterrorista', los valores y la naturaleza del Gobierno de Putin han quedado al descubierto.

Los Gobiernos occidentales guardan silencio, y ahora que la lucha se ha reducido hasta alcanzar una especie de punto muerto, la guerra apenas se menciona en las noticias; pero creer que Chechenia ya no importa sería un error gravísimo. Lejos de ser sólo una trágica trama de actuación secundaria, la guerra de Putin en Chechenia es la historia de Rusia. La guerra hizo a Putin. Se sirvió de la guerra para catapultarse desde la oscuridad hasta la jefatura del Estado en cuestión de meses; luego convirtió el conflicto en la piedra angular de su programa. Cuando hablaba de cambiar radicalmente el caos creado durante el mandato de Yeltsin y resucitar el orgullo nacional, quería decir, antes de nada, lograr una aplastante victoria militar en Chechenia. Se podría argüir que, en cierta medida, el fallido intento de Borís Yeltsin entre 1994 y 1996 de poner fin a la autoproclamada independencia de Chechenia se vio mitigado entrando en guerra y por error subestimando escandalosamente la determinación de los chechenos. Pero en 1999 las cosas eran diferentes. Putin tenía plena conciencia del precio que otros acabarían pagando, y aun así no pestañeó.

Días después de que, en 1996, la guerra de Yeltsin en Chechenia acabara con una inesperada derrota rusa, pocos hubieran vaticinado que un segundo asalto comenzaría antes de tres años. Al fin y al cabo, para nada, habían muerto entre 50.000 y 80.000 personas, y por entonces ya se habían destruido muchas aldeas chechenas y buena parte de Grozni. El sentir general era que no debía permitirse que una tragedia así se repitiera.

No obstante, a fines de 1999 habían sucedido demasiadas cosas como para hacer que los acontecimientos de unos pocos años atrás parecieran lejanos. Ese verano, guerrillas chechenas habían ocupado zonas de Daguestán, la vecina región rusa, y se unieron a radicales islámicos locales para declarar aquella zona independiente de Rusia. El país acababa de sufrir el desplome del rublo y la quiebra de innumerables bancos en los que la población guardaba el dinero. Fue el periodo más oscuro de los dolorosos diez años en que el Gobierno de Yeltsin intentó crear una economía de mercado. Y por si fuera poco, los rusos tuvieron que soportar la humillación de contemplar cómo la OTAN bombardeaba a su antigua aliada Yugoslavia.

Bombas terroristas

Cuando estalló la lucha en Daguestán, en Rusia se anhelaba un cambio radical. Y cuando las bombas terroristas destruyeron bloques de apartamentos en varias ciudades, entre ellas Moscú, y mataron a casi 300 personas inocentes, el nerviosismo colectivo finalmente estalló. En cosa de minutos, las autoridades inculparon a los rebeldes chechenos, y lo que poco antes hubiera sido impensable se hizo inevitable: una nueva invasión de Chechenia. Rusia tenía innumerables problemas -pobreza, dominio de la mafia, corrupción desenfrenada por todo el Estado, impresionantes enfermedades de origen medioambiental-, pero Chechenia era considerada como la parte más purulenta de todo el cuerpo enfermo. La idea era que, curada Chechenia, el resto también sanaría... y con ello se superaría la crónica sensación de impotencia en la política internacional. Al fin y al cabo, ¿qué podrían decir los países de la OTAN, que orillaban las objeciones rusas contra el bombardeo del Estado soberano de Yugoslavia, si Moscú lanzaba a su aviación contra los chechenos? De golpe, el tan vilipendiado ejército ruso mostraría al mundo que podía hacer su propia intervención contra los chechenos, y vengarse.

Estas presiones internas fueron en gran parte responsables de la decisión de volver a Chechenia. Sin embargo, eran varias las preocupaciones externas, geoestratégicas, que, si bien no eran especialmente urgentes a fines de 1999, seguían irresueltas y gravitaban en torno a la cuestión del destino de Chechenia, lo cual ayudó quizá a que Moscú emprendiera el camino de la guerra.

El Cáucaso septentrional, país de los chechenos y de decenas de grupos étnicos poco conocidos, es una encrucijada geográfica entre Asia y Europa que los grandes rivales regionales -Irán, Turquía y sobre todo Rusia- siempre han codiciado. La posición estratégica de los pueblos autóctonos de las montañas, aunque hubieran podido pasar casi inadvertidos por la historia, les situó en la línea de fuego de sus vecinos, inmensamente más poderosos. Pese a lo frecuente que es hablar de que la primera guerra en Chechenia se desarrolló entre 1994 y 1996, y que la segunda empezó en 1999, lo cierto es que ambas son sólo las últimas en una serie de conflictos contra las fuerzas rusas que dura siglos, por no decir del intento de genocidio llevado a cabo por Stalin contra los chechenos y otras etnias hace medio siglo, aproximadamente.

Mientras existió la Unión Soviética, Moscú no sólo gobernó el Cáucaso septentrional, sino también la región meridional. El hundimiento de la URSS llevó a la independencia de Georgia, Azerbaiyán y Armenia, y a muchos disturbios en la región norte, si bien sólo Chechenia trató de hacerse con la independencia. A lo largo de la década de los noventa, Moscú tuvo la esperanza de que podría recuperar al menos algo de su influencia en las regiones meridionales; luego, la derrota frente a Chechenia en 1996 ridiculizó toda pretensión imperial. Si Rusia no podía mantener el control de una diminuta área de esta región en las montañas del Cáucaso que formaban parte del país, ¿qué influencia podía tener en cualquier otro lugar? Pero, al aproximarse el cambio de siglo, incluso el Cáucaso septentrional estaba volviéndose cada vez más inestable, y algunos analistas vaticinaron que un día Rusia se retiraría por completo de la región montañosa hacia las regiones centrales eslavas, más al norte. Con independencia de lo acertado que fuera, era una percepción, y por esa razón su nueva guerra en Chechenia, como medio para detener la descomposición del régimen, acababa siendo una opción.

El petróleo del Caspio

En la actualidad, el principal factor geoestratégico en la región es la prosperidad de los yacimientos petrolíferos en el mar Caspio, más al este. Uno de los pocos oleoductos de exportación fuera de Azerbaiyán, el país más activo en la explotación del petróleo, se extiende en el litoral a través del Cáucaso septentrional, incluida Chechenia, donde, hasta que la destruyó un bombardeo ruso, había también una enorme refinería. El rival de Rusia, Turquía, y también Estados Unidos están apoyando una ruta alternativa a través de Georgia, hacia el sur. Esta lucha por el oleoducto y, en general, la lucha implícita por la influencia en la región del Caspio alimentaron la primera guerra chechena, y así continúa sucediendo en la actualidad, aunque resulta difícil estimar en qué medida. Sin duda, cuanto menos control tiene Moscú en Chechenia, más difícil se hace promover su propia ruta. Pero en lugar de entrar en guerra, Moscú cooperaría con Chechenia para garantizar la seguridad del oleoducto, como ocurrió durante un tiempo después de 1996. Y si bien en Turquía existe una considerable simpatía por la rebelión chechena e incluso algún apoyo no oficial, hay muy pocas pruebas que respalden las acusaciones formuladas por algunos comentaristas de Moscú en el sentido de que Turquía o incluso Estados Unidos han provocado la guerra para frustrar la ruta del petróleo ruso. Con todo, una cosa es cierta: los chechenos, pocos de los cuales han visto las ganancias derivadas del oleoducto, la refinería e incluso de los pozos petrolíferos de su territorio, padecen la maldición de estar situados donde están.

En lo que respecta a los estrategas de Moscú, el miedo al islam es otro factor que hace peligrosa la revuelta en Chechenia. La mayor parte de los caucásicos septentrionales practican el islam, y en la época de la extinción del dominio soviético se observó un notable aumento de la actividad religiosa. Sin embargo, la atmósfera en que esto se produjo ha cambiado en los últimos años. En Chechenia, e incluso en Daguestán, ha habido una significativa proliferación de grupos islámicos, y sin lugar a dudas la causa chechena ha contado con el apoyo de focos islámicos extranjeros. La reacción de las autoridades, no obstante, ha consistido en desincentivar incluso el renacer musulmán moderado en el Cáucaso septentrional, al tiempo que en Chechenia se culpaba a los 'terroristas islámicos' y a los 'mercenarios islámicos' de la rebelión general..., distorsionando gravemente la verdad. Los temores de Moscú se fundaban en parte en lo sucedido en Asia central, donde los talibanes, que controlaban Afganistán, eran la única fuerza extranjera que reconocía la independencia chechena. Durante años, Rusia mantuvo tropas estacionadas en las fronteras de Tayikistán y Afganistán en un intento por estabilizar la situación, aunque la actividad guerrillera islámica no hizo más que acrecentarse en la región, de modo que los Gobiernos de Uzbekistán y Kirguizistán hubieron de hacer frente con sus propios medios a incursiones islámicas. No deja de ser una ironía que la inestabilidad tan temida por Rusia sea causada por los distintos intentos que ha hecho para mantener el control.

Dada la manera en que unos pocos miles de rebeldes chechenos derrotaron a sus oponentes masivamente armados en la primera guerra, podría dar la impresión de que Putin estaba corriendo un enorme riesgo al enviar al ejército por segunda vez. Numerosos factores, sin embargo, le persuadirían de lo contrario.

La aritmética de la guerra

En primer lugar, la sencilla aritmética de la guerra era difícil de descartar: los soldados de las Fuerzas Armadas rusas superaban en número a toda la población chechena y los rusos disponían de todo el arsenal aéreo y terrestre que habían acumulado para luchar en las guerras mundiales, mientras los chechenos sólo disponían de armamento ligero y de muy pocas armas de defensa antiaérea. Mucho se ha dicho acerca del anticuado equipo que llevaban los mal entrenados soldados rusos, y en cierto sentido es verdad.

No obstante, el hecho era innegable: un bando tenía reservas casi ilimitadas de munición y armas pesadas, desde aviones y helicópteros bombarderos hasta tanques T-80 y misiles Scud; el otro bando tenía suministros limitados de fusiles, ametralladoras, morteros ligeros y cohetes de mano. Además, tres de las cuatro fronteras chechenas se hallan dentro de Rusia y la cuarta la constituyen las montañas del Cáucaso, aisladas por la nieve en invierno. Estas fronteras permitieron a Rusia apostar fuerzas a pocos minutos de la zona de combate, lo cual, al mismo tiempo, limitaba mucho lo que Chechenia podía pasar de contrabando.

Sin duda, todo aquello ya había ocurrido en la primera guerra cuando, pese a las probabilidades, los rusos no supieron quebrar la resistencia chechena. No obstante, en opinión de muchos oficiales y hombres importantes rusos, era un problema que podía resolverse. (...)

El presidente ruso, Vladímir Putin, conversa con el jefe del Estado Mayor del Ejército, Anatoli Kvashnin, en Grozni, la capital chechena.AP

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